Tragarse un sapo e incluso varios
Tragarse un sapo, dos, tres y hasta varios. La vida misma es eso: gestionar contradicciones, afrontar problemas, elegir caminos, tener prioridades, renunciar a proyectos, dudar y hasta asumir con naturalidad los errores cometidos. Sobreponerse, en definitiva, a los obstáculos. Lo malo es cuando uno se cruza de brazos a la espera de lo que depare el destino, se pliega, se recrea en la frustración o asume que no hay salidas.
En política pasa lo mismo y en un gobierno de coalición, con socios de distintas siglas y variopintas procedencias, con más frecuencia. Prepárense. PSOE y Unidas Podemos no son lo mismo aunque hayan decidido una convivencia aparentemente pacífica. Habrá fisuras, habrá choques y hasta guerra de egos que se resuelvan unas veces con la mediación de los líderes máximos y otras, hasta con puñetazos sobre la mesa. En las últimas 48 horas ha habido dos episodios de tensión que han hecho saltar todas las alarmas en el seno del Ejecutivo. Dos desencuentros en dos días en asuntos nucleares es demasiada munición para una oposición que ni está dispuesta a pasar por alto un desatino ni tiene tampoco por qué hacerlo.
El caso es que leemos que Sánchez se pliega ante los de Iglesias con la ley del “sí es sí” y acepta que se apruebe antes del 8M como quería el ministerio de Irene Montero, pero al parecer no el de Justicia o la vicepresidencia primera, que quería esa respuesta a los abusos sexuales en el marco de la reforma del Código Penal. También hemos sabido que el secretario general de los morados tendrá que transigir con la posición de Interior sobre las devoluciones en caliente y la política de asilo, entre otras cosas, porque lo que se decida en adelante sobre el asunto viene dado por una sentencia de Estrasburgo y por las normas comunitarias que llegarán no tardando mucho desde Bruselas.
Lo malo no es que Sánchez trague o que Iglesias se la envaine, lo preocupante entre socios es que, pudiendo dirimir sus diferencias en privado, se encarguen de hacerlo en público, amaguen con hacer descarrilar la primera reunión del pacto de seguimiento sobre el acuerdo que hizo posible su entente de gobierno, quieran marcar territorio en sus respectivos ámbitos o poner nombres propios a la producción legislativa. Un gobierno es un órgano colegiado, donde se delibera, se coordina y se adoptan decisiones que una vez tomadas asumen todos sus miembros como propias. Y si quienes lo conforman no han entendido eso, se han equivocado de asiento. Discutir sobre cómo hay que tratar a los inmigrantes que huyen de la muerte y la miseria de sus países es muy necesario, pero pillarse un berrinche por si una ley debe estar aprobada antes o después del 8M no es más que el reflejo del recelo con el que se miran la titular de Igualdad y Carmen Calvo por una competencia que ambas deseaban y que marcará en buena medida la acción de este gobierno.
Cuando Pablo Iglesias dijo hace días que estaba dispuesto a comerse algunos sapos, pero no el de que el Gobierno no hiciera público el expediente de Billy el Niño, sabía de lo que hablaba porque para entonces ya se había tragado unos cuantos. Entre otros, que el socialista Tezanos siguiera al frente del Centro de Investigaciones Sociológicas o que la exministra de Justicia, Dolores Delgado -a la que su partido había reprobado en el Parlamento- pasase sin transición del Gobierno a la Fiscalía General del Estado.
Pero si de engullir anuros se trata, Sánchez también ha aprendido mucho. Desde rectificar su decisión inicial para que la mesa de diálogo entre los gobiernos de España y la Generalitat no echara a andar hasta después de las elecciones catalanas hasta tener que rectificar la fecha de su primer encuentro porque a Torra le sentó como un tiro que acordara el día con ERC y no con él. ¿Acaso es algo extraño en democracia? Hasta ERC ha renunciado a la figura del mediador entre las partes que exigía en la negociación e incluso ha decidido ir de la mano del PSOE y abandonar la unilateralidad para la búsqueda de soluciones al conflicto territorial.
Lo contrario a la cesión es la intransigencia y ésta nunca se llevó bien con la democracia. Imponer la razón es la enfermedad crónica de la humanidad y el mal que ha llevado a los peores conflictos de la historia. Y aún así seguimos viendo como en política ceder, transaccionar, dialogar con el diferente o acordar con el el contrario no solo cuesta caro, sino que es sinónimo de debilidad y de comerse sapos.
El caso es que tras un enfrentamiento que viene de semanas atrás y una mañana agitada en la que trascendió el choque entre los socios del gobierno, La Moncloa ha zanjado el asunto y tratado de recuperar el acuerdo con un comunicado: “La ley de libertad sexual tiene un consenso total en el Gobierno de coalición. Es un proyecto legislativo ilusionante, que estará listo en los plazos previstos y enviará un mensaje claro de compromiso del Gobierno con la igualdad ante el 8 de Marzo”. Eso significa, según fuentes de Unidas Podemos, que la nueva norma incluirá la reforma del articulado del Código Penal relativos a los delitos sexuales y que se hará en la fecha en que quería Unidas Podemos. Pues vale. Esta vez ganan los morados, pero si esto es una competición entre siglas por ver quién impone su criterio, mal empieza a andar este Gobierno. Sapos, lo que se dice sapos, se tendrán que tragarse ambos, y no pocos. Para que no fuera así, sería preciso tener mayoría absoluta. Y aun teniéndola, tampoco está escrito que no tuvieran que afrontar renuncias.
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