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Una paradoja para una pandemia

Soluciona Empresas

Economistas Sin Fronteras

Sara Rueda Fernández —

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Durante estos días de cuarentena, se han escuchado desde fantásticas terrazas discursos en los que se animaba al común de los mortales a pensar en positivo y valorar las enseñanzas de esta distopía microbiológica. Debemos apreciar más los abrazos, aprender a cuidarnos, darle menos importancia a lo material. Aunque se agradece el esfuerzo, la evidencia habla por sí sola. Puede que este virus lo paremos unidas, pero sus consecuencias no afectan por igual a toda la ciudadanía. Con este panorama, ¿es una frivolidad decir eso de que el dinero no da la felicidad?

En este sentido, el economista Richard Easterlin tiene algo que decir. En 1974 publicó un artículo en el que anunciaba su famosa paradoja: si la felicidad no se incrementa según aumentan los ingresos, ¿por qué tanta obsesión con el crecimiento económico? Pues bien, hasta 2018, esta pregunta sólo había sido atendida por algún esbozo de análisis empírico. Pero en ese mismo año, algunos investigadores de la Universidad de Leeds se pusieron manos a la obra para analizar la relación entre bienestar y renta en nada más y nada menos que 120 países durante el periodo 2005-2015.

¿Y qué encontraron? Los resultados de su análisis (disponibles aquí) muestran que, en un mismo año, la población de los países con altos niveles de consumo (por encima de PNB per cápita = 12.376$ según el Banco Mundial) tiende a ser más feliz que aquella en países con niveles inferiores. Por si alguien se lo está preguntando, sí, hay una escuela de economistas de la felicidad dedicados entre otras cosas a elaborar índices de bienestar (disponibles en la World Database of Happiness).

Pero ahí no queda todo. Más allá del análisis estático, si se toman como referencia varios años, sus resultados descartan que el crecimiento a largo plazo de los ingresos en los países con altos niveles de consumo mejore su indicador de bienestar (bien por Easterlin). Dicho de otra forma, una vez que tu país alcanza un determinado nivel de producción, tu felicidad parece ser independiente del crecimiento del PIB, a no ser que éste se vuelva negativo. Efectivamente, los investigadores Andrew L. Fanning y Daniel W. O’Neill muestran en su artículo que aquellos países con crecimiento nulo o negativo tienen en comparativa un nivel de felicidad menor. ¿Quiere decir esto que nuestra felicidad y el crecimiento económico están unidos por un indisoluble amor conyugal?

No exactamente. Más bien quiere decir que nuestra felicidad tiene una relación algo rancia de dependencia emocional con el crecimiento económico. Cuando las cosas van bien, no se hacen demasiado caso. Pero cuando vienen mal dadas, la economía hace mella en nuestra felicidad. Lo más incomprensible de esta tóxica historia de amor es que cuanto más crece la economía, más se acerca a los límites que frenan su producción y desencadenan las crisis que afectan a nuestro bienestar. Si queremos ser felices tenemos que emancipar nuestra tranquilidad del crecimiento económico. Pero claro, antes hay que asegurar que todas las personas tienen acceso al nivel de bienestar material a partir del cual el crecimiento económico ni nos va ni nos viene.

Según Angus Deaton, premio nobel de Economía en 2015, no es la felicidad la que crece según aumentan los ingresos a partir de los 75.000$ anuales, sino la evaluación que la persona hace de su vida -de su nivel de éxito. En este sentido es alentadora la importancia que ahora se está dando a los servicios públicos y a todas aquellas personas que más allá de su imprescindible trabajo, están desmontando una extendida y perversa valoración del éxito profesional desvinculada de su contribución con el desarrollo humano.

Por tanto, es desde los pisos interiores y las periferias donde hay que recordar a la población que cuenta con más recursos que el dinero no da la felicidad, y no al revés. Porque las personas que tienen los medios para hacerlo deben contribuir a que esta crisis no se atragante durante una década como la anterior. Incluso puede que el apoyo a la recuperación económica les reporte un mayor bienestar que aumentar sus ganancias.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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