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Pau Rodríguez

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“Mientras la pandemia ha dado un vuelco a toda la sociedad y se ha erigido como el mayor acontecimiento de este principio de siglo, ha habido otras crisis”, advertía en mayo Jean-François Leroy, director del 'Visa pour l'Image'. Lo decía pocos meses antes de la salida de las tropas de Estados Unidos de Afganistán y la caída del país en manos talibanes, un suceso que ha recordado a una parte del planeta, la que vive ajena a los conflictos bélicos, que todavía son muchas las guerras abiertas y las que han dejado inacabables secuelas.

Desde las largas contiendas armadas de Siria y Yemen, que suman cientos de miles de muertos y desplazados, hasta las recientes escaladas en Etiopía o el Alto Karabaj, “los fotoperiodistas siempre han estado ahí, proporcionando reportajes de un valor incalculable sobre estos capítulos de la historia”, reivindica Leroy. Unos trabajos que tienen en el 'Visa pour l'Image', que se celebra estos días en Perpiñán (del 28 de agosto al 12 de septiembre), un fiel y reputado aliado contra el creciente desinterés mediático por estos conflictos. 

El certamen rinde tributo a las coberturas en Siria, en el décimo aniversario del inicio de la guerra, con sendas exposiciones del equipo de la Agencia France Presse (AFP) y de una selección de 16 fotoperiodistas locales. También profundiza con hasta tres galerías en Etiopía y, en particular, en la guerra civil desatada en la región del Tigray, que ha provocado la huida de más de dos millones de personas y ha condenado al 90% de la población a la hambruna. 

Pero el mayor protagonismo de esta edición se lo ha llevado un fotógrafo anónimo. Es el reportero gráfico que cubre las protestas contra el golpe de estado en Myanmar –la antigua Birmania– para la cabecera norteamericana The New York Times. Según explica él mismo, lo ha tenido que hacer hasta el momento sin hacer público su nombre por miedo a represalias. Para él ha sido el premio Visa d'Or News Award. 

El enigmático reportero, criado en Yangon, lleva años retratando los conflictos sociales del país, incluida la crisis con los Rohingyas, para The New York Times. Pero desde que el Ejército tomó el país, el pasado 1 de febrero, ha vivido un auténtico calvario para documentar las movilizaciones. Hasta ahora ha habido más de 800 fallecidos y 4.000 detenidos entre los manifestantes, a los que se añaden 70 periodistas arrestados. 

“Sobre el terreno, hemos tenido que dejar de usar cascos con la inscripción de prensa cuando nos hemos dado cuenta de que los soldados tenían como objetivo a los fotógrafos”, relata este profesional. Desde febrero, dice, no solo ha tratado de informar sobre la situación, sino que ha tenido que escapar de las fuerzas del orden. “Escondiéndome en distintos pisos con la ayuda de ciudadanos, y moviéndome de sitio en sitio al atardecer para evitar los registros policiales de noche y las detenciones”, ha dejado escrito para el ‘Visa'.

Explica incluso un episodio, el 31 de marzo, en el que los militares trataron de arrestarlo cuando llegaba a su coche, pero pudo escapar. “Me apuntaron a mí y a otros reporteros que estábamos en el coche. Para mi sorpresa, logré acelerar y salir de allí antes de que pudiesen disparar”, relata el laureado fotógrafo. 

Fotoperiodistas locales en Siria y Gaza

Igual que en Myanmar, en las exposiciones dedicadas a la mayoría de conflictos se aprecia la importancia decisiva de los fotoperiodistas locales y el riesgo que asumen para retratar las guerras que les rodean.

En el caso de la franja de Gaza, en Palestina, la joven reportera Fatima Shbair, de 24 años, retrata Una vida bajo asedio. “La guerra de Gaza de 2021 fue la experiencia más difícil. Era la primera guerra que cubría durante tanto tiempo; once días sin parar, y preocupada por mi familia que vive en el norte. Tuve que encontrar un equilibrio entre trabajo y familia”, relata.

