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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

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Lluís Orriols - @lluisorriols

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Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

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Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

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Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

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El 9-N y la manipulación política

Francesc Trillas

Independientemente de la sustitución de una consulta con marco legal escrito por un evento participativo sin él, la dimisión del profesor Quim Brugué como miembro de la Comisión de Control de la consulta del 9 de Noviembre, argumentando que esta consulta carecía de garantías democráticas, ha puesto de manifiesto algo que varios observadores vienen apuntando desde hace tiempo: la manipulación de la democracia que encubre una campaña que se hace en nombre de ella. Un aspecto de esta manipulación, aunque no el único, es cómo se pretenden convertir en preferencias de un pueblo (de un colectivo) las preferencias individuales reales de sus miembros.

Pau Marí-Klose fue el primero que analizó la posible consulta a la luz de la teoría de la elección social, en Agenda Pública. Puso un ejemplo numérico en que dadas tres opciones posibles, la votación entre pares de estas opciones no da lugar a una elección estable: el ganador depende de qué dos opciones se comparan o del orden con que se comparan. En su ejemplo, aunque el federalismo ganaría a la independencia, ésta ganaría al status quo. Creo que cuando Marí-Klose escribió su artículo, aún no se conocía la pregunta encadenada que acordaron los partidos pro-consulta. Por otra parte, en el ejemplo de este sociólogo, cuando se preguntaba entre status quo y modelo federal, una mayoría, por poco, prefería el status quo. Este detalle es el que daba lugar a unas preferencias colectivas inestables, que dependían de qué se preguntaba exactamente. Marí-Klose ilustró su idea con seis grupos de votantes, pero creo que con tres es suficiente, como se hace en la tabla 1 (que utilizaré posteriormente a efectos comparativos). En ella realizo pues el supuesto de que hay tres grupos de votantes que se dividen a partes iguales. Para simplificar, llamémosles independentistas, federalistas y españolistas, aunque insisto en que es un supuesto simplificador, puesto que no creo que ninguna sociedad europea del siglo XXI pueda describir su diversidad reduciéndola a tres grupos disjuntos. Supongamos un ránking para cada tipo de votante entre las opciones I, E y F (por independencia, estabilidad y federación) como el que aparece en la tabla. Como los tres grupos tienen igual tamaño, no perdemos generalidad si decimos que cada grupo tiene un voto. En tal caso, en votaciones donde se comparan dos opciones, vemos que F le gana a I por dos votos a uno, que I le gana a E también por dos a uno, pero sin embargo (rompiendo la transitividad colectiva), F no le gana a E, sino que E le gana a F por dos a uno. Es una paradoja que conocen los buenos estudiantes de economía y de ciencia política (la paradoja de Condorcet): en algunos casos, las preferencias individuales transitivas (es decir, que cada individuo puede ordenar en un ránking) pueden dar lugar como en este caso a preferencias colectivas no transitivas, es decir, que no se pueden ordenar de forma estable, generándose ciclos y por consiguiente otorgando mucho poder a quien controle la agenda política. Es un ejemplo de las dificultades inherentes a las decisiones colectivas, que Kenneth Arrow generalizó en el Teorema de la Imposibilidad que lleva su nombre: no es viable un sistema de reglas democráticas que cumpla con satisfacción varios criterios deseables a la vez. Muchos problemas en democracia, como éste, no tienen una solución fácil, lo que parecería desaconsejar el tono tajante que en ocasiones utilizan algunos analistas. Quien diga que este problema tiene una solución perfecta o única, miente o ignora aspectos básicos de la sabiduría acumulada.

