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Vox se disfraza de obrero en el sur de Madrid

Carlos Hernández Quero, durante un mitin sobre Madrid Sur.

José Precedo / Natalia Chientaroli

24 de noviembre de 2025 22:03 h

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Donde estaban Iván Espinosa de los Monteros, cuarta generación de marqueses de Valtierra desde que Alfonso XII concediera el título nobiliario a su familia, y su esposa, Rocío Monasterio, arquitecta dedicada al sector inmobiliario del lujo en la capital, hoy hay un historiador de la Universidad Complutense, Carlos Hernández Quero, vestido con polo, vaqueros y un pendiente en la oreja, que carga contra Isabel Díaz Ayuso y los fondos de inversión extranjeros que expulsan a los madrileños de sus barrios. “El Madrid de los acentos” que invoca la presidenta regional durante sus viajes “institucionales” a América es ridiculizado por quienes hasta hace dos años eran sus socios de Gobierno. En su primera legislatura de oposición, Vox ha bautizado a Ayuso como “Lady Miami”, presenta enmiendas de totalidad contra sus Presupuestos y ahora también la ataca por el deterioro de los servicios públicos.

Tras perder un tercio de sus votos en Madrid, más de 100.000 papeletas entre las elecciones de 2021 y 2023, para quedarse en 245.000 (el 7,3% de los votantes de la región) y ser cuarta fuerza política ya sin el poder de influencia que le daban sus votos al Gobierno en minoría de Ayuso, Santiago Abascal ha descabezado el partido en Madrid e intenta capitalizar el desencanto de los barrios del sur, donde la extrema derecha siempre ha tenido unos resultados discretos. Nada que no haya hecho antes el movimiento de Le Pen en Francia o Meloni en Italia, que cosechó sus mejores resultados en los feudos obreros (donde alcanzó el 34% de los sufragios, según un estudio de Ipsos) en las elecciones que la elevaron a la presidencia de Italia.

A diferencia de Meloni, criada en el barrio romano de Garbatella, de larga tradición izquierdista, los dirigentes de la primera etapa de Vox provenían de las élites, empezando por el propio Abascal, que lleva media vida viviendo de sueldos ligados a la política, con o sin cometidos concretos. La salida de Espinosa de los Monteros, Monasterio y la caída en desgracia de quien fue secretario general, Javier Ortega Smith, que perdieron la batalla interna frente al sector de Kiko Méndez Monasterio y Jorge Buxadé, está siendo aprovechada por la cúpula para virar el discurso hacia lo que algunos en los márgenes del partido empiezan a llamar “podemización de Vox”. A diferencia de Monasterio y Espinosa de los Monteros, alineados con las tesis ultraliberales, Buxadé procede de Falange y ha empujado a su formación hacia esos nuevos postulados.

El historiador Steven Forti cree que esta evolución en el discurso social de Vox se inicia ya durante la pandemia, “un contexto en el que defender recortes sociales era muy difícil”. De hecho, en el programa electoral de 2021 incluso incorporan algunas medidas de corte social poco concretas, siempre con una salvedad: siempre para “nativos españoles”, señala el experto en nuevas derechas.

En los últimos meses, Vox trata de explotar problemas como el de la vivienda o el colapso de la sanidad en la región, que suma ya un millón de pacientes en listas de espera. La extrema derecha dedica ataques frontales al modelo de Ayuso y a sus constantes invitaciones a fondos extranjeros para que hagan negocios inmobiliarios en un Madrid con los precios disparados, tanto en el alquiler como en la compra, algo que las encuestas destacan como uno de los principales problemas de los madrileños.

Nuevas caras, nueva retórica

Ese cambio de discurso, que no de políticas, de momento, lo ha llevado Vox a barrios y ayuntamientos de la región con la campaña 'Madrid Sur en Pie', iniciada hace unas semanas y que se impulsa también en el cambio de caras. Ya no son Monasterio, Espinosa de los Monteros u Ortega Smith, ni otros dirigentes madrileños como José María Figaredo, el sobrino de Rodrigo Rato, quienes se suben al atril. En su lugar interviene Carlos Hernández Quero, figura emergente del partido, un historiador bregado en la Universidad Complutense, que trata de hablar de tú a tú a los vecinos de los barrios del sur, a los que promete “sentido común” para resolver sus problemas “que no son de derechas ni de izquierdas”, como “tener una casa en propiedad, una calle segura o un empleo estable”.

