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“Haber sufrido abusos sexuales de niña me afecta en muchos más aspectos de los que pensaba”

Aina Lanaspa sufrió abusos sexuales por parte de su abuelo materno de los 3 a los 11 años. Ahora ha decidido denunciarlo públicamente

Sònia Calvó

“Desde los 3 hasta los 11 años estuve sufriendo abusos sexuales por parte de mi abuelo. Esta es mi carta de presentación”. Ahora Aina Lanaspa tiene 25 años y por primera vez ha decidido denunciarlo públicamente. “Durante mucho tiempo lo he tenido muy bloqueado y he vivido con ello como si no me pasara nada, pero ahora me doy cuenta que me afecta en muchas más cosas de las que pensaba”, reconoce. Aina explica una experiencia dura, pero varios especialistas en salud mental lo enmarcan dentro de los patrones habituales en casos como el suyo. Habla de abusos durante más de ocho años por parte de su abuelo materno quien, dice ella, siempre lo ha justificado diciendo que estaba enamorado y que era Aina quien lo provocaba.

El caso de Aina no es excepcional. El año 2015, 261 personas hicieron terapia en la Fundación Vicki Bernadet por haber sufrido abusos sexuales cuando eran pequeños. De éstas, 176 eran adultos y 85 menores. De los casos atendidos por la Fundación, el 72% de los abusos fueron dentro de la familia: padres, hermanos, abuelos, tíos y primos.

Laura Rodríguez es coordinadora del Centro Terapéutico y Jurídico de la Fundación Vicki Bernadet. Creada en 1997, la fundación ofrece atención personalizada a las personas adultas que han sufrido abusos sexuales durante su infancia o adolescencia y atiende de manera integral y especializada el abuso sexual. Desde la Fundación explican que sobretodo acuden adultos entre los 30 y los 45 años, especialmente en momentos vitales como cuando se vive la maternidad por primera vez. “El adulto es más autónomo, ya no vive en casa de la familia, no depende de ellos. Todo esto hace que tenga más herramientas y recursos” explica Rodríguez. A menudo, apuntan los expertos, se añade el miedo a que pueda repetirse y volver a pasar lo mismo a los hijos.

“No hay un patrón en términos de que todas las personas que sufrieron abusos en la infancia son de una manera concreta o desarrollan un trauma concreto, no existe el síndrome del niño abusado”, asegura Rodríguez. Sin embargo, sí que hay unos patrones comunes que harán que se desarrolle o no el trauma: la edad de inicio de los abusos, la duración, si el abusador sigue en el círculo familiar, si hubo penetración o no, etc. Según datos de la Fundación entre un 50% y 60% de estos tendrán una sintomatología traumática. Este trauma se verá reflejado en la edad adulta en más de la mitad de los casos, cuando aparecen problemas emocionales, relacionales, conductuales, de adaptación social, funcionales y sexuales.

Falta de interés en torno al abuso sexual infantil y la salud mental

En el informe Resiliencia en niños víctimas de abuso sexual: el papel del entorno familiar y social la psicóloga Noemí Pereda explica que “crecer en un entorno de abusos y malos tratos es un importante factor de riesgo para el desarrollo de múltiples consecuencias adversas, sin embargo hay niños que consiguen superar esta experiencia y convertirse en adultos capaces, sanos e integrados en la sociedad. La capacidad de resiliencia es clave, pero tenemos que saber cómo hacerla desarrollar”.

Según Pereda, que también es profesora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universitat de Barcelona, hay que diferenciar entre las consecuencias psicológicas a corto y a largo plazo. A corto plazo la persona abusada puede presentar problemas emocionales como ansiedad, baja autoestima o sentimiento de culpa así como tener problemas a la hora de relacionarse con amigos y familiares. Por otro lado también puede padecer insomnio o tener problemas con la alimentación y presentar problemas de conducta.

A largo plazo, ya en la edad adulta, se presentan sobre todo trastornos de estrés post traumático, fóbicos y depresiones. Según Pereda aparecen trastornos depresivos, bipolares, conductas autodestructivas, autolesivas o poca autoestima. En cuanto a relaciones la persona que ha sufrido abusos puede encontrarse un mayor aislamiento, ansiedad social, relaciones de pareja inestable u hostilidad mientras que los problemas sexuales pueden desarrollarse en relaciones insatisfactorias, disfunciones, conductas sexuales de riesgo o una maternidad temprana. Asimismo, también pueden presentarse problemas funcionales, tales como dolores físicos sin razón médica que lo justifique. Son ejemplos las cefaleas, las fibromialgias y los trastornos gastrointestinales o desórdenes ginecológicos.

Ante estos problemas, la psicoterapeuta Susana García Medrano destaca la disociación entre cuerpo y mente que presentan los abusados como un aspecto clave a superar: “la persona abusada separa el cuerpo de la mente y esta disociación le quita la posibilidad de poder disfrutar el placer pero la salva del dolor de los abusos”. Con el objetivo de volver a unir cuerpo y mente, García Medrano trabaja la danza movimiento terapia con sus pacientes. “Son procesos largos y complicados. La disociación es inconsciente pero volver a asociarlo debe ser consciente”, afirma.

