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Las claves científicas para entender el uso correcto de los diferentes tipos de mascarillas

Las mascarillas se han vuelto parte de la protección necesaria para salir de casa, pero ¿cuáles utilizar?

Esther Samper

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La pandemia de COVID-19 ha obligado a incorporar a marchas forzadas un nuevo elemento en nuestra cultura: las mascarillas. Todo apunta a que serán uno de los símbolos más emblemáticos de la “nueva normalidad”. Atrás irán quedando los tiempos en que estos elementos de protección faciales se consideraban, en el mejor de los casos, algo estrambótico propio de ciudadanos asiáticos, o algo de “apestados”, en el peor.

A pesar de que los consejos sobre cómo usarlas abundan en la vida cotidiana, muy pocas veces se explican las razones científicas que hay detrás de su uso y por qué se recomiendan ciertos tipos de mascarillas para sanitarios y otros para la población general. Entender la ciencia que hay detrás puede orientar mejor a los ciudadanos sobre qué recomendaciones sobre su utilización tienen sentido y cuáles no, en medio de una pandemia en la que la desinformación también se expande como un virus.

Aunque no lo percibamos la mayor parte del tiempo, estamos liberando gotitas microscópicas por la boca y la nariz constantemente. No solo al estornudar o toser, cuando resulta evidente, sino incluso también al hablar o al respirar. El tamaño de estas gotitas es extremadamente variable y sus diámetros pueden ir desde 1 µm (micrómetro) hasta los 2.000 µm. En cualquier caso, el 95% de estas gotitas se encuentran en un rango de entre 2 y 100 µm. Las gotitas de Flügge o gotitas respiratorias son aquellas con un diámetro superior a 5-10 µm y los núcleos de gotas, núcleos de Wells o aerosoles son aquellas con un diámetro inferior a 5 µm.

Las gotitas de Flügge, por su peso, no suelen llegar muy lejos cuando se expulsan en condiciones normales (en general, no más allá de 1 metro) y se depositan rápidamente por gravedad en el suelo o en objetos. No obstante, los aerosoles se comportan de forma diferente y, por su menor peso, tienen la capacidad de estar en suspensión varias horas en el aire y, por tanto, pueden ser arrastradas por el viento y corrientes de aire. Este comportamiento se complica más todavía si tenemos en cuenta factores como la temperatura y la humedad, que influyen en la evaporación o no de las gotitas y que determinan también su permanencia en el aire.

Ambos tipos de gotitas pueden contener microorganismos patógenos que aprovechan su liberación al exterior para infectar a otras personas. Una de las razones por las que las epidemias de enfermedades infecciosas respiratorias pueden llegar a expandirse tanto a través de poblaciones se debe a este efectivo mecanismo. Si una persona infectada estornuda al aire, puede contagiar a las personas de alrededor. Sin embargo, este mecanismo directo no suele ser la vía principal de contagio. Es más frecuente que la infección se produzca de forma indirecta, cuando las personas tocan superficies u objetos contaminados por gotitas con microorganismos.

Las personas infectadas por coronavirus nunca expulsan estos virus de forma aislada, sino que los liberan a través de secreciones respiratorias en gotitas. ¿Cómo se transmite el coronavirus a través de estas gotitas? Hay una certeza y una duda científica en este aspecto. La certeza es que un individuo infectado por coronavirus puede liberar gotitas respiratorias al aire con coronavirus e infectar a personas que se encuentren cerca (en condiciones normales, sin corrientes, a menos de un metro) o a personas que toquen los objetos o superficies donde se depositen estas gotas.

Ahora bien, ¿pueden las gotitas más pequeñas, los núcleos de gotas, que contienen coronavirus quedarse en suspensión en el aire durante horas e infectar a individuos que se encuentren alejados a varios metros o pasen por ese lugar más tarde? En el ámbito hospitalario, donde algunas pruebas médicas generan aerosoles en abundancia, sabemos que estas gotitas diminutas pueden infectar al personal sanitario.

