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La importancia de la precisión

Gustau Muñoz

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La claridad en la expresión y la fidelidad a los hechos son una exigencia mínima a la que debe someterse todo aquel que exponga públicamente ideas y argumentos o que aporte información. Especialmente en este último caso la precisión y el sumo cuidado en el relato de hechos y circunstancias es fundamental. Está en juego la credibilidad, ese atributo tan sutil como valioso.

Lo que apunto aquí, ciertamente, elemental. Nadie se mostrará en contra. Todo el mundo coincidirá con esa vieja máxima del periodismo que dice: “Las opiniones son libres, los hechos sagrados”.

Una máxima, por supuesto, de épocas anteriores, hoy maltratada y manoseada, en tiempos de fake news, de tuits insidiosos y de pos-verdad. En la que muchas veces el relato vagamente verosímil o abiertamente falso sustituye la veracidad de la información. Este es uno de los grandes debates derivados del hundimiento de certezas y de estructuras psico-sociales que ha comportado la gran mutación de los últimos tiempos. Viene de lejos, pero se aceleró sobremanera con la Gran Recesión iniciada en 2008. La precarización de casi todo, la proliferación de mensajes no contrastados, la debacle sufrida por la profesión periodística, las decenas de nuevas aplicaciones de las tecnologías de la comunicación, el cambio en los modelos de negocio, la manipulación elevada a la categoría de arte… Todo ello cuenta con precedentes, pero la exasperación actual no. Que todo un presidente de Estados Unidos gobierne, nombre y destituya, a golpe de tuit, la verdad es que resulta abrumador.

Este panorama tan confuso, tan inquietante, me lleva a apreciar aún más el valor de la precisión. La importancia de la veracidad. En los otros, naturalmente, pero también en mi caso particular, personal e intransferible. Hay que empezar por uno mismo. No me dedico a la información, pero tengo relación con ella en diversos niveles. Jamás aceptaría difundir informaciones falsas o claramente erróneas.

Y mira tú por donde, yo mismo incurrí en eso que tanto deploro en un artículo reciente publicado en este mismo periódico (“La banalidad de la corrupción”). En un tema delicado y sensible, que afecta a terceros. Por eso me parece importante rectificar aquí algunos extremos. En síntesis y para que quede constancia.

El artículo era claramente de opinión y se proponía exponer algunos mecanismos de la corrupción y cómo se había “normalizado” y “naturalizado” hasta extremos muy peligrosos en la época del PP. Hasta el punto de convertirse en algo banal, ligado al funcionamiento habitual de las cosas. Mi opinión desde luego no cambia un ápice. Aquello atentaba claramente contra valores básicos de la democracia y además envenenaba algunas fuentes fundamentales y clave para el relanzamiento y la innovación de una economía como la valenciana que ha sabido reinventarse a lo largo de los siglos en base a valores (la decencia, la honorabilidad, el trabajo) que estaban siendo socavados.

Pero ese artículo de opinión se apoyaba en un relato de hechos. Y ahí se deslizaron algunas inexactitudes que ahora quiero corregir. En resumen: el concurso público al que se hace alusión no fue para la elaboración de menús en comedores escolares, sino para cuidadores en los comedores escolares; no se vio afectada por tanto, en este caso, la calidad de las comidas servidas en esos comedores escolares; el servicio que se prestó se atuvo a todas las exigencias de calidad; las cantidades entregadas en bolsas de plástico, por tanto, no fueron en detrimento de la prestación acordada; esa especie de “mordida” o de “impuesto revolucionario” fue una imposición que los empresarios no tuvieron más remedio que aceptar a regañadientes.

Nada de todo esto desmiente el núcleo de la argumentación expuesta en el artículo en cuestión. Que generaliza a partir de cientos de informaciones publicadas en la prensa, en libros enteros sobre la corrupción en el País Valencià o del contenido de muchos sumarios judiciales. Pero el artículo se apoyaba en un relato pormenorizado, arrancaba de una experiencia concreta. Por eso es imperativo restablecer la veracidad de los hechos, aunque se tratase de un relato tangencial, que incluso podría ser leído como metafórico. Que no tenía el perfil sobrio del registro informativo –y no digamos ya de la prosa forense-, pero que aun así en modo alguno estaba eximido de la precisión requerida. Debía haber sido más cuidadoso y más respetuoso con la apoyatura factual invocada. Mea culpa, pues.

Estoy convencido de la importancia de la precisión, del sumo valor de la veracidad. A la que todos estamos obligados, y en primer término quien se atreve a exponer en un foro público una opinión basada en hechos. La primera, sí, es libre. Los segundos son sagrados. Aunque se refieran a hechos tan non sanctos como los referidos.

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