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Castelló recupera y convierte en museo un refugio antiaéreo de la Guerra Civil

Interior del refugio antiaéreo de Castelló convertido en museo por el Ayuntamiento de la ciudad.

Belén Toledo

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Entrar al refugio antiaéreo de la plaza Tetuán de Castelló es pasar de una superficie bulliciosa, llena de terrazas, árboles y personas que toman el aperitivo, a unas escaleras empinadas que llevan a un pasadizo estrecho, oscuro y de atmósfera húmeda y difícil de respirar. La sensación de agobio se acentúa debido a la grabación de explosiones que acompaña al visitante mientras desciende los peldaños.

Así, la ciudadanía que visita el refugio puede hacerse una idea de la angustia de los cientos de personas que acudían a él atropelladamente hace ochenta años, cuando la sirena del Fadrí anunciaba un bombardeo. Allí permanecían durante horas, haciendo gala de un comportamiento solidario y cooperativo, pero también sufriendo momentos de pánico que llegaron a producir muertes debido a las prisas y las aglomeraciones.

Este es el primer objetivo de la recuperación del refugio: que el ciudadano actual pueda recrear las vivencias de sus antepasados. Así lo explicó durante la inauguración la concejala de Cultura de Castelló, Verònica Ruiz, que narró que la labor del Consistorio ha sido adecentar este espacio y convertirlo en un museo para recuperar la memoria democrática de la ciudad.

Ruiz se emocionó hasta casi las lágrimas al recordar a las personas que “habiendo conocido y sufrido la guerra, o habiendo nacido en la posguerra o la dictadura, nunca dejaron de soñar, de creer y de luchar en los valores de la democracia”. El objetivo de la recuperación y apertura al público de este espacio, que ha costado al Ayuntamiento 99.256 euros, es luchar contra la “amnesia” que condena al pueblo que la padece al “fracaso”, explicó la concejala.

El subterráneo alberga paneles explicativos, un audiovisual y figuras a tamaño natural que ayudan al visitante a entender por qué se construyeron los refugios antiaéreos de Castelló y cómo se vivía en ellos. Se explica, por ejemplo, que había 43 refugios públicos y 237 privados en toda la ciudad a los que la población acudió en los 44 bombardeos que tuvieron lugar en los tres años de guerra, la gran mayoría de ellos llevados a cabo por el bando franquista.

Los carteles narran que la construcción fue una orden del Gobierno central republicano y que para cumplirla hubo donaciones de organizaciones vecinales y sindicales, entre otras, e incluso se organizaron sesiones teatrales para lograr fondos. En las obras participaron voluntarios, incluidos mujeres y niños que picaban la tierra y la sacaban mediante en capazos al exterior mediante cadenas humanas. La arena se depositaba en grandes montones que quedaban en la calle.

Dentro del refugio también se pueden leer bandos de la época para regular el uso de la instalación. Las “Instrucciones a seguir por la población civil para casos de alarma”, redactadas en 1937, incluían, por ejemplo, la obligación de que los subterráneos estuvieran abiertos al público mientras durara el bombardeo “siendo responsables directos en caso contrario las porterías o dueños de las fincas en que se encuentren estos refugios”.

Un documento similar publicado en enero del año siguiente pedía a los vecinos la entrada ordenada y que se evitara la “perniciosa costumbre de permanecer en las calles y querer refugiarse aceleradamente al escuchar las explosiones, cosa que ha ocasionado, en el aturdimiento, muertos y heridos”. El bando también explicaba que los hombres debían esperar en la superficie a que entraran las mujeres, los heridos, los niños y los ancianos.

El visitante puede sentarse junto a las figuras de hombres, mujeres y niños que recrean cómo se pasaban las largas horas dentro de este angosto espacio. Es llamativa la representación de un niño que muerde un palo de madera. El objetivo, según explicó Ruiz, es que los infantes no se quedaran sordos debido al estruendo de las bombas.

Hace 81 años que se construyeron los refugios y durante todo este tiempo su memoria ha estado “silenciada por las instituciones”, explicó el conseller de Educació, Vicent Marzà, también presente en la inauguración. Él, oriundo de la ciudad, sabía de su existencia como otras muchas personas porque era una media verdad, un recuerdo borroso y susurrado. Ahora, el aire volverá a correr por sus pasadizos para “que no se pierda nada de la historia pasada”, en palabras de la alcaldesa, Amparo Marco, que cerró el acto de apertura.

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