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Impuestos, garantía de libertad y democracia

Fedea estima el fraude fiscal en IVA, IRPF y Sociedades en el 3,5 y 4 por ciento de PIB

Lina Gálvez

Los tres partidos de la derecha coinciden machaconamente en el mantra de que bajar impuestos es bueno per sé. Nos dicen que es bueno para la economía porque favorece el crecimiento y la creación de empleo, que lo es para aumentar los ingresos públicos y para que el resto de agentes económicos (personas y empresas) ganemos en libertad, pues donde mejor está el dinero es en nuestros bolsillos. Y nos dicen, finalmente, que los impuestos se utilizan sin otro propósito que engordar al Estado

La baja conciencia fiscal de los españoles contribuye a una cierta ignorancia sobre lo que realmente son los impuestos y para qué sirven. Y que la gente termine creyendo que argumentos como los que esgrimen las derechas son ciertos.

Las evidencias históricas y los estudios empíricos demuestran claramente que las dos primeras afirmaciones que hacen las derechas son falsas o que para que pudieran ser ciertas tendrían que darse una serie de circunstancias, sin las cuales es imposible conocer la responsabilidad real que una bajada de impuestos tiene en el crecimiento o la recaudación. Esto es así porque ambos dependen sobre todo de otras variables distintas que los tipos impositivos y que además varían a lo largo del tiempo. La tercera de las afirmaciones no se puede comprobar empíricamente, pero no por ello tenemos que darla por buena: una parte de la población quizás perdiera libertad al tener que renunciar a cierta proporción de sus ingresos, pero la mayor parte la ganaría al poder acceder a bienes y servicios públicos esenciales para ejercer la ciudadanía y que, sin los impuestos, nunca estarían a su alcance.

Y, por último, afirmar que los impuestos sólo sirven para engordar al Estado es también una gran simpleza. Los impuestos son los principales ingresos con los que se pueden financiar servicios públicos, que no existirían sin ellos o podrían disfrutarse sólo a precios desorbitados. Además, los impuestos generan incentivos y desincentivos de determinadas conductas (no fumar o contaminar menos, por ejemplo) que conforman una determinada forma de vivir y gestionar lo común y articulan el modelo de convivencia por el que colectivamente queremos apostar. Creo que se puede afirmar con rotundidad que sin impuestos solo los poderosos podrían definir el modo de vida colectivo de una sociedad.

Los efectos de los impuestos sobre la economía se han estudiado desde hace muchos años y eso nos permite saber a ciencia cierta que las afirmaciones que viene haciendo la derecha española no tienen fundamento científico.

La relación entre bajada de impuestos y aumento del crecimiento, y también del empleo, no es ese círculo virtuoso que las derechas pregonan a los cuatro vientos. La idea que subyace a este argumento es la de la filtración descendente o la del “vaso que rebosa”, porque viene a decir que para generar riqueza (y empleo) es preciso que la riqueza “rebose” en el vaso de los ricos, aquellos que invierten su ahorro. Algo que la experiencia ha demostrado que no es cierto o que provoca efectos perversos: desde los años ochenta comenzaron a bajarse los tipos impositivos máximos y a desregularse los movimientos de capital internacionales, supuestamente, para que fuese más fácil invertir y crear empleo. Pero lo que ha ocurrido es que el mayor ahorro generado cuando ha habido menos carga impositiva no se ha ido a la inversión productiva que crea empleo riqueza sino a la economía de casino. Al contrario de lo ocurrido entre la década de 1930 y 1970 del siglo pasado, cuando los tipos impositivos llegaron en algunos países a ser 65 o 90%. Y eso no solo no limitó el crecimiento o la creación de empleo sino que coincidieron con la llamada Edad Dorada del capitalismo. Los datos de la OCDE son concluyentes al respecto.

La segunda afirmación, la de que bajar los impuestos implica un aumento de la recaudación, se basa en la famosa curva de Laffer, dibujada en una servilleta a Dick Cheney cuando éste dijo que no podía entender que bajando impuestos se recaudaría más.

