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La vía valenciana 4.0

Ximo Puig (PSPV) junto a Mónica Oltra (Compromís) y Antonio Montiel (Podemos)

Joan Romero

Valencia —

La hora de la política, con mayúsculas, ha llegado para todos. O debería haber llegado. Los problemas no esperan y los ciudadanos esperamos que nuestros representantes se ocupen de abordarlos y, en la medida de lo posible, encontrar soluciones. Cierto que algunas cosas han cambiado mucho. Sobre todo la composición de un parlamento que ahora representa la gran complejidad de las Españas del siglo XXI con sus fracturas geoeconómicas, sociodemográficas, políticas y electorales. Un parlamento complejo que refleja muy bien de una parte la España plurinacional que muchos nacionalistas españoles siguen sin querer reconocer y de otra la geografía de la precariedad y la desesperanza provocada por la aplicación sistemática de una agenda neoliberal.

¿Y ahora qué? Se han hecho muchas comparaciones con otras situaciones para responder a esta pregunta: una solución a la alemana en forma de gran coalición, a la portuguesa en forma de gobierno plural de izquierdas, se hacen también analogías acerca de si nuestra situación se parece ahora a la danesa, a la italiana e incluso a la griega. Muchos ya se han situado en un escenario de convocatoria de nuevas elecciones generales en los próximos meses dada la complejidad, a su juicio insalvable, que el nuevo parlamento presenta. Esos ejercicios son, a mi juicio, entretenidos pero a nada conducen. La situación es la que es y es aquí y ahora cuando hay que gestionarla desde la política por los representantes que hemos votado. Y hemos votado cambio en clave de izquierda. Por esa razón yo sostengo que es posible pensar en una vía valenciana como mejor opción para acordar un programa de reformas inspiradas en una agenda de lo que Agustín Basave llama la “cuarta socialdemocracia” y formar un gobierno de izquierda plural en España. Remito también a la lectura de los muy sugerentes análisis de los politólogos Oscar Barberá y Juan Rodríguez Teruel para Agenda Pública.

Conscientes todos, los actores políticos y los ciudadanos, de lo que este nuevo escenario ofrece. En este nuevo tiempo en el que los mercados trabajan con la versión 5.0 y la política con una versión 2.0 en la Unión Europea, la política tiene el margen de maniobra que tiene. Sin duda menos que hace tres décadas, pero tiene bastante recorrido y ofrece caminos interesantes para la familia de las izquierdas que cada vez se ha hecho más diversa, afortunadamente. Hay margen para marcar diferencias en la orientación de las políticas públicas que vayan más allá de los detalles. Incluso formando parte de la Unión Europea y de la zona euro.

Mi punto de vista es que España, un Estado de la UE grande y del Sur, puede liderar un proceso que marque esas diferencias con respecto a la hoja de ruta neoliberal hoy hegemónica en Europa. Porque el Sur ha votado en clave distinta a como lo hace el Norte desde hace unos años. Mientras en el Norte los “perdedores” de la globalización se repliegan y miran hacia la derecha y la extrema derecha nacionalista y xenófoba, en el Sur miran hacia opciones de izquierda. Y esta es una oportunidad histórica para encontrar un camino alternativo, hasta donde sea posible, a las ideas fracasadas impuestas por las elites y que tanta inseguridad, incertidumbre y desesperanza causan a millones de europeos.

En España tenemos dos grandes desafíos colectivos: el aumento de las desigualdades y las fracturas sociales y el mal llamado “problema territorial”. Y vista la composición del parlamento parece que en el futuro inmediato estos dos grandes retos no se pueden abordar al tiempo. En este punto es donde se hace necesario tomar decisiones y donde debe aparecer la política con mayúsculas y donde los actores concernidos deben estar a la altura. Partiendo de una premisa bien conocida que no requiere explicación: a) en procesos de negociación complejos todos los actores deben perder algo pero todos deben ganar; b) los problemas complejos no admiten soluciones simples sino mucha deliberación, sofisticación y voluntad real de encontrar soluciones consensuadas. Con una condición necesaria que queda reservada para momentos de especial trascendencia histórica (y este bien podría equipararse al de 1979 o 1982): la capacidad de liderazgo, incluso para sobreponerse a la propia opinión de parte de los tuyos es esencial. Y entiendo por liderazgo la capacidad de tomar decisiones arriesgadas que están incluso alejadas de la percepción mayoritaria instalada en el imaginario colectivo o entre los tuyos. Por ejemplo cuando Suarez legalizó el Partido Comunista, cuando Santiago Carrillo consiguió que el Partido Comunista aceptara la bandera española y la monarquía constitucional o cuando Felipe González dimitió de la Secretaría General del Partido Socialista argumentando que había que “ser socialistas antes que marxistas” para meses después retornar a la dirección con un PSOE capaz de conseguir una amplia mayoría social con un programa socialdemócrata reformista.

