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47 millones de violables menos uno
De repente pienso en los tres únicos españoles que han ocupado de manera sucesiva la jefatura del Estado desde 1939, disfrutando de un blindaje tal que podían y siguen pudiendo cometer cualquier delito, por execrable que sea. La Justicia no investigó a los dos primeros ni investigará al actual pues, aunque fueran culpables, no podría condenarlos.
Sobra poner sus nombres. Basta recordar que el primero vivía en el Palacio del Pardo y falleció en 1975, el segundo reside ahora en Abu Dabi y el actual, su hijo, continúa en otro palacio, el de la Zarzuela.
Por si las moscas me rodean, he revisado y comprobado que, de los 821 artículos diferentes que los medios han tenido la amabilidad de publicarme desde 2012, sólo en seis de sus títulos he incluido las palabras “inviolable” o “inviolabilidad”, un 0,7% del total, lo que me permite confirmar que estoy lejos de padecer una de esas obsesiones que tanto pesimismo provocan cuando no consiguen lo que buscan.
En cambio, en ninguno de esos 821 títulos escribí las palabras “violable” o “violabilidad” y he pensado que tal discriminación terminológica podría deberse al hecho de que, cada vez que lo intento, el procesador de textos las marca en rojo para avisarme de que tales palabras no existen.
Esta vez he despreciado esa advertencia.
Le di otra vuelta de tuerca a la duda y pensé que la marca roja quizás me asustaba el inconsciente al transmitir un peligro sutil que podría describirse así: si yo escribo hoy esas palabras inexistentes animado por la libertad de expresión vigente, en tanto que quedarán impresas para siempre podrían ser motivo bastante de venganza cuando en España una nueva facción del ejército golpista y triunfador decida fusilar otra vez por opiniones vertidas en el pasado (es decir, hoy) que no coincidan con las que desde arriba impongan en un futuro del que, por el momento, ni sabemos cuánto tardará en llegar ni lo que se pueda parecer al dominado por el primer inviolable de los tres citados al principio.
Esta vez he derrotado ese miedo.
Basta de hablar de traumas propios, o de muchos, y abro paréntesis para invitarle a usted, que sigue ante estas letras, a que teclee las palabras “violable” o “violabilidad” para comprobar si también se enrojecen en su pantalla y, además, a que las escriba en la sede virtual de la autoridad competente, del idioma español, por supuesto, a ver si consigue que le respondan algo distinto a “No existe”.
Por mi parte, siendo antes de anoche 30 de agosto de 2022 me dirigí a la Fundéu-RAE con la siguiente consulta:
“¿Por qué aparece en el Diccionario la palabra ”inviolable“ pero no ”violable?“
La Fundéu-RAE funciona y la respuesta no se hizo esperar, llegando a las 08:22 de ayer, 31 de agosto:
“Probablemente porque se usa relativamente poco. Tiene información aquí:
Saludos cordiales.“
Si la causa de tal ausencia fuera el escaso uso de ciertas palabras, en un instante elegimos “bahorrina”, “lobanillo” o “zonzo”, de las que no recuerdo a nadie que las haya pronunciado durante los últimos 70 años y cuyos significados acabo de descubrir en el mismo diccionario de la RAE que le niega el suyo a “violable”.
Por lo demás, y, salvo error, en el enlace facilitado no aparece referencia alguna a las palabras “inviolable” o “violable”, dándose, además, el agravante de que “inviolable” es una de las escasas palabras para las que la autoridad competente citada no reconoce la existencia de su par sin el “in” delante. Por ejemplo, nadie emplearía “incierto” si no existiera “cierto”, “inútil” si no pudiera decir “útil” o “indefendible” sin pensar en “defendible”, y muchas más. ¿Se imagina usted que “cierto”, “útil” o “defendible” no aparecieran en la RAE?
Como este asunto no acabará aquí, se me ocurre aprovechar que los “hijos” y los “nietos” de quienes fueron los “padres” de la Constitución están en el debate de suprimir la palabra “disminuido” del artículo 49 para proponerles que eliminen también la palabra “inviolable” del artículo 56.
Pero si deciden mantenerla, es imprescindible que modifiquen la redacción del artículo 14. Se me ocurre este nuevo texto, que dice la verdad y aporta claridad y coherencia:
“Los españoles son igualmente violables por la ley, salvo lo dispuesto en el Título II en beneficio exclusivo del rey de España, que podrá hacer siempre lo que le dé la gana”.
Elijan, representantes de la voluntad popular, la alternativa más fácil, pero consigan que la ley principal, al menos esa, no incluya mentiras y trampas tan notorias.
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