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Crónica

Sánchez conquista el PSC

Imagen de archivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el secretario general del PSC, Miquel Iceta, y el exministro de Sanidad, Salvador Illa, el pasado 6 de febrero del 2020 en Barcelona

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Esta es una historia de encuentros y desencuentros entre partidos “hermanos” pero distintos. Con sobresaltos, amagos de ruptura y amenazas de divorcio. Por los tripartitos. Por la reforma del Estatut. Por la nación catalana. Por la plurinacionalidad de España. Por el derecho a decidir. Por la asimetría en la representación de sus respectivos órganos de dirección. Por el sentido del voto en la investidura de Rajoy. Por la visión federal del Estado.... Lo normal entre dos partidos diferentes con dos visiones no siempre compartidas de cómo encajar Cataluña en el resto de España.

Hablamos, claro, del PSC y el PSOE. Eran otros tiempos. Hoy, todo es distinto. En lo orgánico y en lo político. Con Pedro Sánchez llegó la comunión y hasta una visión compartida de cómo afrontar el problema catalán, algo impensable hace tres años, cuando hablar de la “nación catalana”, de asuntos identitarios o de “fiscalidad propia” producía espasmos entre los cuadros del partido. El hoy secretario general del PSOE ha logrado lo que soñaron y nunca alcanzaron Felipe González, Zapatero, Rubalcaba o cualquier miembro de las distintas direcciones federales del socialismo español: que el PSC se someta a lo dictado por Ferraz. En el imaginario colectivo no se recuerda que los “hermanos” catalanes cedieran mayor soberanía como a la que han renunciado ante la designación de Salvador Illa como candidato a la Generalitat en detrimento de su tantas veces exhibida autonomía propia. Tampoco, que dejaran de tener voz y voto en la elección de sus cabezas de lista o que estas se decidieran desde Madrid.

Atrás quedan los tiempos en que el socialismo catalán afrontaba sus citas electorales con cartelería propia, sin rastro de las siglas PSOE y con un cierto desdén hacia la presencia de líderes nacionales. La del 14-F es una estrategia diseñada, supervisada y controlada directamente desde La Moncloa, que se nutre además de informes y prospecciones de DIANA, un departamento de análisis creado y sostenido económicamente por Ferraz que reporta única y exclusivamente al equipo del jefe de gabinete del presidente del Gobierno, Iván Redondo.

 ¿Qué ha pasado hasta llegar aquí? Para entender esta nueva relación entre dos organizaciones políticas y jurídicamente distintas hay que remontarse  incluso a antes de las primarias y el proceso orgánico más encarnizado que ha vivido el socialismo, el que enfrentó a Susana Díaz y a Pedro Sánchez. O mejor dicho,  a Pedro Sánchez con todo el poder institucional y orgánico del partido, después de que una dirección provisional del PSOE decidiera, tras la dimisión de su secretario general y 10 meses de bloqueo institucional, facilitar con una abstención la investidura de Mariano Rajoy como jefe de Gobierno en octubre de 2016. 

Todos los diputados del PSC desobedecieron entonces el mandato emanado del Comité Federal del PSOE –del que forman parte– y rompieron la disciplina de voto. Las razones: no compartir con la derecha las “políticas económicas y sociales”,  considerar al entonces lider del PP, Mariano Rajoy, “falto de la voluntad y la capacidad suficientes para combatir la corrupción” y, sobre todo, entender que el entonces presidente del Gobierno en funciones era el responsable de la falta de diálogo entre los gobiernos de Catalunya y España que provocó el mayor conflicto institucional vivido en democracia.

En 2016, a punto del cese definitivo de la convivencia

La decisión abrió el enésimo cisma en la relación entre los dos partidos. Tanto que en Madrid se entendió como una declaración de guerra, además de una “ruptura unilateral” en la leal y exitosa unidad de acción entre ambas organizaciones durante décadas. Antes, había habido otras discrepancias, sí, pero salvo el día en que el republicano Carod Rovira se plantó en Perpignán para pactar con una delegación de ETA una tregua en Catalunya siendo miembro del Govern tripartito presidido por Pascual Maragall, nunca se había estado tan cerca de declarar el cese definitivo de la convivencia.

El último distanciamiento entre el PSC con su partido hermano llevó a algunos dirigentes del PSOE clásico a reclamar una reconsideración del protocolo de relaciones firmado en 1978, el que  establecía que los socialistas catalanes eran un partido soberano, pero estarían representados en los órganos federales del socialismo español, algo que no ocurre en sentido contrario.

Tras aquello, llegaron las primarias entre Sánchez y Díaz y, el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, se implicó a fondo en una neutralidad “activa” de la dirección catalana en favor del primero. La ola de indignación que levantó entre la militancia la abstención con la que el partido aupó a Rajoy hasta La Moncloa y por la que había dimitido Sánchez al grito de “no es no” se tradujo en una victoria incontestable del ex secretario general. Entre los afiliados del PSC sumó hasta el 82% de apoyos frente a un pírrico y humillante 11% que logró la líder de los socialistas andaluces.

“Nada de lo que ha ocurrido en el salto de gigante que ha dado la relación entre PSC y PSOE se entendería sin la sintonía personal entre Sánchez e Iceta y de éste último con Salvador Illa”, defienden desde la dirección federal. Pero una cosa son las relaciones personales, que siempre estuvieron por encima de diferencias políticas, y otra el “sometimiento del socialismo catalán a los dictados de Ferraz con los que nunca antes habían transigido, a diferencia de las distintas federaciones del partido”, añade uno de los clásicos del socialismo ya retirado de la primera línea.

