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Políticas del miedo

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El miedo ha sido siempre una poderosa arma política. En las sociedades postmodernas inmersas en la globalización neoliberal, el uso del miedo es un arma fácil al servicio de quienes manejan el poder y las redes sociales. Además, la incertidumbre y el riesgo han adquirido dimensiones desconocidas derivadas de la amenaza de un cataclismo planetario que incluso puede poner en peligro la supervivencia humana. La sociedad del riesgo (Ulrich Beck) adquiere cada vez más proporciones incontrolables y eso genera miedo e inseguridad. Ahora es la amenaza del terrorismo y el potencial destructivo de la tecnología; ahora es la fragilidad y el temor a la enfermedad y la muerte que ha expandido la pandemia de covid-19. Todo ello es fuente de incertidumbre, inseguridad y riesgo.

Poco antes de su muerte, Zygmunt Bauman analizaba hasta qué punto los referentes más sólidos de la identidad humana -un estado fuerte, una familia acogedora, un empleo estable- se han ido diluyendo hasta someter a la ciudadanía a una incertidumbre laboral, emocional y social permanente y devastadora. Nuestra frágil vulnerabilidad tiene múltiples dimensiones. Una de ellas es el miedo a la enfermedad y la muerte. También a los emigrantes y refugiados, millones de seres humanos que ayer disfrutaban de una vida no muy diferente a la nuestra, y hoy lo han perdido todo por culpa de la guerra o la represión política. Su transformación en refugiados nos hace conscientes de cuán frágil, inestable y temporal es la presunta seguridad en nuestras vidas. También la bajada al infierno de quienes mendigan a las puertas de Caritas. La inmigración, la ruina y la epidemia nos sumergen en la ansiedad y el miedo porque advertimos la posibilidad real de perderlo todo. 

Las tecnologías de la información surgieron con la expectativa de convertirse en un instrumento universal de conocimiento. Potencialmente lo son. Hoy sabemos que la red no solo no abre las mentes, sino que cierra los ojos y es un instrumento muy poderoso de manipulación mental y emocional. En la vida real (offline) nadie puede eludir hacer frente a sus propios conflictos; sin embargo, la red ha creado un refugio en la evasión online, genera confusión, fabrica ignorancia y crea paraísos artificiales. Un personaje de La Vía Láctea -esa película maldita de Luis Buñuel- afirmaba: “Mi odio a la ciencia y mi desprecio a la tecnología finalmente me llevarán a esta absurda creencia en Dios.” Buñuel era un provocador surrealista, un exagerado.

El psiquiatra Viktor Frankl ponía el principal reto humano en encontrar el sentido de la propia vida. Ese difícil reto es menos difícil si sabes cómo funciona la realidad del sistema en que vives que si eres un ignorante fácilmente manipulable. El propio Bauman, en su último hálito recurría a la sabiduría china antigua y recordaba el viejo proverbio: si piensas en el próximo año, planta maíz; si piensas en la próxima década, planta un árbol; pero si piensas en el próximo siglo, educa a la gente. Y educar quiere decir adquirir conocimiento para no caer en el miedo ni en las redes de la desinformación que conducen a paraísos fantásticos de la autodestrucción.

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