“Te creo, no fue tu culpa, no volverá a pasar porque ahora estás protegida”

Los profesionales coinciden en que hay un momento clave que puede propiciar o evitar la aparición del trauma: cuando se explica por primera vez el abuso. “Si tu entorno responde favorablemente y te cuentan que todo está bien, te ayudan y te protegen, puedes entender qué pasó. Hay que transmitimos a la persona: 'te creo, no fue tu culpa y no volverá a pasar porque ahora ya estás protegida ”, remarca García Medrano.

Aina lo explicó por primera vez cuando tenía 14 años a un pequeño círculo de amigos íntimos: “Para mí fue una gran hostia, me dijeron: 'no te creo, no tienes pruebas”. Después de eso, Aina no lo volvió a explicar hasta años más tarde a su madre. “Tenía miedo de explicarlo, de romper la familia, sabía que sería un punto de inflexión que marcaría un antes y un después”, recuerda. “Era una época donde mi cuerpo estaba saturado y necesitaba sacarlo de alguna manera. Me llegué a poner enferma, tenía fiebre y me dolía todo”, añade.

Para ella, una de las principales consecuencias del abuso es que creció sin la estabilidad de la familia. “Yo perdí la confianza total en mi familia porque necesitaba ser salvada en un momento concreto y, porque que no lo sabían o porque no hicieron nada, pero no me salvaron. Se rompió la confianza y el apoyo que necesitaba como niña, y eso me ha acompañado siempre”.

El secreto, la clave del incesto

Normalmente los abusos empiezan a una edad donde el niño todavía es muy pequeño y no sabe distinguir entre lo que está bien y lo que no. “Hay un chantaje fuerte del tipo 'el abuelo te quiere, eso es especial para los dos, así juegan los abuelos y las nietas, es nuestro secreto'. Esta es la clave: el secreto ”apunta la psicoterapeuta Susana García Medrano. El secretismo alrededor de esto es lo primero que hace que el niño perciba que hay algo que no está del todo bien. “La erotización de un niño no necesariamente es un asunto violento, puede ser satisfactorio, y reconocer esto a la edad adulta genera un sentimiento de culpa muy grande que hay que trabajar”. Laura Rodríguez, de la Fundación Vicki Bernadet, lo puntualiza explicando que “si a un niño le das un puñetazo sus alarmas saltan, pero si lo abrazas y le dices que es especial y todo el mundo de la familia ama aquella persona que abusa de él, las alertas no se activan”. Es lo que los profesionales definen como una telaraña que los abusadores construyen alrededor de la víctima. Ante esto, Aina explica que ha crecido con la necesidad de complacer a todos de una manera “enfermiza”. “Si no soy o hago lo que creo que esperan de mí, no merezco que me quieran. Soy incapaz de marcar límites aunque me hagan daño. No sé decir que no”, reconoce.

“Reconocer que los abusos sexuales infantiles existen, significa reconocer que te puede pasar a tí”

“Yo no soy la culpable de que abusaran de mí. No me tengo que esconder de nada, pero mucha gente no lo quiere escuchar, no saben qué decirte” explica Aina. Ella se ha encontrado con que muchas veces, al explicarlo, se genera una cierta “sensación de morbo, de compasión y de estigma”. Según Aina “mucha gente no quiere saber la verdad, saberlo significa reconocer que esto ocurre, aquí y ahora, y que te puede tocar”. En relación a esto, Susana García Medrano añade que “la salud mental en general no interesa, por lo tanto no se destinarán recursos a tratar las secuelas que dejan los abusos sexuales en la edad adulta. Nadie quiere reconocer que esto sucede; y si no lo reconocemos, nunca asignaremos recursos y nunca avanzaremos”. Laura Rodríguez matiza, sin embargo, que “cada vez hay más recursos y sensibilización para los niños, el adulto en cambio queda desamparado”. Esto lo justifica por casos más mediáticos como el de los abusos de la escuela de los Maristas de Sants-Les Corts de Barcelona: “Casos así son una excepción, el abuso casi siempre es en el ámbito doméstico, pero estos casos son los que tienen más repercusión mediática”.

El primer paso para romper el tabú es reconocerlo y explicarlo. “La persona debe estar preparada para explicarlo, cada persona lo hará en un momento diferente de su vida, cuando esté preparada o crea que tendrá un entorno que le dará apoyo”, explica García Medrano.

Pero, ¿un adulto tiene donde ir? ¿Qué pasa si no tiene una red social que le de apoyo? “Vicki Bernadet es de las pocas entidades que hay y no dan abasto, están saturados. Falta personal público y apoyo de las administraciones”. Así de directa y clara responde a esta pregunta García Medrano. Aina, desde la vertiente de paciente, también secunda la frase: “A mí me ha faltado alguien que entendiera. Faltan especialistas. Los psicólogos que me he encontrado me han ayudado a crear una imagen de mí donde parece que todo va bien pero no se han adentrado a solucionar el problema de raíz”.

A principios de noviembre, Aina se llenó de valor y finalmente fue a hablar con su abuelo después de años sin saber nada de él: “Después de tanto tiempo pensando que no tendría nunca la fuerza para hacerlo lo, me encontré allí, sola, con él delante. Fue tan desagradable como liberador. Pude deshacerme del silencio, de la rabia y la pena contenidas”. Para Aina, “sus motivos y sus disculpas no tienen ningún peso. Ahora, sin embargo, las piezas rotas se van recomponiendo y me empiezo a reconstruir, justamente en el mismo lugar donde una vez me rompí”.

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