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Esto no va bien, Mariano

El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy, junto a las candidatas al Ayuntamiento, Esperanza Aguirre, y a la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. / Efe

Antón Losada

La primera regla del código mariano establece que en política todo tiene arreglo menos la muerte, por eso lo importante es mantenerse con vida como sea. La segunda prescribe que nunca conviene ponerse nervioso ni perder de vista que la política no se acaba con unas elecciones porque enseguida vienen otras. Mariano Rajoy sale vivo del 25M, con todos sus barones más débiles y con Esperanza Aguirre camino del desguace, acompañada del mito de su liderazgo liberalpopular. Si alguien espera que Mariano Rajoy cambie de estrategia de aquí a las generales y deje de fiarlo todo a la economía y a hacer la menos política posible, ya puede irse olvidando. No la cambiará porque es la que se sabe y porque está convencido de que no le queda otra.

Tras una época de recortes y sufrimiento masivo, gobierno a beneficio de los más ricos y corrupción en serie, el Partido Popular continúa siendo el más votado. Esa será la lectura de Moncloa. La realidad se parece, pero no es toda la verdad. En unas elecciones locales que todos tenemos claro que funcionaron como una primera vuelta de las generales, batir al PSOE a los puntos no es ganar. Recuerda bastante a una victoria amarga o una medio derrota. Para ganar, Rajoy necesitaba un mapa en azul y sacar una ventaja clara a los socialistas y que los nuevos partidos se dividieran a partes iguales el voto del cambio.

El giro a la izquierda que se ha registrado en las ciudades y en autonomías como Valencia, Extremadura o Aragón va mucho más allá de un voto de castigo a un gobierno impopular. El resultado del 24M pone sobre la mesa la posibilidad más que real de que el Partido Popular no resulte la fuerza más votada en las elecciones generales. Señala un cambio de tendencia en la mayoría social, no solo desafección o indignación.

Pedro Sánchez y los socialistas han obtenido seguramente su mejor resultado posible. Se sitúan en posición de disputar a los populares el puesto de fuerza más votada y distancian tanto a Podemos como a Ciudadanos. No parece que alguien pueda disputarle razonablemente la candidatura a la Moncloa al actual secretario general. Pero buena parte del mérito se debe al descalabro popular más que a la pujanza socialista.

El aceptable cómputo global no debería ocultarle el bosque de las debilidades que esconde. Su resultado ha sido mejor en las convocatorias autonómicas que en unas municipales donde ha cedido terreno en las grandes ciudades, ha perdido votos, aunque sea menos que el PP, y sigue con graves carencias en territorios vitales para una victoria estatal como Catalunya o Madrid.

Podemos ha recogido un buen resultado, pero sigue lejos de su principal objetivo. Pablo Iglesias apostó por convertirse en el líder de la oposición pero el camino se hace largo y no progresa a la velocidad adecuada. Además, Ciudadanos se le ha acercado demasiado en demasiados lugares. Podemos ha ofrecido sus mejores prestaciones en unas elecciones locales donde se presentó en compañía de otros y se ha mostrado más irregular en unas autonómicas donde decidió concurrir con su propia marca. El caso de Valencia resulta paradigmático.

Albert Rivera se marcó como meta “coger el timón” y “no ser muleta de nadie”. La realidad le ha dejado más cerca de las tareas de apoyo que de las labores de dirección. Su marcador ha sido aceptable aunque irregular y también por debajo de sus propias pretensiones, que le llevaban a aspirar a igualarse no solo con Podemos, sino con socialistas y populares.

Cinco de cada diez votos han ido al bipartidismo. Era su mínimo vital para subsistir y aspirar a unos comicios generales polarizados a la vieja usanza. Una vez más, UPyD e IU han vuelto a ser las únicas víctimas de la anunciada muerte del bipartidismo. Podemos y Ciudadanos pagan en parte los platos rotos de una burbuja demoscópica que había inflado sus expectativas hasta devaluar en parte sus apreciables resultados. Ni la vieja política andaba tan agotada, ni la nueva política llegaba tan vigorosa. Igual que no parece verse tan claro el pretendido corte entre el voto joven y el voto viejo.

No se vayan todavía porque esto acaba de empezar. Pasaron las elecciones pero llega la hora de gobernar. Al Partido Popular ya no le basta apelar a la regla del gobierno del más votado porque ya no lo es en demasiados sitios como para no plantearse buscar pactos. A los socialistas y a Podemos les toca decidir si están dispuestos a pactar cuando quedan los primeros de la coalición, pero también cuando entran de segundos. A Ciudadanos le tocará resolver si se alía con unos o con otros o con quien le convenga en cada caso. Todas la opciones tienen coste y ninguna sale gratis.

Los cadáveres políticos de Manuel Chaves y José Antonio Griñán pueden salir en cualquier momento del armario para dar más de un susto. Solo una cosa parece clara. El tacticismo que todos han acreditado a la hora de decidir quién preside Andalucía no resulta sostenible hasta final de año y la hipotética convocatoria de las generales. Ahora hay que gobernar y mancharse las manos.

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