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Aceptar o no que nos lean el cerebro

Neil Harbisson es el único 'cyborg' reconocido por un gobierno como portador de un ojo cibernético.

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El implante de cámaras o microchips suena a ciencia ficción todavía entre la mayoría de nosotros. Todos sabemos, por supuesto, cuánto avanza la biociencia y a veces se abren paso esperanzadoras noticias como el reciente trasplante, en EEUU, de un corazón de cerdo manipulado genéticamente para salvar a un hombre que, desde principios de mes, se recupera sin rechazarlo. Mientras, nos bombardean con lo del metaverso, un pseudouniverso paralelo donde supuestamente todos estamos abocados a crearnos avatares para dedicar aún más tiempo y gastar más dinero de lo que ya nos sonsacan vía redes sociales y videojuegos.

Esto de los metaversos –tan certeramente ridiculizado en esta divertida campaña turística de Islandia– es la gran apuesta de Facebook y Microsoft porque, como bien explica Clarissa Véliz, experta en Ética e Inteligencia Artificial de Oxford, dada la actual expansión de las redes sociales su única forma de crecer es ampliando los usuarios ¡de 6 a 9 años! y logrando que hagamos aún más cosas en Internet. Su objetivo siempre es conseguir nuestros datos para lucrarse con ellos, así que si tenemos reuniones de trabajo en el metaverso, si salimos con colegas, viajamos, practicamos deportes… ligamos o follamos en el metaverso ellos extraerán muchos más datos nuestros de los que ya vampirizan. Con poco control y protección de nuestros estados democráticos. ¿Alguno?

La norma europea para la protección de datos que se aprobó con gran alharaca es, convendréis conmigo, un paripé engorroso por el que acabamos pulsando “Aceptar todo”. Cuando, además, como expuso Daniel Otalecu, director de la start up Securekids en el debate 'Infancia y Juventud: ¿enganchados a las pantallas?', rechazar las cookies es cerrar ventanas mientras los sistemas operativos tienen siempre abiertas de par en par para ellos las puertas de nuestras casas.

Los neodioses de las tecnológicas, desde el neoOlimpo de Silicon Valley, mandan por todo el orbe a sus neoprofetas, como Jordan Saphiro, que vende libros y da entrevistas instando a entregar móviles a los niños como tarde a los 7 años. Ello pese a las evidencias de daños por adicción a las pantallas y redes que sufren los adolescentes, denunciadas por la ex ejecutiva de Facebook Frances Haugen en el Senado de EEUU, evidenciadas por documentales como El dilema de las redes sociales o, aquí en España, por el informe de Unicef “Impacto de la tecnología en la adolescencia”.

Los avances biotecnológicos que dan fundadas esperanzas para el tratamiento de discapacidades no deben cobrarse, como peaje, el saqueo de nuestra información cerebral. Por eso urge legislar.

En este contexto, el pasado 5 de enero, dos expertos españoles que afirman haber sido convocados en noviembre por el Consejo de Seguridad de EEUU, conceden una entrevista a El País. Se trata del neurocientífico Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia, y el ingeniero Darío Gil, director mundial del área de investigación de IBM. El primero asegura categórico:

“Tener un sensor en la cabeza será de rigor en 10 años, igual que ahora todo el mundo tiene un teléfono inteligente (…) Nos vamos a convertir en híbridos. Va a ocurrir sí o sí.”

Según los entrevistados, sucederá porque se nos distribuirán los dispositivos de forma masiva y barata y se arrinconará a quien se resista a pagar, operar con sus bancos o pedir citas médicas por interfaces que no sean la mental.

Días después, un editorial de ese periódico entusiasta con la perspectiva de implantes, desde “los chips de electrodos en el cerebro” que desarrolla Elon Musk a gorras, cascos o diademas electroencefalográficas “que no requieren cirugía y podrán venderse en el supermercado”, un editorial que acababa justificándolo todo por los usos “valiosos para los discapacitados”, dio un salto mortal con este párrafo que se califica solo:

“Leer el pensamiento de los demás, aunque sea de una forma grosera y primitiva, se convertirá en unos años en un fenómeno de consumo global, nos guste o no”.

Y digo yo: esto del “sí o sí” y del “nos guste o no”, ¿podremos decidirlo los ciudadanos, miembros de sociedades democráticas tan alejadas de la Rusia y China autoritarias? ¿O el hecho de darlo por supuesto es la forma de hacérnoslo tragar como imposición del sabio Mercado?

No concibo mayor espanto, infierno más atroz, que violen la intimidad de mis pensamientos, mis deseos, miedos y sueños. Nuestras mentes son lo más íntimo y sagrado. Y espero, exijo a las autoridades públicas que se dejen de chorradas cortoplacistas y de campañas belicistas, ahora en Ucrania, para abordar de forma seria y urgente la defensa de la intimidad y de la libertad que así no existirá, que peligra, que nos quieren arrebatar.

Los presupuestos de 2022 incluyen por primera vez, a iniciativa de Más País-Equo, la creación de una Agencia Estatal para la Supervisión de la Inteligencia Artificial con cinco millones de euros de la que trasciende poco contenido. Urge un empuje a la altura del desafío.

Un dato: el pasado septiembre Chile ya aprobó la protección de la información cerebral en su Constitución.

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