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Antonio Orihuela: “Hemos pasado de querer quemar la delegación del Gobierno al virus del 'esto es lo que hay'”

Antonio Orihuela, durante el encuentro 'Poesía y movimientos sociales', celebrado en Málaga | N.C.

Néstor Cenizo

Antonio Orihuela (Moguer, Huelva, 1965) es el poeta que escribió esto: “¿El salario, qué marca?/ ¿El dinero que es justo que recibamos / por nuestro trabajo, / o el dinero que es justo que recibamos / por nuestra complicidad? / El capitalismo gana carreras que no corre”. Es, dicen de él, el abanderado de la poesía de la conciencia, el que canta (o apunta, que aquí es lo mismo) al capitalismo lacerante, al amor precario, al latrocinio de los poderosos. Afirma que el centro no es un buen lugar para la poesía y escribe “contra la esclerosis social”, y cree que aunque un día de mayo despertamos,  hemos vuelto a la modorra y al sueño.

Reivindicado ahora desde otros que también alcanzaron el reconocimiento empezando desde los márgenes, Orihuela levantó sobre la casi nada el encuentro Voces del Extremo en su ciudad natal, Moguer: esos encuentros van ya camino de las 20 ediciones y han sembrado la semilla para que crezcan otros, como el que le trae a Málaga. Son encuentros, dice él, “para darnos ánimos los que nos conocemos, para que nueva gente se sume, para extender la llama. Frente a la poesía institucional que espanta a la gente, este discurso cala y produce cosas, remueve por dentro”. “No se trata de convertirse en apóstoles de nada, sino que se extienda”, explica. Extender la llama de la poesía, se entiende.

¿Cuál es hoy el lugar de la poesía?

[Se toma su tiempo, reflexiona] Sigue siendo la hermana menor de las manifestaciones culturales, quizá porque como todo el mundo alguna vez en su vida escribe un poema, no se le da importancia a quien quiere dedicar parte de su vida a la poesía. La poesía es casi un órgano vivo, con momentos de expansión, y creo que ahora estamos en un momento expansivo con mucha gente escribiendo y locales donde se hacen recitales, pero después sufre una contracción y entramos otra vez en un periodo de silencio. Ahora la poesía se ha venido a sumar a ese malestar general que había en una parte de la sociedad y la gente joven. Pero sigue teniéndolo muy difícil, a pesar de su conversión como mercancía y la producción abundante de libros, sigue sin encontrar ese espacio dentro del mundo de la cultura, donde otras manifestaciones tienen posibilidades de expresarse con más facilidad y dignidad.

Este es un encuentro llamado “poesía y movimientos sociales”. ¿Cuál es el momento de la poesía como herramienta para el cambio social? ¿Has percibido mejor recepción hacia lo que hace?

Sí, en la medida en que la gente, por la crisis, abandonó espacios domésticos y se lanzó a la calle a compartir el malestar y la indignación, la poesía encontró su lugar. No porque uno haya hecho nada por ello, porque veníamos de más atrás denunciando lo que nos afecta como sociedad, sino porque la gente sintió esa necesidad y echó mano de la poesía. Los mejores poemas los he visto en las plazas, esa especie de haikus y consignas brillantes que lanzaba la gente sin necesidad de un gran aparato lírico. Y eran mensajes que resultaban. En la medida en que nos lanzamos a las plazas, esa poesía ha tenido una recepción que en los años de bonanza no existía.

¿Qué hacía falta?

Que la gente sintiera la necesidad, igual que cuando sientes la necesidad de una cerveza vas a buscarla a un bar. Desde luego estamos a años luz de que la gente sienta la misma necesidad de cervezas que de libros de poesía, pero ha sido ver que había materiales, narrativas y discursos que hablaban de lo que estaba ocurriendo, y que eran narrativas que incluían al lector... Ese ha sido el gran encuentro de una poesía contracorriente frente a los modelos dominantes que favorecía la ideología del capital, una poesía más blanda, acomodaticia, de clase media satisfecha.

¿La poesía debe trascender para ser útil?

Las posibilidades de la poesía no están en la poesía, están en la gente que la reclame como necesaria. Puedes producir un discurso maravilloso, pero si no se encuentra con la gente y la gente no lo busca, ahí se queda. Está claro que las instituciones culturales ejercen un control sobre lo que debe ser la poesía y la gente es consciente de que si quieren que le den un premio, o publicar en Visor o Hiperion, debe producir un tipo de discurso.

Vivimos en un régimen democrático pero en el que a la mayor parte, aparte de sufrirlo, con el capitalismo, la precariedad y los recortes, se nos ha privado de elaborar el discurso. En la medida en que sale un tío y dice lo que estás pensando puedes identificarte: “Eso es lo que yo pensaba y no sabía cómo decir”. Por desgracia el bombardeo de los medios es tan común que somos incapaces de pensarnos desde otro lugar y cuando alguien enuncia ese lugar dices “hostia, ahí es donde yo quiero estar”.

