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Gigantas

Sandra Gómez

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Entre la Ley de Igualdad que impulsó el Gobierno de Zapatero y este marzo de 2019 han pasado 11 años. Un período breve en la reivindicación de las mujeres, pero un mundo político. En solo ese tiempo España ha pasado a ser una referencia mundial en materia de igualdad. Hemos sido imitados en muchos otros países, también han resonado en nuestras calles con especial intensidad las protestas avivadas por el #metoo y, en definitiva, esta España que queremos nos ha dado a las mujeres y hombres motivos de orgullo. Los avances que admira cualquier persona humanista en el mundo ya no pasaban en otros países y se quebraba ese pesimismo existencial que a veces nos acompaña a las españolas y los españoles llevándonos a infravalorarnos con respecto a otras latitudes.

Hoy contamos con el orgullo de poder ir con la cabeza alta por el mundo o de mirar el futuro, como en la manida frase de los filósofos, a hombros de gigantas. Podemos ver más lejos porque hubo quien nos enseñó a mirar primero. No estaríamos aquí sin las Wollstonecraft, Zetkin, Pankhurst, Beauvoir… Pero tampoco, sin Campoamor o contemporáneas como nuestra Carmen Alborch. A hombros de esas gigantas a ninguna mujer, de esta España de 2019, van a convencernos para dejar de mirar adelante, o nos van a hacer dejar las reivindicaciones todo aquello que aún no tenemos por el hecho de no nacer hombres. No hemos podido votar, ir a la universidad, poder vivir independientemente nuestra vida, decidir sobre nuestra maternidad… para que ahora nos asuste el extremismo de una derecha rancia, con exceso de testosterona y tan retrograda que suena en blanco y negro. No sabemos que este es el siglo de las mujeres para que ahora nos manden callar sobre la violencia machista que tiene más de 1000 mujeres protegidas por la policía local en València, sobre la desigualdad laboral que hace que las mujeres trabajemos gratis desde el 9 d’octubre o sobre el desigual reparto de los cuidados que implica tantas dificultades para que rompamos los techos de cristal.

Y de eso va este 8 de marzo y los próximos meses, de feminismo o barbarie, como resume magníficamente el título del libro de Pilar Aguilar. Tanto como decir, de mujeres libres e iguales o extrema derecha. No hay equidistancia posible, ni el feminismo es radical, ni necesita llevar la etiqueta de liberal. No hay apellidos que ponerle al feminismo porque lo único que se demuestra, por parte de quienes lo hacen, es la necesidad de una excusa para no identificarse con un movimiento que solo busca la igualdad entre mujeres y hombres.

Porque eso es el feminismo y, ya reivindicó Carmen, nuestra propia giganta feminista, València tendrá en mayo un ayuntamiento que impulse su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad.

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