La idea se hizo muy popular porque Reagan la hizo suya pero es totalmente falsa. Primero porque hace referencia al comportamiento individual y no está claro que la agregación del comportamiento de todos los agentes económicos proporcione el mismo resultado. Segundo porque, al tratarse de una curva, ésta no dice, como aseveran las derechas, que siempre que se bajan los impuestos aumentan los ingresos públicos. Más bien dice que eso ocurrirá a partir de una determinada presión fiscal que suponga un desincentivo a la actividad y la inversión. Por tanto, habría que determinar dónde se encuentra ese punto de la curva para cada economía, algo que prácticamente no puede conseguirse con rigor y absoluta certeza. Y tercero, y quizás lo más relevante: la experiencia histórica y los estudios empíricos muestran claramente que no es verdad que cuando se bajan impuestos aumente la recaudación, como ocurrió precisamente con el primer y gran defensor de esta tesis, Ronald Reagan.

El líder del PP suele acudir a los años de Aznar y su bajada de impuestos para ilustrar esa relación y justificar su programa y la bajada de impuestos que, junto con Ciudadanos y Vox, acaban de aprobar en Andalucía, donde a partir de ahora quedan exentos del pago del impuesto de sucesiones los herederos de patrimonios superiores a un millón de euros. Pero el ejemplo de los gobiernos de Aznar es engañoso. El aumento de la recaudación del Estado bajo los gobiernos de Aznar se debe vincular más a las privatizaciones de las empresas públicas, que eran las auténticas “joyas de la corona”, y, sobre todo, y muy especialmente, a los ingresos extraordinarios generados por el boom inmobiliario. Dos movimientos que no podemos decir que hayan tenido un impacto precisamente positivo en la economía española o el bienestar de su ciudadanía

Cuando se han bajado los impuestos -que principalmente coinciden con los que se les baja a las grandes empresas y las rentas más altas- lo que ha aumentado no ha sido la recaudación pública sino el déficit, la deuda, el déficit social y, como consecuencia de todo ello, la desigualdad. Porque además, otra de las funciones de una fiscalidad progresiva donde los que más tienen contribuyen en mayor medida que los que menos tienen, es la de corregir las desigualdades económicas.

En contra de lo que dicen quienes defienden reducir al mínimo o incluso eliminar los impuestos de esa forma no aumenta nuestra libertad. Unos servicios públicos deteriorados disminuyen la igualdad de oportunidades y por tanto nuestra libertad. Además de aumentar la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que todavía recae especialmente entre las mujeres, haciendo aumentar de paso las desigualdades de género y la falta de libertad de elección de las mujeres. Las mujeres, al concentrarnos en los grupos de menos rentas y ser las principales responsables de los cuidados, somos más sensibles a la inversión pública en servicios sociales, de los que además somos las principales usuarias, empleadas y las que los suplimos cuando éstos se encarecen, desaparecen o se deterioran.

Sin impuestos, pocos impuestos o impuestos regresivos, el abanico de oportunidades y capacidades que determina nuestra libertad será significativo menor, a excepción de aquellas personas con suficientes niveles de renta como para poder acceder a servicios privados. La mayor parte de la población no tendrá apenas opciones, limitando enormemente su libertad de elección y su agencia, por tanto, su capacidad de transformar su realidad personal y la colectiva.

Y es que no podemos desvincular los recursos públicos de la riqueza que es necesario crear para obtenerlos. Hace falta un debate ciudadano riguroso y sin trampas, porque la política fiscal está en el corazón del contrato social entre la ciudadanía y el estado, sobre todo desde la época de extensión de los estados providencia como embriones de los estados de bienestar. Previamente, la principal función de los ingresos era la de financiar los gastos; con la extensión de las democracias y los estados de bienestar, los impuestos también comenzaron a utilizarse con funciones redistributivas y anticíclicas o para generar incentivos o desincentivos, demostrándose que no eran neutrales por lo que concierte a la equidad, también por su vinculación con el gasto, el déficit y la deuda.

Cada régimen político acaba dotándose de un sistema tributario propio vinculado a unos gastos públicos determinados. Me temo que el sistema tributario que se pretende definir con la bajada masiva de impuestos en la que coinciden las tres derechas es incompatible con un desarrollo pleno de nuestra democracia, ya que el incremento de la desigualdad al que nos abocaría impediría el ejercicio real de ésta. Hay demasiadas evidencias que nos indican que los beneficios que se condensan en la cúspide no se filtran al resto de la población en forma de mayor bienestar o libertad. Así que es necesario decidir si queremos apostar por el bienestar público o por el beneficio privado. Si queremos apostar por proyectos políticos que luchen por disminuir las desigualdades o por otros que sigan la tónica de enriquecer aún más a los más ricos y aumentar brechas como las de género. En definitiva son los impuestos los que nos permiten tener libertad y vivir en democracia.

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