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Periodismo y política: una relación contaminada

Rosa María Artal

A estas alturas de la historia, quienes piensan que la situación que vivimos hoy es culpa de Zapatero ascienden al 33% de los encuestados, según datos de Metroscopia. Los que creen que Rajoy, el 24%. El 37% estima se debe a PP y PSOE por igual. Los recortes de Zapatero aquel inolvidable Mayo de 2010 ascendieron a 15.000 millones de €. Así lo contaban los medios en tónica muy similar: notablemente crítica. Los de Rajoy a 65.000, en 2012. El tratamiento periodístico fue mucho más comprensivo y benevolente, sobre todo en quienes mayor acidez vertieron hacia su antecesor. El inicial bocado al Estado del Bienestar practicado por el presidente socialista se ha convertido en una auténtica merienda, comida y cena de azules en manos de Rajoy contra los pilares fundamentales de los servicios públicos. Constatable. Y todavía hay que sumar lo que ha seguido en 2013 y lo que queda por venir dado que el FMI y coinciden en pedir más podas.

Lo peor es el diseño de país que, nos dicen, aspira a una presunta recuperación sin ningún proyecto innovador de crecimiento –ni uno solo- salvo el regresivo: devaluar a los ciudadanos. Esos grandes “logros” de retrasar el objetivo de déficit –inexorable compromiso al que nos comprometieron constitucionalmente tanto Zapatero como Rajoy- tienen muy graves contrapartidas. El hueco “pacto ante Europa” no va a remediar nada sustancial.

¿Nos lo cuentan los grandes medios en toda su profundidad, con sus claves y relacionando datos? ¿Tenemos una opinión pública informada y formada?

Tratamos de explicarnos cada día el silencio de una ciudadanía masacrada a recortes y arbitrariedades, engañada y coaccionada. Una sociedad que siente –inmóvil- su empobrecimiento paulatino mientras contempla los saqueos a las arcas públicas en corrupciones a todos los niveles, jurídicamente todavía “presuntas” aunque se puedan cortar en su solidez. O en sobresueldos de políticos que no tienen suficiente con su salario también costeado por nosotros. Salvo meritorios esfuerzos de distintos colectivos e individualidades, el resto se contenta con despotricar en la escalera, el bar, las redes sociales… o ante un televisor

¿Hasta qué punto son los ciudadanos conscientes de por qué les sucede lo que tan duramente está afectado sus vidas? Pues depende de quién se lo cuente. ¿Se lo explican los políticos? Como mucho tendremos las declaraciones en las que uno dice blanco y el otro negro, alguno más gris, y todos son medidos en sus tiempos por sus resultados electorales, especialmente en televisión. ¿Tiene algo de noticia lo que opinan? ¿Y el que se distribuyan a peso? La permanente presencia de políticos en los medios sin aportar información alguna sino manifestaciones de su propaganda ideológica en gran parte de los casos sitúa en muy mal lugar al periodismo español y es, en algunos extremos, insólita.

Decía en una entrevista al Intermedio la periodista Rosa María Calaf que ningún país que conozca -y conoce tres cuartas partes de los existentes- practica las “ruedas de prensa” sin preguntas… salvo China. Los periodistas no lo admitirían. Aquí es práctica consolidada. Y tanto o más la figura -todavía más dañina por más imperceptible para el gran público- de las ruedas de prensa o entrevistas sin réplica donde el político queda con la última palabra aunque mienta.

Así las cosas, el parlamento ha sido sustituido por los platós de televisión o, en menor medida, los estudios de radio. Incluso han descubierto que –dada la profundidad de la crisis- dan más espectáculo los debates políticos que los escándalos del corazón.

Se reproducen los cupos políticos en los tertulianos, solo con algunas excepciones. Y vemos, sobre todo en el conservador, auténticos militantes del PP que actúan como portavoces del partido en lugar de como periodistas o analistas. Más aún, la moda de los debates ha supuesto una repesca profesional importante de viejas glorias de la ultraderecha mediática. El espectador de ideología contraria se indigna o se divierte al ver a esos especimenes de infinita mediocridad intelectual además. Y ahí queda todo. A llevarlos a los trending topics de Twitter. Cosa cada vez más habitual.

No buscan un diálogo que aporte claridad, sino confrontación para entretener. Para distraer. Cierto que hay gente que al menos se está enterando de algo al escuchar -mientras se afirma con las palabras del que le gusta, del que coincide con sus ideas-, parte de lo expuesto por “el otro”, o por esas menos frecuentes excepciones que sí analizan lo que ocurre. Pero en el fondo se diluye la verdad. Se siembra la duda ante verdades objetivas. Y si la duda, el cuestionamiento, siempre es positiva para llegar a la verdad, no lo es que una parte del combinado a valorar sean mentiras interesadas, propaganda política de nuevo.

O los expertos politizados. Se están viendo auténticas confusiones entre quienes consideran cercanos a sus intereses a economistas rabiosamente neoliberales dispuestos a darles un tajo a sus pensiones o a sus sueldos, solo porque parecen criticar al gobierno, cuando en realidad le refuerzan.

La principal víctima de esta relación viciada entre periodismo y política es la sociedad. No nos engañemos, unos medios acuciados por la crisis y convertidos en buques tocados o hundidos por la quimera del crecimiento ilimitado neoliberal, cuajados de deudas y créditos que dependen precisamente de muchos causantes de la crisis, no pueden hacer otra cosa que defender al sistema ideológico imperante. La distracción de la audiencia es un buen instrumento para ello. La contrarevolución neoliberal trabajó desde el principio en cambiar el sistema económico, en degenerarlo, para obrar a favor de unos pocos a costa de la mayoría. Y, para lograrlo, a la vez, en favorecer una educación y una información que no permita cuestionar o afrontar lo que están haciendo. Con prensa adepta es más fácil.

Nuevos medios más baratos y más libres están cambiando el panorama, pero no llegan a todos. Todavía son muchos quienes se sientan ante la pantalla y engullen el cebo sin hacer uso de su pensamiento crítico. Los que jalean a los tertulianos más histriónicos, nuevos bufones del circo social en el que nos hemos convertido. ¿Qué los leones cada vez más hambrientos producen víctimas entre el público? Ah, pero el espectáculo debe continuar. Hay quien paga religiosamente su entrada y obliga a entrar en la carpa de las consecuencias a quienes no quieren participar de esta tragedia.

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