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España no es de derechas

La manifestación del 8M en Toledo, en camino a la plaza Zodocover / Carmen Bachiller

Carlos Elordi

Algo no cuadra. O los sondeos se equivocan mucho o la contestación social que en las últimas semanas ha hecho acto de presencia refleja muy poco el sentir de la mayoría de la sociedad. Pero también podría estar ocurriendo otra cosa. Que los partidos de izquierda, los menos beneficiados por las encuestas, no representan la protesta ciudadana, el desapego con la política oficial que las mujeres y los pensionistas están manifestando. Y que también se registra en otros colectivos muy amplios que, más pronto o más tarde también podrían salir a la calle, según distintos indicios.

No hay datos precisos, pero sí bastantes evidencias de que tanto la impresionante movilización feminista del día 8 como la cada vez más nutrida protesta de los pensionistas han sido organizadas con una gran autonomía respecto de los partidos de izquierda y también de los sindicatos tradicionales, aunque estos últimos se sumaran a la huelga del pasado jueves, pero sin participar en la gestación del movimiento, y estén apoyando, pero no protagonizando, las concentraciones de jubilados.

Es seguro que militantes o cuadros de Podemos, IU, e incluso del PSOE, por no hablar de simpatizantes de esos partidos, han estado y están presentes en los núcleos organizadores de las protestas. Y que esas formaciones simpatizan con las mismas, sobre todo a la luz de sus resultados. Pero también lo es que no han sido convocados a organizarlas. Es más, que se ha querido expresamente que no lo hicieran.

Y puede que en esa autonomía resida buena parte del éxito de las movilizaciones. “Solos mejor que mal acompañados”. Lo cual sería significativo e inquietante. Porque vendría a reforzar la sensación de deterioro de la imagen de los partidos de izquierda en amplios sectores de la ciudadanía que, aun coincidiendo con sus reivindicaciones, han dejado de creer, al menos por el momento, que sirvan para conquistarlas. O que temen que su esfuerzo sea instrumentalizado para fines políticos que ellos creen muy alejados de sus intereses.

No es un fenómeno nuevo, ni mucho menos. El 15-M de 2011 tenía bastante de eso. El formidable resultado obtenido hace pocos días por el Movimento Cinque Stelle en Italia tiene su principal fundamento en la decisión de su líder Beppe Grillo de romper con la política tradicional, de construir una realidad contestataria sin vínculo alguno con los partidos tradicionales. De izquierda, de derecha y de centro. Y estirando un poco el planteamiento, también el éxito de Emmanuel Macron en Francia se debe en buena parte a que el hoy presidente galo se presentó a las elecciones como un francotirador, sin vinculaciones orgánicas con ninguno de los grandes partidos, aunque nutriera sus filas con tránsfugas de ellos.

Puede que en España estemos asistiendo a algo de eso. Pero aquí se dan unos matices tan importantes que cabe suponer que los procesos que se han verificado en esos dos países no van a reproducirse en nuestros pagos. Al menos en un horizonte previsible.

El más claro es que la aparición de nuevos partidos, surgidos prácticamente de la nada para ocupar el espacio de los tradicionales, aquí ya se ha producido. Y muy recientemente, hace poco más de cinco años. Podemos y Ciudadanos nacieron justamente para eso. El primero se ha estancado, no sólo en votos e intención de voto, sino en su capacidad de proposición y en su presencia pública. El segundo, después de unos años difíciles, va ahora como una moto, vaciando, según las encuestas, al PP y haciendo bastante daño al PSOE, no sólo en su base electoral sino también a niveles más altos, aunque por ahora esos desplazamientos “excelentes” se mantengan como un secreto.

Con esos antecedentes tan cercanos es impensable que surja una nueva formación que quiera atraer a sus filas al descontento social que no se ve representado por las que ya existen, sobre todo en la izquierda.

Los sondeos no nos dicen, o lo dicen de manera muy poco útil, cuantas de las personas que están hartas del machismo de los poderes reales, de los bajos salarios, del paro y la postergación de los jóvenes, del insultante índice de revalorización de las pensiones o del espectáculo macabro de la corrupción del PP se colocan en actitudes como las que se han apuntado. Que sí, que querrían un cambio drástico en esos terrenos, pero que no creen que votando a Unidos-Podemos o al PSOE se pueda conseguir.

Lograr que esos colectivos cambien de actitud, atraerlos a efectos electorales, convenciéndoles de que su papeleta va a valer para algo más que para que los electos disfruten de su condición de tales, es la tarea prioritaria de los partidos de izquierda en estos momentos. Porque digan lo que digan los sondeos, España no es de derechas y los que se conforman con cómo están las cosas, más o menos, no son mayoría.

El vigor de la protesta feminista y su amplitud sin precedentes abunda en esa sensación. Porque detrás de las que salieron a la calle o pararon en su trabajo no sólo hay múltiples complicidades, sino también un sólido ambiente de contestación sin el cual no habría sido posible la protesta. Y la determinación de los pensionistas en su empeño también se explica en un clima parecido. Ni el uno ni el otro son movimientos de izquierda. Ni tienen porqué serlo. Pero tampoco son de derechas. Y como prueba de ello, lo mal que le han sentado al PP y a Ciudadanos.

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