Hace dos semanas, Quero fue la estrella de un acto que llenó un auditorio en Aluche, al sur de la capital. Con su indumentaria casual y su pendiente, Quero aseguró que en España hubo el año pasado 16.000 denuncias por okupación, pero solo 14.000 viviendas de protección oficial. “Lo peor es que quienes se las llevan no son los Rodríguez ni los García”, sino “los recién llegados”, lamentó. En otras palabras, los inmigrantes. Quero, como la mayoría de dirigentes de Vox, habla también de “invasión” extranjera, pero con un tono muy distinto, cultivado durante años de convivencia con el discurso de la izquierda en la Complutense, donde formó parte de un grupo de investigación.

Mientras la portavoz parlamentaria, Isabel Pérez Moñino, se queja de que los inmigrantes colapsan la sanidad madrileña porque Ayuso cuela a “los menas que se resfrían cuando salen a violar niñas en Hortaleza” –la frase es literal, la pronunció este mismo miércoles en la sesión de control–, Quero llama a recuperar “los barrios de las familias”, del pequeño comercio y un supuesto pasado de esplendor en España que la globalización se ha llevado por delante, junto con las esperanzas de los jóvenes que no pueden emanciparse antes de los 40.

La irrupción de Quero en Vox, que ya ha escalado hasta la portavocía adjunta en el Congreso destronando a Ortega Smith, ha encendido alarmas en algunos sectores de la izquierda por su fórmula para acercarse a un electorado que hasta ahora se mostraba esquivo a Vox. Expertos como Federico Finchelstein han analizado otros casos en los que formaciones de extrema derecha introducen cuestiones históricamente vinculadas a la izquierda. “La percepción de estancamiento económico y social abre espacio a relatos mesiánicos”, con los que estos partidos “capitalizan la frustración ofreciendo atajos con retórica simplificadora”, explica.

El “rollo de la vivienda” de Quero va de que “Anselmo y Ana”, dos personajes –ficticios, pero es de suponer que muy españoles– no pueden formar una familia ni mudarse a un piso en propiedad por culpa de la globalización, de las políticas de Ayuso que prima la llega de fondos inmobiliarios extranjeros y sobre todo de que las viviendas sociales se reservan a los inmigrantes. “Es un discurso xenófobo basado en una política del odio, típico de los nuevos populismos de extrema derecha”, señala Finchelstein, autor entre otros del libro Aspirantes a fascistas (Taurus, 2025).

El ejemplo francés

Antes de ascender a la primera línea del partido, Hernández Quero fue formado durante años en el ISSEP, la franquicia española del instituto creado por Marion Maréchal Le Pen en Lyon. Es de Francia de donde proviene precisamente este tipo de discurso denominado ‘chovinismo del bienestar’ tan explotado por el lepenismo, o más concretamente por el marinismo: es Marine Le Pen la que corta con el relato ultraliberal del entonces Frente Nacional en el contexto de la crisis de 2011. “Le Pen utiliza muchísimo ese mensaje para penetrar en las clases trabajadoras o las periferias, o incluso en clases medias pauperizadas por la debacle económica posterior a 2008. Y eso es lo que está haciendo Vox”, analiza el historiador. 

Quero pronuncia discursos en los mítines que hasta ahora eran patrimonio de la izquierda, sobre cómo empeora la salud mental no tener una vivienda, sobre aquellos que viven “en chalés de lujo con piscina climatizada” y que predican “escasez desde la abundancia” y cita al PSOE, pero también al Partido Popular como una “casta corrupta”, una “pinza de los poderosos contra la gente normal”.

