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“Las historias han permanecido enterradas en las fosas comunes, con los muertos”

El presidente de la Asociación Pozos de Caudé, Francisco Sánchez.

Elisa Alegre Saura

Teruel —

Francisco Sánchez, Paco, atiende a los periodistas con el mismo tono de voz acogedor con el que se acerca a los ancianos que han guardado durante décadas una historia de miedo y sufrimiento de la Guerra Civil y la Dictadura. A pesar de los esfuerzos que hacen organizaciones como la Asociación Pozos de Caudé en Teruel, que él preside, asegura que hay gente que morirá sin abrirse y “sin contar la verdad de lo que sufrió para evitar a sus familias el dolor”.

Con la inauguración de la exposición Donde germinan los silencios se toma un respiro después de los días de ajetreo de las XII Jornadas de Memoria Histórica, que organiza la asociación, y que este año han estado dedicadas a visibilizar la represión que sufrieron las mujeres, doblemente castigadas en muchos casos, por ser republicanas y por ser mujeres.

Ultimando los detalles de la muestra, que podrá verse hasta el 27 de mayo atiende a eldiario.es para hablar de familias, de verdad y de memoria. Esas palabras son las que más repite al pedirle que hable de la asociación, constituida como tal en 2004, pero con una trayectoria que arranca en 1978. “Entonces comenzamos a ir a los pozos de Caudé a recordar a nuestros familiares”, primero el 1 de noviembre y luego se hizo coincidir con el 1 de mayo.

“Los nietos no tenemos que heredar los rencores de la Guerra Civil”

“No había archivos, y los vecinos, en muchos casos, tampoco han ayudado porque era una historia que creían que era mejor no remover”, dice Francisco, que, junto con otros miembros de la asociación, ha dedicado muchas horas a convencer a víctimas y vecinos de que la historia necesita ser contada.

Deja claro que en ningún momento buscan “reabrir heridas o venganzas, sino abrir vías de encuentro con gente que tiene que pedir perdón”. Tratan de que no se pongan impedimentos a, por ejemplo, la retirada de monumentos al Franquismo: “Han estado unos años y ya es hora de que desaparezcan estos símbolos que honran a un dictador”, y vayan si hace falta a museos, admite, “pero fuera de las plazas de los pueblos”.

Explica que “hay que hablar de la guerra y de lo que pasó con libertad, porque ya ha pasado suficiente tiempo”. Lo sabe por experiencia. Su abuelo y su bisabuelo fueron fusilados y también fue asesinado un tío suyo en la posguerra. Cree que hay espacio para el entendimiento: “Tengo amigos íntimos en el pueblo que sus abuelos fueron los que vinieron a buscar al mío para fusilarlo, y nunca ha habido reproches. La responsabilidad es de quien lo hizo, los nietos no tenemos que heredar los rencores. La vida continúa y tenemos que entendernos”.

A Francisco le ha tocado mediar entre esos odios y rencillas: en un pueblo de Teruel intervenía el hijo de un ejecutado y enterrado en una fosa común, que reprochaba a algunas personas que había entre el público, vecinos del pueblo, que no hubieran dicho el lugar donde estaba enterrado. Francisco les explicó que no estaban allí para eso, para buscar enfrentamientos, y echando mano de talante puso calma en el mejor ejemplo de la filosofía de trabajo de esta asociación.

Hay ternura y cercanía en su manera de pronunciar cada palabra, cada recuerdo, lejos del revanchismo del que acusan algunos a cualquier iniciativa relacionada con la memoria histórica.

El papel del Gobierno de Aragón

Con el programa Amarga Memoria del Gobierno de Aragón, la asociación turolense encontró, como las del resto de la Comunidad, un importante apoyo en la anterior etapa del Ejecutivo socialista; pero el Partido Popular, a su llegada al poder, disolvió al equipo de trabajo que lo desarrollaba y dejó el presupuesto a cero. “Habríamos desparecido si hubiera una necesidad imperiosa de esos medios”, recuerda, pero, al margen de la paralización de algunas exhumaciones, “ha sido un revulsivo porque incluso ha aumentado el número de socios y las ganas y la ilusión de la junta”.

Ahora afrontan el futuro con optimismo después de que la Administración autónoma les haya trasladado que están preparando una ley de memoria histórica, al igual que han aprobado otras regiones como Cataluña, que podrían remitir a las Cortes este mismo año. Y también que se van a incluir contenidos en los colegios sobre la Guerra Civil: “No se trata de rechazar todo lo anterior, sino de que se contemple esta parte de la historia”.

No es fácil sacar a la luz estas historias, a pesar de los años y de la labor de asociaciones como la suya. Un ejemplo es el relato que cuenta de un pueblo al que acudió para preguntar por una casa que había servido como hospital, el año en el que las jornadas organizadas por la asociación se dedicaron a los brigadistas.

“Cuando llegamos al pueblo había cuatro o cinco abuelos al sol y al preguntarles por esa casa nos dijeron que no sabían nada”, pero pocos meses después, cuando volvieron ya con una foto de la casa encontraron a tres de esos abuelos y esta vez sí que les indicaron donde estaba la casa, y hasta les acompañaron. “Pero, ¿por qué cuando vine la otra vez no me dijeron dónde estaba si ya lo sabían?” les preguntó Francisco, a lo que ellos respondieron: “Es que no estábamos solos, había de la otra cuerda”.

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