Premios literarios
En los años 70, 80, 90 Semprún, Marsé, Torrente Ballester, Vargas Llosa, Mendoza, Cela. Ahora, Sonsoles Onega, Juan del Val, animadores de tertulias y de programas televisivos. El premio Planeta. Los Lara. Esto ya no es una sociedad líquida, a lo Bauman; esto es una sociedad gaseosa, o muy débil, a lo Vattimo: una transfiguración literaria muy borde. La crisis de las ideologías resulta que ha esculpido una crisis al parecer literaria, o una crisis de premiados, más bien. Hay una decrepitud democrática como hay una fragilidad literaria. Se murieron los grandes y reemplazarlos no es fácil, y entonces parece que sean los escritores de la televisión los que confirmen lo que está sucediendo en la novela. En España se ha escrito buena literatura en las grandes depresiones económicas y sociales.La decadencia del XVII, con el barroco. La decadencia del XIX, con el realismo. De hecho, el XIX fue un siglo que “voló” en España, fue invisible, mientras el mundo anunciaba logros inauditos y progresos inéditos. El XIX español lo suprimes y no pasa nada. Sin embargo, ahí están Galdós y Clarín y Valle y el 98. Ahora sucede lo siguiente: la modernidad, con sus dos o tres principios sólidos, se tradujo en política en las democracias liberales, y fue atacada en los ochenta por la posmodernidad del señor Lyotard y los demás, coincidiendo con la depresión económica de los setenta y la llegada de Tathcher y de Reagan al poder. En cambio ahora los ataques a la democracia brotan desde la democracia misma, desde el seno de la política, y no desde el pensamiento.El asunto se pone peligroso. Porque en lugar de atacar el pensamiento los grandes relatos totalizadores, como antes -y como es su obligación-, ahora los ataca la misma política. Mal asunto esta vez. Los “pensamientos”, débiles o fuertes, no provocan el terror en las calles. La política, sí. Estas crisis ideológicas y políticas cree uno que se trasvasan a la literatura y abaten las jerarquías de lo sustancial, que en definitiva son los escritores, los buenos escritores. De ahí la cosa del Planeta de estos últimos años, que se ha hecho un lío entre los escaparates televisivos, el famoseo, las ventas y la excelencia novelística, escasa y muy prudente. Aunque tenemos a Paco Cerdá, prudente también, que si no gana el Planeta es porque igual no convergen sus letras con los comercios de la firma, pero lo suyo, lo de Cerdá, es un vertiginoso tobogán literario a fuerza de cultivar el relato periodístico, apoyándose en él. Como si la crónica de lo real engrandeciera la obra literaria sin disculparse previamente. Alguien ha comparado a Cerdá con Eric Vuillard, pero la analogía tiene mala baba, porque ese libro sobre los conquistadores de Castilla y Extremadura del francés no hay quien se lo trague. Vuillard fuerza el material literario hasta intentar convertirlo en material poético, pero le sale un implante, como si se hubiera colocado esos cabellos relucientes y “falsos” que se lucen después de viajar a Turquía. Unos conquistadores de plastilina. La buena literatura ha de refrendar la idea de lo inagotable, porque siempre te rodea y no hay manera de desprenderse de ella. Desde el romanticismo sabemos que ninguna respuesta salida de las texturas literarias puede reclamar perfección y verdad, y lo sabemos mucho antes de que nos lo advirtieran los podmodernos desde sus junglas. Sus junglas del asfalto. Hay una obra de arte cuando existe sobre ella una reinterpretación sucesiva a lo largo del tiempo, pero no me parece a mi que estemos ante este lance prodigioso con los últimos televisivos premiados, y sí que se acerquen más al milagro novelas como “La muchacha de las bragas de oro”, de Marsé, o “Lituma en los Andes”, de Vargas, o “La canción” de la Regás, aunque no sean lo mejor de su producción. Todos recibieron el talón de Lara. Me dice Rafa Lahuerta, y ahora nos pasamos a la literatura en catalán/valenciano que tanto disgusta a nuestras autoridades, que lea lo último de Carles Fenollosa, “Guerra Victòria Demà”. Lahuerta viene a decir que Fenollosa está, con esta novela, en los cielos narrativos. Ya lo estaba con “Narcís”, lo dejé dicho en su día. Pero al parecer ésta es más totalizadora al convocar etapas históricas recientes. Uno cree, con Pla, que lo importante en literatura es el tono -el estado interior sensible del escritor en el momento de escribir- aunque a continuación remataba: “El ritmo es un embrollo profesoral ininteligible, que pone la carne de gallina”. Pero Pla era un punto de vista como muy ambulante, que dijo alguien, y en ocasiones no hay que hacerle mucho caso.
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