Llegir versió en català
Una de las discusiones de estos últimos días en el ámbito del soberanismo es el estatus que debería tener la lengua castellana en una futura Cataluña independiente. Hay grupos que abogan para que sea oficial con el catalán. Hay otros que opinan que el catalán sea la única lengua oficial con independencia de la defensa de los derechos lingüísticos individuales de cada ciudadano. Los políticos y la sociolingüística no son muy amigos. Los primeros expresan deseos y no tienen miedo de utilizar la lengua como reclamo electoral. Los segundos son profesionales y trabajan sobre datos. Y lo que saben muy bien es que no hay decreto ni ley que a corto plazo invierta ninguna situación lingüística deteriorada. Y a medio, sólo si la conciencia lingüística de la población es bastante firme. En Andorra, con el catalán como única lengua oficial, la situación lingüística de esta lengua está entrando de forma imparable en la minorización (que es la fase previa a la desaparición en un plazo más o menos largo, pero previsible) La misma administración andorrana reconoce que para los inmigrantes, la primera lengua de relación preferida después de suya es el castellano, no el catalán. No basta, pues, con la independencia. Lo que hace falta es la voluntad popular de no perder la lengua. Irlanda pronto llegará al siglo de indepedencia y su lengua, a pesar de la oficialidad, no es vehículo vivo de comunicación ni de referencia a ningún nivel -si no es muy minoritario y tradicional- y vive una agonía larga y melancólica.
En Cataluña, pues, el catalán se normalizará no porque sea la lengua oficial (que ayudaría) sinó porque la gente así lo querrá. Y aquí es donde quería ir como segunda reflexión: Hoy en día la mitad de los catalanes tienen como lengua materna el castellano. El castellano, por razones históricas bien conocidas -y que, por supuesto, no se refieren solo al franquismo- es una lengua arraigada en Cataluña secularmente. Lo que no se puede hacer –tal como hacen personalidades independentistas- es ponerla en el mismo saco que el otro centenar de lenguas que se hablan en Cataluña. Como si el castellano fuese igual que el tagalo, el árabe, el punjabí, etc. Esto no es así. El castellano es especial en nuestro ámbito. Y continuará siéndolo. Aunque sea transitoriamente, debe haber una oferta especial y de grupo -no individual- para todos los catalanes castellanohablantes. No sé si ello debe traducirse en un estatus de cooficialidad. O si se haría mediante una ley que reconociera dicha especificidad. Pero lo que está claro es que todos los catalanes deben sentirse cómodos dentro del nuevo marco legal que abrirá la independencia. Y especialmente los castellanohablantes (los cuales, con su voto, tendrán la clave de esta independencia, por otra parte). Y lo que todavía debe estar más claro es que el catalán, ahora y en el futuro, se salvará por la actitud de los catalanes hacia la propia lengua, no gastando energías para pensar cómo se puede rebajar el estatus de la otra. Es una actitud revanchista muy poco eficiente. Mucho más cuando, como acabo de decir, un buen tanto por ciento de catalanes catalanohablantes todavía tienen mucho camino por recorrer en relación al fortalecimiento de la propia actitud respecto a su lengua. Con independencia o sin ella.
El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.
Llegir Opinions en català aquí.