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La corrupción política genera ciudadanos menos honrados

De izquierda a derecha: Luis Bárcenas, Ignacio González, Rodrigo Rato y Francisco Granados

Teguayco Pinto

“La corrupción no es patrimonio de nadie, lamentablemente es de todos. Y la misma corrupción que hay en un partido la hay en la sociedad en general”. Esto dijo la ministra de Defensa, Maria Dolores de Cospedal, tras uno de los múltiples casos de corrupción que implican a su partido. Sin embargo, lo que ignora la secretaria general del Partido Popular es que es precisamente el elevado número de casos de corrupción el que acaba generando una sociedad con individuos menos honrados, y no al revés.

En los últimos días miembros del Partido Popular han ofrecido escasas aunque variadas justificaciones ante los continuos escándalos de corrupción. Desde asegurar que el partido es el principal afectado, pasando por los tópicos habituales, como señalar que las tramas de corrupción son “casos aislados” o que son un producto de la sociedad en la que vivimos, tal y como aseguraba en su día Cospedal.

Sin embargo, diversos estudios psicológicos, sociológicos y económicos han demostrado que son los entornos socioculturales en los que hay grandes índices de corrupción, evasión fiscal o fraude, los que pueden llegar a comprometer la honradez individual. De hecho, varios experimentos de laboratorio han demostrado que ver a un compañero comportarse de manera poco ética aumenta la probabilidad de que el resto termine por actuar de forma deshonesta.

Según las teorías económicas clásicas los individuos tienden a guiarse por acciones que les lleven a un máximo beneficio personal. Sin embargo, desde el punto de vista de la psicología sabemos que todo individuo quiere ser honrado o, al menos, tener una imagen honrada de sí mismo, lo que podríamos llamar deshonestidad justificada.

Es precisamente el equilibrio entre ambas fuerzas lo que se puede desajustar dependiendo de nuestro entorno. En otras palabras, es más fácil que un corrupto mantenga una buena imagen de sí mismo si ve mucha corrupción a su alrededor, con lo que la frontera de lo que se cada uno considera justificable variará de acuerdo con el nivel de corrupción de cada país.

La honradez individual depende de la corrupción

Así lo aseguraba un estudio publicado el pasado año en la revista Nature, que demostraba que los valores de honradez individual son más fuertes en aquellos países que tienen bajos índices de corrupción. Dicho de otro modo, en los países con menos casos de corrupción, la gente es más honrada.

Pero esta investigación, desarrollada por los investigadores Simon Gächter y Jonathan Schulz, iba un paso más allá. Según ambos investigadores sus “resultados sugieren que las instituciones y los valores culturales influyen en el índice de corrupción”, pero también que este índice “influye a su vez en la honradez intrínseca de las personas”.

En resumen, gracias a una serie de experimentos que involucraron a más de 2.500 personas en 23 países de todo el mundo, Gächter y Schulz demostraron que es la prevalencia de la corrupción la que termina por hacer que los individuos de una sociedad se vuelvan menos honrados y no al revés.

Además, los investigadores destacaron la importancia de la honestidad individual, ya que, aunque las sociedades modernas han creado instituciones para evitar los fraudes y los engaños, la realidad es que “sigue habiendo multitud de situaciones en las que solo la honradez personal evita que se infrinjan las normas”.

Más allá del impacto económico

Está claro que la corrupción es un problema de primera magnitud en muchos países. Sin ir más lejos, un informe de la Comisión Europea estimó que la corrupción cuesta a la Unión Europea unos 120.000 millones de euros al año, una cifra solo ligeramente inferior al presupuesto anual de la propia institución.

Sin embargo, lo que demuestra el estudio de Gächter y Schulz, es que el problema del fraude a través de las instituciones públicas va más allá de ser un problema meramente económico, ya que el impacto de estas actividades sobre la honradez de los ciudadanos puede crear un círculo vicioso que provoque que los problemas de corrupción se eternicen y se vuelvan endémicos en una región concreta, ya sea Madrid, Valencia, Cataluña o España en su conjunto.

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