El chiringuito de PePe
Ya está aquí el veranito, época de chiringuitos a la orilla de la playa (con permiso de la fluctuante legislación de costas). Bien ha captado la coyuntura estacional Telecinco, que ya a final de primavera, con el estío a las puertas, intuyendo las posibles apetencias de la audiencia de una programación más fresquita y aprovechando la moda de los realities sobre cocina y reflotamiento de negocios, está alcanzando muy buenas cuotas de pantalla con la serie “El chiringuito de Pepe”.
Yo la sigo, y no sean malpensados, no recibo comisiones de Mediaset (de momento, nunca sabe uno cuando beberá de esa agua que dijo que nunca bebería, que es muy tentadora en estos lares donde los chanchulletes y chanchullazosle tientan a uno por doquier y teniendo yo encima dos maltrechas profesiones, la de periodista y la de educadora, dos de esas que al poder nunca interesan cuando son ejercidas por gente que le da vueltas al tarro).
Qué quieren que les diga, la serie me ha enganchado. No sólo es que la cadena de Berlusconi lo tenga fácil para superarse (tanta es la sustancia marrón a la que nos tiene acostumbrados), sino que hay que reconocer que el guión, los actores, la ambientación y una buena realización (genial las escenas iniciales del primer capítulo parodiando la cocina de autor) tienen un potencial de éxito. Pero eso no es lo que inclinó la balanza de mi mando a favor de esta producción.
Creo que lo que realmente ganó mi corazón de telespectadora fue la maestría de los guionistas al retratar, con la imprescindible colaboración del actor Joaquín Núñez en el papel de teniente de alcalde de Peñíscola, al prototipo del político corrupto y corruptor, chanchullero y marrullero, el hacedor de esos otros chiringuitos no estacionales, los que han estado funcionando todos los días durante demasiados años en demasiados pueblos y ciudades de esta nuestra Comunidad Valenciana y, por supuesto, de España.
José Luis (que así se llama el concejal en la ficción) es un personaje que oscila entre “lo Berlanga”, y “lo Torrente”; es una parodia, sí, pero que como todas las buenas parodias refleja de forma más gráfica y mucho más cómica (lo que se agradece en época vacacional) la pura realidad. Si no tienen la suerte de tener como yo ya atado el “prime time” de los lunes para librarse así de vagabundear con el mando a distancia por las poco apetecibles ofertas televisivas, les pongo en antecedentes: el teniente de alcalde cumple todos los requisitos de uno de nuestros más vergonzantes tópicos nacionales, el del corrupto. Barrigón; engominado; trajeado pero chorreando horterada; acompañado de correspondiente esposa, rubia teñida y enjoyada de turno, segundona con ínfulas de primera dama y buena pareja para el blanqueamiento de capitales.
El esperpéntico edil saca a relucir sus fajos de billetes sin pudor, compra voluntades, apaña negocietes y tratos de favor en su provecho, pero sobre todo tiene al pueblo en un puño, pues detenta el poder de poner o quitar del mapa económico a cada ciudadano y comerciante.
El escenario, Peñíscola, podría ser cualquier otro en la costa malagueña, o catalana, o en tierras adentro, oye, donde también han cocido habas, aunque el ladrillo al ladito del Mediterráneo tiene un yo qué sé que no se yo, pero creo que no es casual que los creadores de la serie hayan situado el prototipo de inmoralidad política en zona valenciana. Pasadala moda marbellí, la pasarela la manejamos ahora nosotros. Es normal, las habas aquí se han cocido a toneladas, sigue cocinándose la olla sin que sepamos hasta cuándo va a seguir rebosando (cada día las portadas de los diarios arrojan nuevas legumbres calentitas)… Ya hemos criado fama (y me reconocerán que también nos hemos echado bastante a dormir).
Sin embargo, el tópico y la parte de realidad que esconde no son nuevos. Hace unos días leía al maestro Blasco Ibáñez y no paraba de encontrar paralelismos de lo más contemporáneos entre los personajes, situaciones y reflexiones de “Entre Naranjos” y la actualidad. Por cierto, otra serie televisiva recomendable, hecha a partir del libro, que pueden ver en la web de RTVE. Viejos perros con nuevas correas los Brull de Alcira a finales del XIX y los Fabra de hoy en Castellón. No es el de los Fabra el único caso actual en la Comunidad de manejo del poder e influencias en un territorio que parece pertenecerles por derecho de sucesión, pero sí es quizás el más paradigmático: observen la alcaldía y escaño de diputado nacional heredados por los Brull y la sempiterna presencia en la Diputación Provincial de los Fabra.
El caciquismo, el “això ho pague jo” a cambio de pleitesía y el manejo de la administración a medida de las necesidades propias ha sido moneda de cambio tradicional y hay una rancia clase política y empresarial (no toda, por fortuna) que quiere que lo siga siendo. Por suerte (y por méritos de periodistas, políticos de la otra clase, fiscales y jueces, y de una sociedad civil cada vez más organizada y despierta) el chiringuito está en las últimas. Esperemos que en este, al contrario de lo que ocurre con el del entrañable Pepe televisivo, no venga nadie a reflotarlo.
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