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La fama cuesta

Simón Alegre

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Hay una imagen de la España del desarrollismo que me recuerda a la de las colas de los castings para los más variados realities o talent shows. Se trata de una plaza de toros llena. En este aspecto, se adapta mejor el escenario cañí que el formato importado e impostado. Bien podría ser La Maestranza o Las Ventas. Un joven se lanza al ruedo con un capote prefabricado y roba protagonismo al primer espada. Tras los dos primeros pases, jaleados por los parroquianos, la conquista del “sueño español” se desvanece cuando la cuadrilla del torero, siempre solícita, desaloja al espontáneo. De propina, aparte, un par de galletas de la policía de la época.

Emular al Cordobés parecía ser la vía que, por entonces, muchos españoles pretendían explorar para salir de tiesos.

Afortunadamente, el país ha cambiado mucho desde esos tiempos, aunque tampoco es que “no lo vaya a conocer ni la madre que lo parió”, que diría Alfonso Guerra. Toda una generación se ha lanzado a la sobreformación, quizás también por sublimación freudiana de unos padres que no querían vivir con la vergüenza de tener un hijo estudiando F.P. Con los conocidos resultados. Se exporta, más bien se desperdicia, talento. Y el déficit de recursos invertidos en la formación se torna lacerante. Una formación que no redundará en riqueza para el Estado a corto plazo.

Este panorama poco halagüeño, por lo que respecta al sector estudiantil. Para los que también prueban suerte en busca de sus warholianos quince minutos de fama, quedan las largas colas en castings interminables. En formatos faltos de originalidad y que reproducen unas condiciones abusivas relativas al consabido precio de la fama. Tanto en las formas como en el parné, en caso de que hayas resultado ganador.

Si durante el franquismo triunfaba una versión kitsch de la música popular, el envasado americanizado impera a día de hoy. Huelga decir que en estos programas no tienen cabida ni las canciones en lenguas que no sean la del Imperio ni los géneros alternativos. Esto tampoco significa un alegato a favor del rock subvencionado, contradictio in terminis, sino simplemente una constatación por omisión. Por cierto, un inciso, un formato hispano, “La Parodia Nacional”, ganó la Rosa de Plata del Festival Internacional de Televisión de Montreaux en 1997. A veces no es cuestión de copiar, por estos lares siempre ha habido ingenio y arte, más allá del estereotipo.

Por eso, cuando veo que miles de personas se presentan al casting de MasterChef en Valencia, donde 103.853 personas se marcharon durante 2013, experimento cierta disconformidad.

Sí, por una parte, a pesar de tener que soportar a personajes infames, estos programas hacen felices a familiares y amigos de los participantes. Incluso a un sector de la audiencia, que se siente concernida por sus andanzas.

Ya sea por la fama efímera o por dar el salto hacia un futuro laboral mejor, pienso que los de las colas, los que han emigrado y nuestros padres tendrán claro que en algo nos hemos equivocado todos.

Afrontémoslo desde la convicción de haber merecido algo mejor, pero con una feroz revisión crítica de todo lo que se da por hecho y nos perjudica sistemáticamente.

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