Ha dicho que escribe contra la “esclerosis social”: ¿en qué punto está la enfermedad?

Estamos en parada desde 2013 o 2014. El movimiento de las plazas desapareció, se subsumió en Podemos, Podemos se volvió institución, y ahora llevamos unos años de latencia esperando que Podemos nos lo solucione. Es una idea patriarcal: “Que alguien nos lo solucione”. Nos cuesta trabajo entender que la solución tiene que ser colectiva.

Te pongo un ejemplo: tenemos un espectáculo que se llama Los Cantes Tóxicos, Isaías Griñolo, el Niño de Elche y yo. Desde 2007 sacamos todas las parcelas del daño social generado por la crisis, y hemos visto con verdadero pavor cómo la gente ha ido asumiendo que “esto es así”. Hasta 2012 terminábamos y la gente estaba indignada y dispuesta a quemar la delegación del Gobierno; hemos pasado de eso al virus de “esto es lo que hay”. Podemos ha canalizado la rabia y eso es lo que querían los poderes, que se definiera para que pudieran atacarlo. Pero lo que no tiene forma política, ¿cómo lo atacas? El desconcierto de la derecha mediática cuando surge el 15M es ese: ¿quién está detrás de esta gente? ¿Quiénes son?

Ha sido crítico con la evolución de Podemos. ¿Por qué?

Porque toda esa energía de la calle, la pasión, el desear, fue inmediatamente neutralizado y surgió el tacticismo de la cita electoral, de “podemos conseguir un diputado pero el discurso hay que centrarlo”. Determinados imaginarios no se pueden tocar, como el decrecimiento o la energía nuclear. Tenemos una región con una central [se refiere a la Central Nuclear de Almaraz] que debía haber cerrado y le van a dar otros 20 años, e igual un día revienta. Yo estuve en el Consejo Regional de Podemos y me llegaron a decir que eso no se podía decir porque quitaba votos. Entonces, ¿qué hago aquí? Si no se puede hablar de energía, de nucleares, de eliminar conciertos con la educación privada, de legalizar la marihuana… Podemos nace de un movimiento idealista. Si lo parasitas para neutralizarlo y separarte de él es muy triste. Estamos en el PSOE 2.0. Con la energía con que llega el PSOE al poder en el 82 y en lo que acaba... Podemos lleva el mismo camino.

¿Cree que se puede redefinir ese camino?

Si vuelve a haber un apretón a los derechos sociales me imagino que la gente saldrá de la modorra. Pero creo que estamos en la olla de cangrejos que se siguen cociendo y dicen que se está calentito pero se puede aguantar.

Opina que estamos también en un proceso para minar los afectos y precarizar las relaciones…

Todo el programa político del neoliberalismo es cortar lazos, que todo se tenga que pagar y nada sea gratis. Acabar con los afectos es parte de esto. Aunque sólo sea a nivel familiar, lo que se reproducen son relaciones comunistas, no hay un intercambio de dinero por lo que uno da o recibe en ese espacio social. Y la crisis no ha sido más terrible por los restos del Estado Social del Bienestar y el colchón familiar. El liberalismo quiere cortar eso: no que tus padres te ayuden a pagar los estudios, sino que firmes un contrato con un banco y cuando estés trabajando lo devuelvas.

El cuestionamiento de este modelo parte de un proceso de desaprendizaje. ¿Estamos en ello?

Hay gente que sí, pero mayoritariamente estamos en la alienación. Los alienados son más que los que despiertan. El “dormíamos despertamos” fue un ciclo hermoso, pero creo que está cerrado. Hay unas elecciones y casi gana Rajoy con mayoría absoluta, con un sistema corrupto y mafioso. La gente despierta, abre los ojos y dice “¿y si lo que viene es peor? Vuelvo a dormir”. Somos una sociedad conservadora, y lo entiendo porque los medios cuando enfocan la lente sobre lo que sucede en el Tercer Mundo, el que lo ve dice “aquí está Rajoy, pero por lo menos se puede vivir”. Es Auschtwiz pero al revés: nos hemos metido en el campo de concentración y el horror sucede de alambradas afuera. Es el discurso de la parálisis: “Déjate de utopías porque la realidad está ahí. ¿Quieres terminar como ellos?”. Pensar que hay cinco millones de personas dispuestas a darle el poder a otros a ver que hacen ya es casi un milagro, pero esos cinco no son los que estarían dispuestos a intentar desde formas más horizontales de autogobierno.

“Dormíamos, despertamos”: ¿Cómo es posible despertar, ver lo que hay y volver a dormir?

¿Y cuántas veces lo hemos hecho?

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