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Borbón Grecia, árbitro
No había tanta expectación como con el discurso de Nochebuena pero ha resultado más controvertido, en este caso por acción que no por sus omisiones navideñas: en su discurso en la Pascua militar, el monarca ha justificado un mayor gasto militar por la guerra de Ucrania. Y, claro, ha despertado las críticas políticas, el espanto, también los halagos. Ya sé que son dos escenarios distintos y otro formalismo, el pathos impresiona, además, estaba presente la reina consorte que, según los expertos –eso también marca la diferencia– deslumbraba con su vestido.
Cuesta trabajo pensar que el monarca haya ido por libre, que el Gobierno no haya dado su plácet. Y si no el Gobierno, una parte del Gobierno, el que representa Margarita Robles, la ministra que tanto gusta a la derecha y al atlantismo y mejor representa los intereses del perturbador criptogobierno. Los intereses profundos del Estado.
Produce ternura observar la perplejidad de aquellos que pedían el arbitraje del monarca, en su discurso navideño, sobre el conflicto constitucional con el CGPJ y el TC. Se les ha quedado cara de republicanos útiles; pedían con buena voluntad pero, en mi opinión, se equivocaban de advocación.
Nicola Sturgeon, primera ministra escocesa, republicana a lo británico, fue interpelada cuando Isabel II accedió a la petición de Boris Johnson de suspender el Parlamento británico. Ello porque siempre mostrara buenas maneras con la monarquía y reconociera la exquisita neutralidad de Isabel II en el referéndum de independencia de Escocia (hasta le regaló una botella de whisky escocés en vez de ginebra, con lo muy apreciado que es en palacio dicho espirituoso).
Los políticos –explicó Nicola Sturgeon– debemos aviarnos solos y los republicanos debemos exigir el estricto respeto de la ley, no excederla. Mientras menos necesitemos a la monarquía –insistió– más se hará patente su inutilidad
Sturgeon contestó que no pensaba pedirle nada, ningún reproche a la monarca. Los políticos –explicó– debemos aviarnos solos y los republicanos debemos exigir el estricto respeto de la ley, no excederla. Mientras menos necesitemos a la monarquía –insistió– más se hará patente su inutilidad.
Es la tradición británica republicana en una monarquía asentada pero escarmentada desde la Declaración de Derechos de 1689 (Bill of Rights) que dejó muy claro los límites de la monarquía parlamentaria. Isabel II lo sabía, lo supo con Escocia, se jugaba su reino, y lo supo con el Brexit, y eso que se jugaba sus rentas con la pérdida de las generosas ayudas europeas de la PAC. Exquisita neutralidad constitucional, ni un milímetro al republicanismo.
La historia contraria en España tiene muchos ejemplos –no solo la ingenuidad republicana reciente– pero me referiré a Antonio Alcalá Galiano, andaluz de Cádiz, un liberal doctrinario de verdad (lo que se lleva ahora en España es un espantapájaros de liberalismo, un camuflaje, un plumaje). Devoto y lector de Montesquieu, sin embargo, concebía la separación de poderes a la hispánica, a saber: cuatro poderes; los tres clásicos y el poder moderador del monarca. Alcalá Galiano había leído también a Benjamin Constant y no tuvo problema alguno en pasar del jacobinismo a esta peculiar manera de ser monárquico por oportunidad.
Los bienintencionados republicanos españoles están más cerca de Alcalá Galiano que de Sturgeon y ahora, cuando el monarca en el discurso de la Pascua militar se sale, otra vez, de su pellejo constitucional y canta desafinado, se desesperan. Cabría recordarles que los poderes del Estado son tres, la jefatura del Estado no lo es, tiene sus competencias tasadas; órgano tampoco, copio aquí al profesor Pérez Royo, que ha dejado claro cuáles son los órganos constitucionales: las Cortes, el Gobierno y el Consejo General del Poder Judicial. Solo ellos.
Los bienintencionados justifican su petición de intervención de Felipe VI recordando el papel de árbitro que la Constitución española concede al rey que –dice– “árbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. La Constitución, empero, no aclara qué es arbitrar ni moderar ni qué es el regular funcionamiento de las instituciones, aunque el irregular sí que tiene tratamiento o debería. No conviene inventar.
Los ejemplos recientes no permiten afirmar que la monarquía esté sobrada de 'auctoritas' y tampoco de neutralidad, siquiera presupuestaria en su última excursión, como en casos reiterados se ha podido comprobar
Además, los exégetas de la Constitución fundamentan ese papel arbitral en la auctoritas real, no en la potestas. Sin embargo, los ejemplos recientes no permiten afirmar que la monarquía esté sobrada de auctoritas y tampoco de neutralidad, siquiera presupuestaria en su última excursión, como en casos reiterados se ha podido comprobar.
En nuestro acervo no tenemos la Bill of Rights inglesa, quizá una non nata ley de la Corona podría valer pero ni se espera. Es decir, si me permiten el símil pelotero, el árbitro no tendría, si pitare, ni reglamento ni linieres ni VAR ni nevera, así que ya saben los bienintencionados.
De todas maneras, como consuelo para los más dolientes, cabe atender el discurso de la Pascua sanitaria y la Pascua educativa, es un poner, en donde el colegiado Borbón Grecia quizá pida y justifique más gasto en sanidad y educación públicas.
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