Pelotazo de goma
La invocación defensiva a la maquiavélica Razón de Estado suele acabar convirtiéndose en obnubilación de la razón, ahora con minúscula. Resulta imputable a gobiernos de cualquier pelaje a lo largo de todo el orbe. Por estos lares también, del GAL a Melilla.
Damos por hecho, como parece natural, que una turba migrante no se va a detener en el medio acuático –sean las aguas de la jurisdicción que sean- para volver a nado a su lugar de origen por el efecto disuasorio de unas pelotas de goma. Por lo tanto, subyace una finalidad eminentemente humanitaria en esa tesitura de pateras destartaladas que no están para un viaje de vuelta, la de salvar las vidas en cuestión. Prioridad notoria, pero que no ha de interferir en ulteriores asuntos de política inmigratoria. Cada país tiene la suya y el “papeles para todos”, a pesar de la bienintencionada empatía que genera la tragedia de cada inmigrante, no forma parte del acervo común.
Aparte de quince muertos, de este drama se desprende nuevamente la antipática polémica de la utilización de pelotas de goma. La que, por su intrincada justificación, ha eclipsado los términos de un debate más amplio y complejo. Una práctica de la que, a la vista de los resultados, podría convenir liberar tanto a la población como a los encargados de administrarla, dado que ambos salen perjudicados por la misma. El orden público constituye un concepto esencial en todo Estado de Derecho, pero no debe usarse como patente de corso cuando de omisiones en la puntería o la deontología se trate. Las pelotas de goma tienen un uso controvertido y de esta arbitrariedad debe eximirse al servidor público y, por extensión, a todos. Lamentablamente, nos hemos acostumbrado a ingerir acríticamente y por sistema lacerantes eufemismos como fuego amigo, daños colaterales o violencia de baja intensidad, contra los que también hemos de pertrecharnos desde la atalaya de la sociedad civil.
Por otro lado, los efectos perniciosos de las pelotas de goma no varían por latitudes. Bien sabido es que los mossos d´esquadra cuentan en su haber con diversos episodios desgraciados o que, en Euskadi, se ascendió al responsable del dispositivo en el marco del cual murió Íñigo Cabacas a jefe de la Ertzaintza.
Como triste corolario, el desagradable asunto de las pelotas de goma acaba sustrayendo, como decíamos anteriormente, los elementos explicativos del debate migratorio. Desde Europa tiran la piedra y esconden la mano, demostrando que allende los Pirineos tampoco descuella la pericia. Si la UE es algo más que un Banco, se espera una respuesta solidaria por su parte en cuestiones tan interconectadas como los flujos migratorios o la cooperación multilateral contra las mafias que se lucran a costa de los desesperados.
De Europa, por lo tanto, se demandan diálogo y fondos para afrontar los problemas en materia inmigratoria, a pesar de que cabe suponer que en las instituciones comunitarias no debe hacer gracia financiar con cierta sensación de fondo perdido, dada la endémica corrupción que asola España.
No obstante, en la vieja Europa también cuecen habas. Ejemplos como la crisis del pepino auspiciada en Alemania deberían instar a los representantes comunitarios a envainársela por defecto y actuar con mayor humildad. En materias sensibles, menos lecciones y más acciones.
En resumen, ni pelotas de goma ni tanto balón de oxígeno para el Ministro de Interior, no sea que la próxima “buena nueva” –aún no sabemos cuál- ya esté en formato nota de prensa.
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