También sabemos, por estudios en los que se han realizando aerosoles con coronavirus de forma artificial (a través de dispositivos), que estos núcleos de gotas con el virus SARS-CoV-2 pueden estar en suspensión hasta tres horas o más. No obstante, no está claro que las personas infectadas, fuera del ambiente hospitalario, tengan la capacidad de producir aerosoles en abundancia como para provocar un contagio. Para que alguien se contagie por coronavirus debe recibir una dosis infectiva mínima para que ello ocurra y, a día de hoy, hay escasas evidencias científicas de que el contagio a través de aerosoles (fuera del ámbito hospitalario y circunstancias especiales) pueda provocar infecciones y sea un mecanismo de peso en esta epidemia. A eso se refiere la Organización Mundial de la Salud cuando anunció hace un mes que el “coronavirus no viaja por el aire”.

Esta distinción entre gotitas respiratorias y aerosoles (que se suelen generar en pruebas médicas hospitalarias), junto a otros factores, es clave para entender por qué se recomienda que los profesionales sanitarios usen mascarillas diferentes a los ciudadanos. Las mascarillas caseras, las higiénicas y las quirúrgicas (preferiblemente las últimas, si no hay escasez para los sanitarios) se recomiendan a la población general para proteger a los demás.

Estos tres tipos de mascarillas limitan la difusión de gotitas al exterior, ya sea reteniendo estas en el tejido o limitando la distancia a la que se expulsan. Su eficacia variará según diferentes factores como el número de capas, el tipo de tejido, el grosor, etc. Así, con estas mascarillas las personas que están infectadas pueden minimizar la dispersión de gotitas con virus a superficies y objetos y, en lugares donde mantener la distancia de seguridad es una utopía, pueden evitar la transmisión directa de gotitas a las personas que se encuentran cerca.

Además, estas mascarillas también ofrecen cierta protección a sus portadores frente a las gotitas que puedan liberar las personas infectadas. Esta protección es reducida porque suelen quedar huecos entre la cara y la mascarilla (no se ajustan perfectamente) y porque no cuentan con filtros especiales que eviten el paso de las gotitas más pequeñas (como los aerosoles). Como las personas pueden contagiar el coronavirus antes de que tengan síntomas (o incluso pueden no padecerlos nunca), si todas las personas de una población usan mascarilla, se estarán protegiendo entre ellas al asumir que podrían estar enfermas sin saberlo.

Las mascarillas autofiltrantes como las N95, FFP2 y FFP3 se usan en el ámbito médico con un fin muy diferente del anterior: se usan para proteger a la persona que las lleva de un contagio. Por esta razón, están diseñadas para que se ajusten totalmente a la cara y cuentan con filtros especiales que evitan que incluso los aerosoles (las gotitas más diminutas) atraviesen la mascarilla. Los profesionales sanitarios las utilizan porque están altamente expuestos a personas con coronavirus y, además, determinadas pruebas médicas generan aerosoles.

Estas mascarillas autofiltrantes no suelen ser cómodas de llevar tras cierto tiempo, no se recomiendan usar mucho más allá de ocho horas y su buen uso requiere de entrenamiento. Además, las mascarillas sin válvulas también evitan la difusión de gotitas al exterior, por lo que también protegen a los demás, aunque no sea ese su fin principal. La historia es bien diferente para las mascarillas autofiltrantes con válvula de una sola dirección (que hacen más fácil la respiración a través de ella), pues permiten la exhalación directa del aire al exterior, lo que da vía libre a las gotitas con virus. Para evitar este problema, es necesario colocar una mascarilla quirúrgica por encima de estas mascarillas con válvulas. 

Por supuesto, nunca hay que olvidar que la eficacia de una mascarilla no solo depende del tipo que sea, sino de cómo se utiliza. Poco importa que alguien de la población general tenga una mascarilla FFP2, FFP3 o N95, si no la tiene perfectamente ajustada a la cara, la reutiliza varias veces o se la quita constantemente en lugares con gente alrededor (algo que se está viendo día a día). Además, usar estas mascarillas en el ámbito cotidiano, donde el contagio por aerosoles es algo extremadamente remoto, mientras los profesionales sanitarios siguen necesitados de ellas, es el equivalente a matar moscas a cañonazos. Más aun teniendo en cuenta que medidas como mantener la distancia de seguridad o el lavado frecuente de manos tienen más peso para evitar contagios.

Por último y no menos importante, es importante aclarar que es totalmente contraproducente que las personas lleven mascarillas con válvulas (sin cubrir con mascarillas quirúrgicas) en lugares públicos y/o cerrados, pues permiten la dispersión libre de gotitas con coronavirus.

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