En vez de proponer medidas concretas, distorsiona y relaciona imágenes de fantasía sobre pasado y presente con un problema económico al que no da respuesta alguna. Esa demagogia y la capacidad de mentir y modificar la realidad según le conviene es parte de la marca Abascal

Federico Finchelstein profesor de la New School for Social Research de Nueva York

Pero la nueva música y letra de Vox no acaban de casar con sus políticas, porque el partido ha votado recientemente junto al PP contra las subidas de impuestos a los fondos inmobiliarios, tanto en la Asamblea de Madrid, como en el Congreso de los Diputados. El pasado 7 de noviembre, la formación de Abascal votó contra una reforma del impuesto de transmisiones patrimoniales –el que grava las ventas de las viviendas de segunda mano, actualmente en el 6% en la región– que pretendía bajar el tipo a los primeros compradores hasta el 2% e ir incrementando el impuesto a medida que se adquieren segundas y terceras viviendas, hasta llegar al 20%. PP y Vox votaron en contra y frustraron el cambio impositivo, igual que hicieron con una iniciativa similar cinco días más tarde en el Congreso: una propuesta de ERC que planteaba imponer un impuesto especial a los propietarios de tres o más viviendas y eliminar los beneficios fiscales para las socimis. La abstención de Junts y PNV fue decisiva para el fracaso de la medida.

En el debate en la Cámara Baja tomó la palabra el propio Quero, para votar en contra de su propio discurso y evitar la creación del nuevo impuesto a los acumuladores de pisos que definió como “un nuevo placebo fiscal para tratar de acallar la comprensiva desesperación y rabia de la gente”. Quero se quejó de que la propuesta aludía solo al IVA que grava las viviendas nuevas y defendió que la entrada de fondos se produce sobre todo en viviendas de segunda mano, las mismas para las que Vox había rechazado cinco días antes la subida de impuestos en el parlamento de la región. Al responder a Rufián, Quero aludió a otra pareja imaginaria: “Iván y Julia [pronunció Yulia, en catalán] quieren comprar su primera vivienda en Cornellá”, soltó antes de plantear ideas para bajar los precios de la vivienda, entre las que incluyó “el cierre de las fronteras a cal y canto”.

La identificación con los problemas económicos y sociales sin resolver es una de las claves del ascenso de las derechas radicales. Y se desarrolla sobre todo a través de un nacionalismo cargado de tintes xenófobos y etnicistas, y del señalamiento de un enemigo, que pueden ser las élites globalizadas o el inmigrante que llega en patera a “robar el trabajo” a los locales. En el discurso de Vox de las últimas semanas caben ambas cosas.

La extrema derecha plantea una “guerra sacrosanta” contra “los códigos opresivos de las élites globalizadas y políticamente correctas. Las mismas élites que ocasionaron la crisis financiera, causaron el empobrecimiento de las clases trabajadoras” pero que también, según ellos, “conspiraron con las ONG y grupos de interés judeo-masónicos para reemplazar la fuerza laboral local por migrantes de países en desarrollo”, describe Giuliano da Empoli en su libro Los ingenieros del caos

Los inmigrantes, pero no todos

El enemigo, en cualquier caso, está siempre fuera. Las multinacionales o misteriosos lobbies bienpensantes pueden ser responsables de la explotación y la precariedad de los trabajadores, pero nunca las empresas nacionales, nunca los grandes tenedores de vivienda presionando sobre los precios del alquiler. De ahí su voto en el Congreso y la Asamblea de Madrid en las últimas semanas. El enemigo identificado es el migrante que llega sin papeles supuestamente a competir por el trabajo y los beneficios sociales de los obreros españoles. Pero también de inmigrantes que viven en España “legalmente”. 

Esa es otra evolución en el discurso de Vox que Forti, profesor de la Universidad de Barcelona, vincula a un mero cálculo electoral. El partido abandona el discurso criminalizador de todos los migrantes para convertir a algunos de ellos, los que están regularizados, en víctimas de las mismas dificultades que los españoles. Ha pasado de pedir la deportación masiva de ocho millones de personas a hablar del paro de los magrebíes. “Las estrategias comunicativas de formaciones como esta tienen una altísima dosis de tacticismo. Pueden cambiar de posición muy rápidamente e incluso contradecirse, y eso da igual. No buscan coherencia, sino responder a lo que les van indicando las encuestas”, explica Forti. 

