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CV Opinión cintillo

Ni redención ni rendición

7 de julio de 2025 12:10 h

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Javier Cercas ha firmado en El País un artículo que merece leerse con respeto y atención. Parte de un lugar noble: la preocupación sincera por la limpieza en la política y la credibilidad de las instituciones. Desde ese punto de partida, plantea que la dimisión de Pedro Sánchez sería hoy su “mayor victoria”. Y que su permanencia en el poder, en medio de sospechas sobre personas de su entorno, solo perjudica al PSOE, a la izquierda y a la democracia. La tesis es clara, elegante y moralmente exigente. Pero también profundamente equivocada.

Equivocada no por lo que desea —una política ejemplar, basada en la ética y en el servicio público— sino por lo que propone como solución: que el presidente dimita para proteger el legado, salvar la democracia y contener a la ultraderecha. El problema es que la experiencia reciente y los hechos concretos contradicen esa expectativa.

Cuando Javier Cercas dice que la dimisión sería la “mayor victoria” de Pedro Sánchez, está sugiriendo que sería un acto de redención personal y política, una forma de elevarse moralmente por encima de la polémica. Le permitiría salvar su legado: demostrando que pone por delante el bien común antes que el poder. Convertiría su salida en un gesto de pureza, generosidad y responsabilidad, que contrastaría con la corrupción o la manipulación.

Presentar la dimisión como un sacrificio noble, cuando el mandato es legítimo y el proyecto está vivo, es más estético que ético. Esto no va de sacrificios morales ni de claudicaciones tácticas. Esto va de gobernar con firmeza y transformar desde dentro.

El ejemplo que el propio Cercas elige, la dimisión de António Costa en Portugal, debería bastar para alertarnos. Costa dimitió ante la apertura de una investigación judicial que aún no lo ha señalado directamente. Fue aplaudido por su gesto. Pero el resultado fue desastroso: su partido se hundió, perdió el Gobierno, y hoy la extrema derecha es segunda fuerza en Portugal. La decencia del líder no evitó el daño político; lo aceleró. ¿Estamos seguros de que repetir ese camino nos fortalecería?

La situación de Pedro Sánchez no es la misma. No hay una investigación judicial abierta contra él. Lo que existe es una ofensiva político-mediática, sostenida por ciertos sectores judiciales, que busca desgastar su figura. Ante eso, ¿cuál es el gesto valiente? ¿Dimitir y abrir un vacío de poder? ¿O sostenerse con firmeza, seguir gobernando, depurar responsabilidades y demostrar que se puede resistir con las manos limpias?

La propuesta de Cercas se apoya también en la idea de que el Gobierno de Sánchez ya no cumple su función de contención frente a la extrema derecha. Pero los datos no acompañan esa afirmación. Vox ha retrocedido elección tras elección. No hay que confundir las previsiones de las encuestas con los datos electorales. El bloque progresista ha resistido frente al clima hostil y a la presión. Y el Ejecutivo ha seguido aprobando reformas sociales que cambian la vida cotidiana de millones de personas. ¿Se contuvo mejor a la ultraderecha en Portugal después de la dimisión de Costa?

Otra de las claves del artículo es su sugerencia de que, con la salida de Sánchez, sería posible alcanzar un gran acuerdo entre PSOE y PP para reforzar la democracia. Es un deseo legítimo. Pero parte de una ilusión. El actual Partido Popular ha bloqueado la renovación del Consejo General del Poder Judicial durante cinco años. Ha pactado con Vox en gobiernos autonómicos. Ha sostenido un discurso de ilegitimidad hacia el Ejecutivo desde el minuto uno. ¿Qué garantías hay de que, sin Sánchez, la actitud del PP vaya a cambiar? ¿Y qué legitimidad tiene pedir la salida de un presidente democrático para complacer a una oposición que ha convertido el no en bandera?

El texto de Cercas es también una reflexión sobre el poder. Advierte —con razón— que el poder puede aislar, volver ciego, endurecer. Y que saber marcharse a tiempo es una forma de grandeza. Es cierto. Pero también lo es que el poder, en democracia, se ejerce con rendición de cuentas, con mecanismos de control, con mandato parlamentario. Y hoy, Pedro Sánchez tiene ese mandato. No mantenerlo por ambición personal, sino por convicción institucional. Porque sabe que no puede dejar caer un proyecto de país por el ruido interesado de quienes nunca aceptaron el resultado electoral.

No se trata de aferrarse al cargo. Se trata de no regalarle la victoria a quienes no buscan regeneración, sino desmantelamiento. No buscan dimisión ética, sino rendición política. No quieren justicia, sino revancha.

La dignidad también se demuestra gobernando. Corrigiendo errores. Asumiendo responsabilidades. Haciendo limpieza dentro de casa y manteniendo el rumbo. Pedro Sánchez ha dado señales inequívocas de que ese es el camino. Ha pedido perdón. Ha reaccionado con rapidez ante los escándalos. Ha defendido a su Gobierno, sin esconder los fallos ni confundir la lealtad con la complicidad.

Javier Cercas firma un alegato moral. Pero la política no se construye solo con buena voluntad. También con análisis riguroso, memoria reciente y sentido estratégico. Y hoy, lo más útil para la izquierda, para el PSOE y para la democracia no es una renuncia simbólica. Es una dirección clara, una organización regenerada, y un liderazgo firme que sepa actuar con la cabeza alta y las manos limpias.

En ese contexto, el Comité Federal del PSOE celebrado este fin de semana no fue un ejercicio de autocomplacencia, sino el inicio de un proceso de regeneración imprescindible. Se han asumido errores, se ha pedido perdón, y se han anunciado los primeros cambios en la estructura del partido para evitar que puedan repetirse situaciones que nunca debieron producirse. Sin sobreactuar, pero con determinación, el PSOE ha empezado a hacer lo que se espera de una organización responsable: tomar decisiones internas, reforzar los controles y sostener el rumbo político con firmeza democrática. No se trata de cerrar la crisis en falso, sino de abrir una nueva etapa con mayor exigencia. Muchos votantes progresistas esperan que, el próximo día 9 de julio, Pedro Sánchez anuncie en el Parlamento las medidas institucionales que acompañarán esta renovación. La respuesta no es la renuncia, sino la corrección. No es el repliegue, sino la voluntad de avanzar con más transparencia y más responsabilidad.

Por contraste, el Congreso del Partido Popular ha ofrecido un espectáculo de autoafirmación vacío, revestido de promesas genéricas que solo parecen pensadas para titulares. Diez medidas que Núñez Feijóo aplicaría cuando llegue a La Moncloa. Entre ellas: bajar impuestos, aumentar los médicos de familia, resolver el problema del agua o garantizar la libertad lingüística. Todo junto, todo a la vez. Pero mientras se presenta como adalid de la moderación y del sentido de Estado, el PP aplaude con entusiasmo a Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, cuya gestión durante la catástrofe de la DANA sigue sin una explicación coherente. Su desaparición en los días más graves del desastre, y su incapacidad para dar respuesta a las familias afectadas, no han impedido que sea recibido como un referente por sus compañeros de partido. Es difícil hablar de regeneración democrática mientras se vitorea al símbolo de la desidia institucional. Ese contraste —entre la retórica regeneradora y los hechos— es el que vacía de contenido el discurso de alternativa seria con el que Feijóo quiere revestirse.

Porque la victoria más alta no está en marcharse. Está en quedarse para seguir transformando la realidad, con coraje, con ética y con justicia.

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