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Guillermo Fernández: “Vox aspira a ser el think tank del PP: una vez que eres el cerebro, lo siguiente es sustituirlo”

Guillermo Fernández-Vázquez, autor de 'Qué hacer con la extrema derecha en Europa'

Alejandro Ávila

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El auge de la extrema derecha en España ha pillado a muchos españoles con el pie cambiado, pensando que nuestro país era inmune a ese 12-15% de votantes que en toda Europa, América y otras partes del mundo tienen una visión política ultraconservadora. Una visión nacionalista, identitaria y victimista, que ha sumado doce escaños en el Parlamento de Andalucía y 53 en el Congreso de los Diputados, convirtiéndose en la tercera fuerza, detrás del Partido Popular y el Partido Socialista.

Guillermo Fernández-Vázquez, autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa (Lengua de Trapo), lleva años investigando el discurso y las estrategias de la extrema derecha y ha encontrado en Francia el mejor ejemplo para entender lo que hoy en día ocurre en el resto del mundo. Una de las ideas principales es que asimilar a esta nueva extrema derecha es un error, porque “por mucha herencia que tenga Vox del franquismo, el proyecto es nuevo”.

La provocación, el victimismo o el manejo de la comunicación son algunas de las claves de esta nueva extrema derecha que ofrece una visión “estrecha” de la sociedad y que trata de “empobrecer la democracia”.

¿Qué ocurrió en Francia con el Frente Nacional, que nos permita entender este nuevo fenómeno?

Lo interesante de Francia es que el Frente Nacional ha sido el buque insignia de la extrema derecha. Este mundo político está buscando un nuevo espacio político que ocupar. En el caso de Francia, ese espacio ha sido transversal, buscando una especie de partido que va más allá de derecha e izquierda. Bajo el paraguas del soberanismo trata de defender el estado del bienestar sólo para los individuos nacionales, una política muy dura contra la inmigración y un nacionalismo entendido en términos esencialistas.

¿En qué se parece a Vox?

En España, vemos que Vox trata de hacerse un hueco en el panorama político y a la vez ideológico. Existen dos corrientes: una corriente que se parece más al Frente Nacional, que busca aunar el nacionalismo español con algunos guiños sociales. Y luego la corriente de Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, que pone el énfasis en el conservadurismo moral y el neoliberalismo económico.

¿Cuál de las dos opciones da más votos?

El camino electoral de Vox sería más sencillo si abandonaran la defensa de una concepción muy ultracatólica de la vida y la defensa a ultranza de lo que ellos llaman el derecho a la vida. Y su posición tan contraria al matrimonio homosexual. Les iría mejor porque la mayoría de los españoles no comparten sus posturas sobre el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual. Tardará mucho en abandonar esta postura porque es deudor de sus orígenes: una escisión del Partido Popular, orientada a criticar alGobierno de Rajoy por no haber derogado la ley del matrimonio homosexual, el aborto y ser demasiado tibio con el independentismo vasco.

En Andalucía, hemos visto a Monasterio manifestándose contra un centro de menores extranjeros.

Vox lleva un año aplicando la estrategia de la provocación y de llamar la atención. La usó Le Pen en los años 80 y 90 y la emplea Trump. Los medios están pendientes y escandalizan a la izquierda. Es efectiva. ¿Cuál es el contenido de la provocación? Suele ser muy sectario, aludiendo a inmigrantes musulmanes, y en el caso de Andalucía, al legado musulmán. Es una visión muy estrecha de lo que significa España o ser español, que excluye de la población a mucha gente.

¿Cuál es la estrategia de la extrema derecha a medio y largo plazo?

La estrategia en España y en Europa es reemplazar a la derecha clásica y convertirse en la fuerza hegemónica de toda la derecha. Con la provocación y tratar de condicionar al Partido Popular, aspiran en convertirse en la fuerza hegemónica desde el punto de vista cultural, el think tank del PP. Una vez que eres el cerebro, lo siguiente es sustituirlo.

¿Es lo que le ha pasado a Ciudadanos?

Es lo que está pasando en Europa. Eso ha pasado en Italia, Francia y va camino de suceder en otros países.

De los tres adversarios de derechas que tenía el PSOE, el más débil era Vox. ¿Lo ha alentado en las últimas elecciones?

Ha existido esa tentación. Ya ocurrió en Francia, en los años 80, que el partido socialista le dio alas a Le Pen, para perjudicar a la derecha. Y lo ha reconocido. Claramente, el PSOE coqueteó con esta estrategia en abril, para hacer un llamamiento anti Vox y le funcionó. Pero pensar que lo podía hacer en noviembre es de una gran irresponsabilidad, para que muchos votantes, asustados por Vox, votaran. Pero 'Que viene el lobo' dos veces, no funciona. Ha sido frívolo.