Lo que sucedió tras aquellas primarias es bien conocido. El PSOE, cuentan unos, dejó para siempre de ser el PSOE “para pasar a ser el partido de Sánchez”. Para otros, el actual secretario general devolvió al socialismo el poder institucional perdido en 2011, además de la “dignidad” a una militancia cuyas opiniones siempre habían sido orilladas por la dirigencia del partido.  Eso en la teoría porque en la práctica lo que llegó con la modificación estatutaria que aprobó el 39 Congreso Federal y los posteriores desarrollos impulsados desde la dirección actual fue un blindaje al secretario general para que nunca más un comité federal ni el poder de los barones pudieran doblarle el pulso.

Bajo el barniz de las consultas a la militancia, se desdibujó el peso de las federaciones de tal modo que todas las decisiones recayeran en la Ejecutiva Federal o en la Comisión Federal de Listas, cuyos miembros nombra al 50% la dirección de Madrid y el Comité Federal. El nuevo reglamento vigente desde febrero de 2018 cambió por completo el reparto de poder en el PSOE, blindó a Sánchez y debilitó de paso a los barones y a los órganos regionales y provinciales hasta eliminar por completo los contrapesos internos. Lo que no estaba previsto en el guión y llega ahora, con el diseño en La Moncloa de la  “operación Illa”,  es que el PSC actuara como la federación socialista que nunca fue, y no como un partido soberano con autonomía propia que decidía sus estrategias, sus candidatos e incluso se permitía votar en contra de la disciplina del PSOE en asuntos catalanes.

De relación fraternal a conyugal en cuatro años

La relación fraternal ha virado a conyugal. Y no es baladí en todo ello que Sánchez en 2014, cuando aún era un perfecto desconocido en la primera línea y buscaba apoyos por los territorios para presentarse a sus primeras primarias, viajase a Barcelona. Sin equipo, sin asesores, sin testigos, acudió en busca del apoyo de Miquel Iceta, “a quien se trajo ya entonces y para siempre en la mochila”, según ironizan en su entorno más próximo. Meses después, ya en la secretaría general, asumió como propias algunas posiciones del PSC sobre el tema catalán que hasta entonces el PSOE había sorteado como podía por temor a pagar un precio político en el resto de España.

A petición de Jordi Évole, se prestó a comer canelones con una familia catalana el día después de navidad, como manda la tradición, para entablar una conversación sobre la cuestión autonómica. Fue allí donde admitió la responsabilidad de los partidos políticos de ámbito nacional para explicar fuera de Cataluña “que en Cataluña hay un problema que hay que resolver”. Y habló del llamado “derecho a decidir” como “eufemismo para referirse a la independencia”, además de defender  que con él al frente el PSOE apostaría por “una negociación, un acuerdo y una posterior votación” en Cataluña. Preguntado sobre si estaba en contra de que los catalanes votasen, declaró: “Yo no estoy en contra de que votéis, al contrario quiero que votéis dos veces”. Primero, una nueva Constitución y luego “un nuevo estatuto que recoja la singularidad de la sociedad catalana”.

Dos años después, tras el convulso Comité Federal de 2016 que le empujó a dimitir y ante las cámaras del mismo programa de Évole diría más: “España es una nación de naciones. Catalunya es una nación dentro de otra nación que es España, como lo es también el País Vasco, y esto es algo de lo que tenemos que hablar y reconocer. (...) La solución va a llegar votando [una reforma constitucional]”.

Con esos mimbres fue como, poco a poco, Sánchez fue construyendo un cesto de complicidad y sinergias con el socialismo catalán que le han permitido que el partido hermano se comporte ya no como tal, sino como una federación más de cuantas integran el socialismo español. A cambio, Sánchez desplegará, con Iceta como titular del Ministerio de Política Territorial, la tantas veces aplazada agenda federalista con la que coser la fractura entre Cataluña y el resto de España. Ya dijo el todavía primer secretario del PSC, que no suele andarse nunca por las ramas, que  llegaba a Madrid con toda su “mochila política”,  sus postulados federalistas y los puentes a desplegar para un acuerdo que puso negro sobre blanco en el libro Tercera vía que publicó en 2017, y que comparte al 101% Salvador Illa.

Con ambos, uno desde el Gobierno y otros desde el Parlament, busca Sánchez el regreso a las instituciones del llamado “seny catalán” que, traducido al castellano, es el buen juicio y la cordura tras años de enfrentamiento baldío. El empeño será tan “apasionante” como “complejo” además de muy necesario para Cataluña en aras del “reencuentro”, según palabras del presidente del Gobierno en su despedida a Illa como ministro. Ambos han tejido en estos meses de pandemia una relación de confianza absoluta, como la que ya de antes tenía Sánchez con el hoy titular de Administraciones Públicas.

Iceta e Illa –que uno dice del otro y el otro del uno que es “su mejor amigo en política”– son de los que defienden que no hay solución que no pase por la vía del diálogo, la negociación y el pacto, que no hay atajos ni soluciones unilaterales, pero que tampoco se puede olvidar que la sociedad catalana está dividida con respecto a la independencia, casi a partes iguales. Si Sánchez los ha elegido, en especial a Iceta para la cartera de Política Territorial, es para que dé un impulso federal a la legislatura. Y a eso ha venido a Madrid. Con permiso de la pandemia, claro.

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