Tabla 1

Víctor Lapuente y Alberto Penadés argumentaron en El País que ellos también creían que la opción federal ganaría a la opción independentista, al igual que en el ejemplo de Marí-Klose. Esto podría ser así aunque la minoría más grande tuviera el independentismo como primera opción. Lapuente y Penadés añadieron que creían que el federalismo también ganaría al status quo, a diferencia del ejemplo de Marí-Klose. Esto elimina la no transitividad colectiva, y convierte el federalismo en lo que se llama un “ganador de Condorcet”, es decir, un ganador estable. En cuestiones uni-dimensionales, es decir, donde se pueden ordenar los votantes en una sola línea o segmento según su preferencia máxima de más a menos, por ejemplo como hacen elocuentemente Lapuente y Penadés desde el más españolista hasta el más independentista en Cataluña, si existe un ganador de Condorcet éste será el votante mediano, es decir, quien tiene a la mitad de los votantes a un lado y la otra mitad al otro lado. Lapuente y Penadés consideran que, de acuerdo con todas las encuestas conocidas, el votante mediano en Cataluña es federalista. Por ejemplo, en la tabla 2, supongamos adicionalmente en relación a la tabla 1 que los independentistas son el 40% de la población, que los federalistas son el 35% y que los españolistas son el 25%. Y supongamos unas preferencias ligeramente distintas. En este caso, aunque el federalismo no sea mayoritario, sí que tiene entre sus votantes al votante mediano. En tal caso, entre F e I gana F por el 60% contra el 40%. Entre F y E gana F por el 75% contra el 25%. Y entre I y E ganaría I por el 75% contra el 25%. Existe sólo una opción, F, que gana a cualquiera de las otras dos en votaciones con dos opciones, siempre que F sea una de las opciones, claro. Puede aducirse que F también puede ganar de facto cuando no está incluida, como en Escocia, pero esa victoria no se podría reclamar en los tribunales de justicia (sobre el referéndum escocés como un ejemplo negativo, pese a su imagen idealizada en España, se aconseja leer las reflexiones de López Basaguren).

Tabla 2

Lapuente y Penadés decían que en un sistema de votación con tres opciones donde los votantes puntúan las tres opciones (lo que se conoce como recuento de Borda), la opción federal sería la ganadora, si partiéramos de preferencias en las franjas que dan las encuestas habituales. En la tabla 2 supongamos que hay 100 votantes con las proporciones mencionadas, y que las reglas de votación, entendidas por todos los votantes, son que a la primera opción se le dan 3 puntos, 2 a la segunda y 1 a la tercera. En tal caso, F obtendría (35x3)+(40x2)+(25x2)=235 puntos. I obtendría (40x3)+(35x2)+(25x1)=215 puntos. Finalmente, E obtendría (40x1)+(35x1)+(25x3)=150 puntos. F sería la opción vencedora.

Cabe destacar que la opción preferida por el votante mediano gana en este caso si se puntúan las tres opciones, pero no si, a pesar de tener tres opciones, sólo se puede elegir una. En este caso, el ganador de Condorcet no sería el ganador del referéndum. Y mucho menos si, como alguna vez Artur Mas ha insinuado muy generosamente, la tercera vía se incluye pero es presentada como la “propuesta que esperábamos del Estado”.

Recientemente Arseni Gibert, también utilizando un ejemplo numérico donde los votantes tienen preferencias por tres opciones, señalaba que con el sistema de pregunta encadenada, con un 35% de electores partidarios de la independencia como primera opción, ésta podía ser la ganadora de la consulta tal como está planteada, por ejemplo si el 15% de partidarios del status quo es eliminado por contestar No a la primera pregunta.

Los ejemplos utilizados hasta ahora aceptan que el independentismo puede ser la opción preferida por una minoría mayor. Cuando, a diferencia de estos ejemplos, el federalismo sí es la minoría más numerosa, la manipulación democrática, consistente en no hacer aparecer en igualdad de condiciones a la alternativa federal en la papeleta de votación, ya es clamorosa.

De todos modos, este tipo de análisis, a mi juicio ilustrativos y valiosos, y reveladores de algunos problemas democráticos de la consulta, tienen en común que parten de los supuestos de que las personas tienen individualmente preferencias estables respecto a este asunto, y que las opciones que se les plantean son claras y bien definidas. No creo que sean supuestos demasiado consistentes con la situación que estamos viviendo. Las preferencias son volátiles y manipulables, especialmente por parte de medios de comunicación sectarios y por formas de intimidación social, viejas y modernas. Y las opciones son complejas y mal definidas, si atendemos a que hay muchos federalismos posibles y que hay muchas independencias posibles (por ejemplo dentro o fuera de la UE y la zona euro), y su formato final sólo se puede conocer al final de un acuerdo detallado. Para avanzar, hay que reflexionar sobre aportaciones más recientes de las ciencias sociales, que ayuden a hallar otra forma de decidir cambiar las cosas votando, que sea más estable, más indiscutible, y que favorezca más la convivencia en lugar de la imposición y la manipulación. Seguro que no hay una sola solución, pero las que haya dudo que puedan soslayar la reforma, el diálogo y el pacto.

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