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CV Opinión cintillo

Rituales

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Visitando en el Centro Cultural de la Beneficencia la insólita exposición Faltar o Morir, un recorregut per l’absència, comisariada por José María Candela y Raquel Ferrero, he recordado un ensayo reciente del escritor coreano Byung-Chul Han que alerta sobre la desaparición de los rituales. Metalúrgico renegado, reconvertido en filósofo - teólogo en Alemania, las reflexiones culturales de Han resultan estimulantes, aunque en ocasiones sean discutibles o contradictorias. En cualquiera de sus manifestaciones y dondequiera que sea, el ritual es siempre expresión de identidad colectiva y eje vertebrador de la cultura. El coreano Han lo asume para alertar sobre las consecuencias de su desaparición en nuestra sociedad mercantil. Para Han la desaparición de los rituales nos aboca al abismo de la nada, nos deja inermes y desnudos frente al consumo. El ritual transmite valores y símbolos sobre el sentido de la vida y la muerte, la fiesta, el paso del tiempo o la celebración. En Japón regalar la primera flor tiene un significado. También el rito de paso a la pubertad como ceremonia de confirmación en Noruega y en tantas culturas desde la antigüedad. Los ritos son referentes simbólicos compartidos que nos identifican como parte de una comunidad. Y eso toma forma en el compromiso de una pareja, la celebración de un banquete, el rezo, la liturgia, la fiesta de fin de año o el rito funerario. Faltar o Morir se adentra en el sentido de la muerte, la pérdida, la ausencia y la despedida en nuestra sociedad tradicional. También habla, como contrapunto, de la muerte aséptica en el hospital, de la negación de la muerte y la tecnología sanitaria, del comercio funerario, del tanatorio.

Las propuestas de Han y de Candela - Ferrero me hacen pensar y también me suscitan contradicciones. Uno y otro ponen letra a la conocida música de Zygmunt Bauman de que en el mundo actual todos los caminos hacia la felicidad pasan por una tienda. Del ritual al regalo y del regalo al ingreso en cuenta bancaria. La transacción bancaria liquida el poder simbólico del ritual.

Hace un par de décadas, durante una estancia como profesor visitante del Trinity College de Oxford asistí al funeral de la esposa de Alistair Crombie, el profesor que era mi anfitrión. Ceremonia católica y posterior banquete en su mansión a las afueras de la ciudad. Participé en aquella celebración funeraria que era un acto social elegante. Durante mi estancia tuve ocasión de debatir con Crombie sobre el significado de las normas sociales y los rituales. Él los defendía a capa y espada como modo de saber hacer lo que corresponde hacer en cada situación, sin riesgos ni equivocaciones. Entendí hasta qué punto la ritualizada educación británica ordena con precisión la vida social y las relaciones humanas. Si pienso en Escandinavia, en Inglaterra o en Japón, si pienso en mi infancia de niño de barrio en Orriols, advierto que no todos los rituales entrañan los mismos valores. Unos transmiten sumisión y opresión, aunque representen formas de cohesión social y cultural. Hay rituales que castran a las niñas y otros que queman pecadores en la hoguera. Los rituales -claro que sí- expresan los valores de una sociedad, y por eso no tienen aquí y allá la misma coreografía ni expresan la misma visión del mundo ni el mismo respeto por la libertad y la vida.

Cuando veo en la exposición de Etnología de la Beneficencia el sentido profundo del rito funerario tradicional, la escenografía del duelo veo la solidaridad colectiva y el llanto compartido entre mujeres. También veo la profunda represión social, ideológica y patriarcal, la segregación social y el tabú religioso. El rito identifica, pero también apresa y tortura, viste de negro y condena toda disidencia pecaminosa. Es la eterna contradicción entre la añorada tradición y el horror vacui del mercado sin valores. Es el reto de construir una sociedad laica a partir de los valores de la libertad y el humanismo.

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