¿El discurso antiélite de Podemos ha podido prepararles el terreno de alguna forma?

Yo creo que lo que realmente ha aupado a Vox es la enorme sensación de vulnerabilidad identitaria que sienten muchos españoles. La idea de que quiénes son está en peligro. Ante esta cuestión, la izquierda no debe encerrarse en la madriguera, sino ser valiente y tratar de pensar la cuestión territorial identitaria desde un punto de vista de izquierdas. No puede dejarlo de lado.

¿Una de esas identidades en peligro es la del ‘macho herido’?

El éxito de Vox ha sido ser capaz de interpelar a muchas supuestas ‘identidades en apuros’, entre comillas. Ser divorciado, taurino, cazador, las tradiciones… Vox ha sabido interpelar a todas esas identidades que se sienten heridas y politizarlas.

¿Cuál debe ser la estrategia frente a la extrema derecha?

La primera pulsión es escandalizarse. Preguntarse cómo es posible que alguien diga esto y, por extensión, cómo es posible que tanta gente esté votando esto. Más allá de esta cuestión, hay que pensar cuáles son los malestares de fondo a los que Vox está dando una respuesta. Ahí es donde la cuestión territorial resulta muy importante. Igual que la extrema derecha se está apropiando del concepto de libertad, me preocupa que haga lo mismo con la igualdad.

¿Cómo contaminan el debate público?

Lo contaminan maniatando a la izquierda. Encierran a la izquierda en cuestiones morales, en vez de políticas. La izquierda puede presumir de valores, pero sobre todo tiene que procurar que podamos hablar de inmigración, pero en los términos que queramos, para que la derecha no sea la única que parezca que tiene soluciones. No podemos dejar que la extrema derecha sea la única que, supuestamente, tenga una solución para Cataluña, la despoblación o la inmigración.

¿Hay alguna manera de frenar su viralidad en redes sociales?

Creo que así como en 2014, a todos nos pareció que Podemos había innovado en el territorio de la comunicación, ahora el mundo progresista se ha quedado un poco atrás y que actualmente quien lleva la delantera es la extrema derecha. Una de las estrategias de Vox fue tratar de influir en la versión digital de los comentarios de los diarios. Cada vez que había una noticia sobre Vox, que solía ser más bien crítica, la inmensa mayoría de los comentarios eran favorables a Vox y contrarios al periodista. La mayor parte de los lectores pasan más tiempo con los comentarios que con la noticia. Como no pueden influir en el periodista, pueden intervenir en la opinión pública. La extrema derecha va varios pasos por delante.

¿Nos equivocamos llamando fascistas a esta nueva extrema derecha?

Yo creo que sí. Nos equivocamos. El primer síntoma es que ellos son capaces de ironizar con eso. En el mitin de Vistalegre de 2018, Abascal terminaba todas su frases diciendo: “Sí, somos fachas, muy fachas”. No les duele, se lo toman como una broma. Cuando llamamos a Vox fascista, transmitimos la idea de que el proyecto de Vox es reinstaurar el franquismo.

¿En qué sentido?

Un ejemplo de eso es cuando Vox dice en público que está dispuesto a ilegalizar a los partidos nacionalistas e independentistas, pero también los partidos que no renuncian al marxismo. En un país gobernado por Vox, España se parecería a lo que es Polonia o Hungría. Sería una desgracia y una democracia limitada: aceptamos pluralidad pero solo hasta cierto punto. Se permite una pluralidad, pero entendiendo sociedad, economía y política de una determinada manera. Todo lo demás, en tu casa. Es algo muy malo, pero no es franquismo ni fascismo.

¿Están organizados a nivel global?

Creo que hubo el intento de Steven Bannon de ejercer un directorio sobre los partidos de la extrema derecha europea, pero no funcionó. Lo que hay ahora son contactos e influencia mutua. Vox está cambiando muy rápido, porque aprende rápido de la experiencia de la liga en Italia o del Reagrupamiento Nacional de Francia. Se influyen mutuamente a nivel ideológico, pero sobre todo a nivel de técnicas comunicativas. Se asesoran unas a otras. A nivel ideológico, la influencia más potente en Vox la que ejerce la sobrina de Le Pen, una persona muy conservadora en lo moral, obsesionada con la identidad y liberal en lo económico. Vox la considera una referente. Vox repite ahora las mismas frases que Marion Marechal Le Pen dijo hace año y medio.

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