Sorolla, Mazón y Mr. Bean
Organizar una exposición no es una cuestión trivial. Lo saben los museos y centros de arte que son las instituciones a las que corresponde desarrollar esta función básica para el conocimiento y divulgación del patrimonio artístico y cultural. Detrás de cada exposición hay un complejo proceso de estudio e investigación a cargo de historiadores del arte, museólogos y otros expertos que lo acabarán materializando en un proyecto cuidadosamente elaborado sobre la obra de un autor, una corriente artística, una escuela o una temática ensamblados por un discurso científico y un relato expositivo. El resultado final, necesitará de la cesión temporal de las obras de arte para su exhibición a partir del vínculo colaborativo entre instituciones museísticas que con el intercambio de sus obras generarán una sinergia enriquecedora de la acción cultural y educativa.
Aun siendo así, hace bastante tiempo que apareció otro tipo de exposiciones, estas carentes de proyectos de investigación, son las conocidas en el argot museístico como exposiciones talonario. Se definen así porque detrás no hay nada, solo un empaquetado de obras que una entidad museística con una colección importante cede temporalmente a quien le paga. Suelen ser exposiciones con piezas de sus almacenes, pero eso es lo de menos pues sirven bien para un buen marketing comercial, financiero y también político que aprovechando el tirón de un artista o del prestigio de la institución prestadora pretenden enaltecer a la entidad o personaje previo suculentos pagos. No es malo que esto ocurra, para las entidades que ceden las obras constituye una fuente de ingresos importante, pero así y todo hay que diferenciar estas exposiciones empaquetadas de las que nacen de un proyecto de investigación riguroso vinculadas a un programa cultural hecho por profesionales de la museología. Se pagan muchos millones en estas operaciones y si el dinero sale del bolsillo de los contribuyentes, como mínimo, hay que exigir respeto, rigor y que ese dinero no se detraiga del presupuesto de los museos que son a quienes les corresponde cuidar del patrimonio histórico artístico y hacer exposiciones temporales.
Por lo que hemos sabido, vamos a tener en Valencia durante varios años otra de estas exposiciones talonario, parece ser que a razón de un millón de euros por año, con obras de Joaquín Sorolla procedentes de la Hispanic Society of America, de Nueva York, institución con la que una entidad financiera valenciana, trágicamente politizada en la época de Zaplana, Olivas y Camps, firmó un acuerdo para traer a Valencia el conjunto de las 14 pinturas mural titulado “Visión de España” pintados por Sorolla los últimos años de su vida. La exposición fue espectacular y con gran éxito de público y también sirvió para enaltecer a personajes de una época en la que la corrupción campaba a sus anchas por la Generalitat, las diputaciones y los ayuntamientos valencianos. La operación de marketing costó alrededor de 5 millones de euros y no impidió la estrepitosa quiebra de la entidad financiera que contribuyó al “crack” de 2008 dejando un reguero de ruina y miseria. Tampoco impidió que la reputación de la política valenciana cayera a los niveles más bajos, nunca conocidos, de desprestigio. Es necesario recordarlo, que la memoria es muy corta, y de un tiempo a esta parte estamos viendo a los personajes de aquella época resurgir como si nunca hubiesen roto la trabilla de un pantalón o cantados miles de euros en el asiento trasero de un coche.
El recurso al arte como ornamento político es muy antiguo, lo recuerda Susan Sontag en su obra Ante el dolor de los demás, “el uso del prestigio estético como legitimación del poder” pero también recordaban los clásicos que Nulla Aesthetica Sine Ethica, para nada sirve la estética si se carece de ética. Porque al final, en el ámbito de la cosa pública de eso se trata, o se está al servicio del interés general o del interés particular; o está alineado con el bien común o con el bien del bolsillo. Raro es el día que no sale a la luz alguna sentencia o auto judicial que nos explican el patrón de muchos políticos que están en política para forrarse.
Ahora, de nuevo, la figura del universal Sorolla, maestro de la luz y símbolo de la valencianidad culta, es usada como escudo para tapar la oscuridad de una gestión política rabiosamente anticultural que en los dos años que lleva gobernando se ha dedicado a depurar directores de centros de arte que por su profesionalidad e independencia estaban en el punto de mira de la extrema derecha a la que se ha abrazado el gobierno valenciano, como ejemplos los casos de dos grandes profesionales como José Luís Pérez Pont, del CCC del Carmen, cesado ilegalmente, o los ataques a Nuria Enguita, hasta que abandonó el IVAM. Son los mismos que censuran libros en bibliotecas públicas; que se dedican a perseguir poetas como Vicent Andrés Estellés, que ni muerto ha podido tener paz y respeto en el año de su centenario, a cubrir baches dijo una concejala que no sabrá distinguir un verso de una zanahoria, que había retirado los paneles con sus poemas en su pueblo natal; y por supuesto, a atacar nuestra lengua cooficial con absurdos referéndums y acosos a la Academia Valenciana de la Llengua.