Pueden cambiar de posición muy rápidamente e incluso contradecirse, y eso da igual. No buscan coherencia sino responder a lo que les van indicando las encuestas

Steven Forti Historiador experto en extrema derecha

La semana pasada, Vox presentó en el parlamento regional una enmienda a la totalidad contra los presupuestos de Ayuso. Habló del “colapso” de Madrid, y señaló a los culpables: “Los servicios públicos colapsan con la llegada de los inmigrantes”. Y pese a admitir los problemas de la sanidad y la educación, exigió nuevas rebajas de impuestos a Ayuso: “Son unos presupuestos que superan en 8.000 millones de euros los de 2022, que suponen esfuerzo fiscal mayor para todas las familias, 2.000 millones más que se soportan en un aumento de 1.000 millones en el IRPF, en un impuesto de patrimonio de más de 600 millones que la presidenta prometió devolver en rebajas fiscales a los españoles, en un impuesto de sucesiones y donaciones que no acaba de desaparecer [...] El acceso a la primera vivienda sigue teniendo impuestos como el ITP y el AJD que hacen para los jóvenes y para las familias muy difíciles el acceso a la vivienda”.

Sí, la diputada se quejaba del mismo impuesto que la izquierda había planteado rebajar para la compra de la primera casa a cambio de cobrar más a los tenedores de dos o más viviendas y que Vox y PP habían tumbado solo unos días antes.

Por palmarias que sean algunas de sus contradicciones entre el discurso y lo que Vox sigue votando en los parlamentos, la extrema derecha está decidida a desplegar todo su arsenal en el sur de Madrid: mítines, campaña en redes... Su nueva portavoz en la Asamblea, Isabel Pérez Moñino, abogada de profesión y quien sustituyó a Rocío Monasterio, graba vídeos paseando por Getafe con ese nuevo discurso aparentemente conciliador en el que también defiende “medidas normales” que beneficien a los españoles: “nada radical”. Pérez Moñino, que carga contra Ayuso en las sesiones parlamentarias, también acusa a la izquierda de “traicionar a los trabajadores” con sus “problemas de ricos para ricos” mientras identifica a Vox con “el sentido común” y las necesidades de la gente.

El partido de Abascal intensifica su campaña en el sur de Madrid aupado sobre unas encuestas apuntan a un crecimiento sostenido de Vox desde que rompió sus coaliciones con el Partido Popular y más acentuado durante los últimos meses en que ha seguido creciendo entre la población joven masculina y ha ido cosechando más y más apoyo en los sectores con trabajos menos cualificados.

En el CIS de agosto, la extrema derecha registraba un 20,2% de intención de voto entre ocupaciones elementales (las que requieren menor formación), un 25,8% entre oficiales, operarios y artesanos, y un 41,2% entre operadores de maquinaria y ensambladores. En todas estas categorías superaba con holgura tanto a PP como a PSOE. El último barómetro sitúa a la formación de Abascal en el 18,8% de los votos, y entre los jóvenes de 18 a 24 años triplica al Partido Popular. En los últimos plenos del Congreso Abascal repite que también hay trasvase desde el PSOE y asegura que 350.000 personas que votaron a Sánchez en 2023 apoyan ahora a su partido.

En Madrid, sin embargo, el partido sigue teniendo un problema porque compite contra el ala más radical del PP, de la mano de Isabel Díaz Ayuso, que con su discurso antisanchista muerde entre el electorado de la extrema derecha en aquellos estratos de población donde suele cosechar mejores resultados en el resto del país. “De ahí que esta estrategia se despliegue sobre todo en las áreas metropolitanas del sur, donde podrían crecer”, analiza Forti. La fórmula es sencilla: señalar a los partidos clásicos –PSOE y PP– como cómplices de las élites opresoras y gestores fracasados, y situar como enemigo máximo al migrante ‘por venir’, porque esto puede calar en migrantes que llevan tiempo en España –y que tienen o tendrán derecho a voto– que pueden entender como ‘amenaza’ a otros que lleguen para disputarles su posición como fuerza laboral. “Es lo que ha hecho Trump con el voto latino”, confirma Forti. 

Esos malabares discursivos de Vox y la elección de nuevos portavoces al estilo de Quero intentan sumar base electoral en este sentido, con un discurso que apela a los extranjeros regularizados, las clases trabajadoras y también las clases medias pauperizadas que no tienen una posición tan beligerante con los migrantes. Algunos de los veteranos y de quienes ya no están lo contemplan como un proceso de “podemización del partido”. Que de momento son solo palabras. A la hora de votar sobre vivienda, sanidad y servicios públicos, Vox sigue donde siempre.

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