Shbair captura no solo las escenas de la escalada de bombardeos israelís sobre la franja, sino también el día a día en la “cárcel al aire libre” que dice que es Gaza. “Docenas de personas mueren cada día simplemente porque no pueden marcharse de Gaza para someterse a un tratamiento, y los campesinos y residentes son un objetivo constante a lo largo de la frontera israelí”. 

También las dos exposiciones dedicadas a Siria tienen algo de homenaje a las decenas de ciudadanos locales que, con mayor o menor experiencia, decidieron coger una cámara para hacer llegar al mundo el sufrimiento de su pueblo, con medio millón de fallecidos desde que la Primavera Árabe en el país se convirtió en una larguísima guerra civil. Por un lado, está la galería Diez años de conflicto vistos por 16 fotógrafos sirios, que han aportado su propia selección. Y, del otro, Siria: una década de guerra, elaborada a partir de una treintena de fotorreporteros de la Agencia France Press (AFP). Muchos de ellos son también jóvenes sirios. 

“Muchos nunca habían trabajado de periodistas antes de la guerra y solamente habían cogido una cámara como forma de pedir ayuda. Muchas fotos transmiten el shock que vive la persona detrás del visor”, escribe Jean-Marc Mojon, responsable de las oficinas de la agencia en Siria y Líbano, que abunda: “Los niños heridos miran directo a la cámara como si conociesen quién es el fotógrafo, quizás un vecino o incluso un familiar. Los montones de escombros no son ruinas anónimas, sino que podrían ser los hogares de amigos y familiares”. 

De Etiopía a Nagorno-Karabaj

Uno de los conflictos que ocupan más espacio en el Visa por l'Image de este 2021 es también uno de los más desconocidos, acaso como todos los que ocurren en África. El de la región etíope de Tigray. En noviembre de 2020, el Gobierno del país anunció una acción militar contra el Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT), al que acusaban de atacar unas bases militares. Y aquello derivó en una suerte de guerra civil.

Una de las exposiciones es de Eduardo Soteras (Tigray: Ethiopia's Cascade into Chaos), un fotorreportero argentino que estudió en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y fue fundador del colectivo Ruido Photo. Su labor periodística, y no solo gráfica, fue crucial para destapar y contar al mundo el cruento conflicto que se estaba produciendo en la zona y del que poco se sospechaba, puesto que el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, es un Premio Nobel de la Paz.

Soteras y un equipo de AFP lograron acceso exclusivo a la región. “Las pruebas del sufrimiento de los civiles estaban por todos lados en Tigray. En la ciudad Mai-Kadra, el lugar de una de las mayores masacres durante el conflicto, los supervivientes se ven llorando encima de los cadáveres que yacen en zanjas mientras se cubren la cara para evitar el hedor”, exponen. 

La otra exposición, Huir de la guerra en Tigray, es de la fotoperiodista de The Associated Press Nariman El-Mofty. Ella se centra sobre todo en la crisis de refugiados que sigue a la guerra. Se calcula que más de 60.000 personas han huido a la vecina Sudán, pero el principal problema es el desabastecimiento. Según la ONU, cerca de dos millones de personas caerán en una hambruna si no se actúa con rapidez.

Entre los fotógrafos laureados en el certamen destaca también el francés Antoine Agoudjian, descendiente de supervivientes del genocidio armenio. Con el trabajo Armenios - Un pueblo en peligro de extinción, para la revista de Le Figaro, explica que quiso culminar con retratos del presente toda una trayectoria de años dedicada a rescatar las historias del genocidio. Por ello recibió el premio ICRC Humanitarian Visa d'Or Award.

Como sucedió en 2020, el certamen ha evitado estar marcado por la epidemia de COVID-19, más allá de las medidas de seguridad para los visitantes, pero ello no les ha impedido incluir un par de selecciones que hacen referencia a la pandemia mundial. Una de ellas, sobre la crisis sanitaria en India. La otra, una mirada particular al impacto del coronavirus sobre la crisis de refugiados: Crisis sobre crisis: refugiados y la crisis sanitaria, a cargo de la agencia MYOP y con apoyo de la Comisión Europea.

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