Probablemente lo que en el fondo pretenden es volver a aquella época en que los museos valencianos funcionaban por antojos de los políticos de turno. Destruyeron la reputación del IVAM colocando una directora que fue condenada por corrupción, impulsora de exposiciones como las que giraban alrededor de las pelucas de su peluquero o las fotografías de un galerista chino acusado de ser el jefe de una red de blanqueo de capitales.
El personaje político que representa toda esta barbarie cultural ahora va a utilizar uno de los símbolos de la cultura valenciana como herramienta propagandística que tape su ineptitud durante y después de la DANA del 29 de octubre. Ver los publirreportajes de Mazón por la Gran Manzana me ha traído a la memoria al actor que interpreta Rowan Atkinson como Mr. Bean, en su película de cine catastrófico titulada simplemente Bean o también “El nombre del desastre”. En esta película Mr. Bean es enviado a Estados Unidos por sus superiores de la Royal National Gallery como supuesto experto en arte para una importante operación cultural. El personaje, encarnación de un individuo torpe, inepto y tóxico, es en realidad un empleado sin cualificación al que nadie quiere tener cerca y que sus jefes no saben cómo deshacerse de él. Su designación no responde al mérito ni a la capacidad intelectual sino al deseo de quitárselo de encima. Mr. Bean es el “experto” que en realidad no sabe nada, y aun así es sostenido en su rol por la mentira, la improvisación y el artificio. El resultado es catastrófico: el arte queda convertido en parodia y la representación institucional en un esperpento.
Este guion, que en clave de comedia británica provoca risas, se está reproduciendo en nuestra política con tintes mucho más trágicos. Mientras todavía vivimos bajo el síndrome de una catástrofe que por confluencia de la ineptitud i la imprudencia causó 228 muertos e innumerables heridos, el todavía presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, se fue a Nueva York, ¿o lo enviaron? para, supuestamente, organizar una exposición de “cuadros” de Joaquín Sorolla. Una cortina de humo para tapar la vacuidad de su infame acción política. El aterrizaje en el Manhattan de Nueva York, que el de Cullera todavía no nos lo ha explicado, se acompañó con mucha prensa, discursos y fotos oficiales propios de una operación de mercadeo político provinciana. En realidad, lo que representó fue la farsa maquillada de una pretendida dignidad institucional con la que el “experto” en Sorolla esperaba quitarse de encima el barro de unas riadas que fue incapaz de prevenir, pese a los avisos rojos de AEMET, y las muertes evitables cuya investigación judicial le va estrechando el cerco. ¿Para cuándo el mismo detalle informativo de la visita a Nueva York, pero ahora sobre lo que hizo Mr. Mazón aquella infausta tarde del Ventorro al CECOPI y las causas verdaderas para no enviar “alertas exageradas” que pudiesen estropear el negocio en aquella semana de puente?
Mr. Bean, y Mr. Mazón, son dos casos similares que encarnan una tragicomedia, el primero desde la ficción, como un bufón incapaz que termina manipulando valiosísimas obras de arte sin entenderlo, y el otro, de trágica realidad representando una performance de cartón piedra interpretada en Nueva York con un séquito de figurantes buscando construir una apariencia de normalidad y seudo prestigio cultural alrededor de alguien tan simbólico para los valencianos como es la figura de Sorolla, confundiendo la cultura con el espectáculo para distraer el vacío institucional y tapar la ineptitud que sufrimos decenas de miles de ciudadanos en aquellas terribles fechas. Ambos personajes, Mr. Bean y Mr. Mazón, condensan el absurdo de confiar tareas de gran responsabilidad a figuras que no solo carecen de preparación, sino que agravan con su presencia lo que tocan. El desastre, en ambos casos, no es solo un accidente: es el resultado previsible de haber puesto la toma de decisiones importantes en manos del menos indicado. La mala política se ha convertido en escenografía, y el arte en telón de fondo para encubrir la mediocridad enfangada en la ausencia de ética y de vergüenza.
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