Para encarar estos dos grandes desafíos se presentan tres grandes escenarios posibles:

  1. Recurrir a la táctica y al lenguaje de madera haciendo imposible cualquier acuerdo entre las opciones de izquierda porque lo que realmente se persigue es una nueva convocatoria de elecciones antes de mayo de 2016. Sería el peor de los escenarios posibles, incluso para aquellos que desde la izquierda acarician la idea pensando que de esa forma tendrían mejores resultados. Porque sería letal para la gente a quienes dicen representar y aunque pudieran conseguir algunos diputados más, el Partido Popular saldría reforzado y la posibilidad de un gobierno plural de izquierda se alejaría.
  2. Un acuerdo PP-PSOE para abordar las grandes reformas constitucionales pendientes y proceder a disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones en un plazo no superior a dos años. No sería una gran coalición a la alemana ni un acuerdo de legislatura como desea el establishment, sino un acuerdo de reforma constitucional con algunos compromisos adicionales. La reforma de la Constitución requiere mayorías cualificadas y solo esos dos partidos la pueden impulsar y las grandes cuestiones a abordar son bien conocidas: derogar el artículo 135 de la Constitución Española, negociar con Bruselas un nuevo calendario para asumir los compromisos del Programa de Estabilidad 2015-1018, acordar un nuevo modelo de financiación, impulsar las recomendaciones que en su día hiciera el Consejo de Estado sobre modificaciones de la Constitución Española… y abordar el gran problema: incorporar en la Constitución reformada la posibilidad de poder hacer un referendum en Catalunya. Solo el PP puede impulsar esta propuesta, al igual que hiciera Cameron para Escocia, el PSOE debería apoyarla y Podemos y otros muchos grupos del Congreso lo apoyarían. El mal llamado “problema catalán” podría entrar en vías de solución, en este sentido los responsables de Podemos tienen razón, pero todos aquellos que defendemos esta idea de la España plurinacional desde hace décadas sabemos que hoy ese camino sigue siendo impracticable. Las elites políticas españolas, en el PP, en Ciudadanos y en el PSOE, siguen demostrando una incapacidad intelectual insuperable para entender el hecho plurinacional en España y para distinguir algo tan elemental como la diferencia entre Estado y nación. Para entender en definitiva la Historia de las Españas, en plural. Y con su actitud lejos de contribuir a la formación de un solo Estado plurinacional en la Unión Europea alimentan las tensiones y los riesgos de secesión o de fractura emocional no sé si irreversible.
  3. Un pacto de gobierno para una legislatura entre PSOE y Podemos con apoyos externos de otros grupos. Un gobierno de izquierdas plural, estable, liderado por PSOE y Podemos y abierto a otros apoyos, encargado de impulsar una ambiciosa agenda de reformas alternativa a la agenda neoliberal desarrollada por la derecha estos años y con capacidad para reconducir hasta donde sea posible los compromisos asumidos con nuestros socios europeos en materia de déficit y recorte de gasto público. Creo que es la única vía transitable, aunque no exenta de dificultades, y la agenda de reformas es, a mi juicio, muy amplia como ya tuve ocasión de exponer en estas mismas páginas días antes de las elecciones generales. Los seis meses de gobierno plural en la Generalitat Valenciana y otros muchos gobiernos locales demuestran que se puede gobernar bien en clave de izquierdas con equipos integrados por personas que proceden de tradiciones diferentes y que tienen miradas distintas pero complementarias. La vía valenciana, como ejemplo de cómo se puede hoy hacer política de izquierdas con una versión 4.0, no solo es posible sino que la diversidad como forma de expresión política ha venido para quedarse entre nosotros.

Pero para que este escenario, hoy posible, sea una realidad tiene que despejarse previamente una incógnita muy importante ¿Los dos partidos sobre los que recae esta responsabilidad histórica están dispuestos a impulsarla? Para esta pregunta no tengo respuesta. Se trata de una decisión estratégica que solo Sánchez-Luena (con parte de dirigentes del PSOE de la periferia) e Iglesias-Errejón-Bescansa (con Colau y Oltra) están en condiciones de responder y, en su caso, de apoyar. Una cosa es lo que dicen y cómo lo dicen y otra bien distinta es si verdaderamente están en condiciones y desean impulsar un acuerdo de gobierno capaz de dar sentido a los cambios que nos prometierony de dar algo de esperanza a los millones de españoles que les creímos. Se trata ahora de pensar “con altura de Estado” de pensar en la mayoría afectada por los recortes de gasto público social. Conscientes del margen de maniobra que tiene el Reino de España para impulsar esta agenda. Esto es, dando seguridad de que cumplimos nuestros compromisos pero que estamos en condiciones de seguir otro camino alternativo.

Pero si la decisión estratégica es otra, y esa tentación existe, asistiremos a un triste espectáculo que consistirá en intentar hacer ver que el otro no ha querido atribuyéndole toda la responsabilidad del desacuerdo para que los ciudadanos le castiguen en la inmediata nueva convocatoria de elecciones generales. Todos sabemos cómo se hacen estas cosas. Pero los actores políticos no deben olvidar que los únicos castigados con esas tácticas serían los ciudadanos más vulnerables.

Todos tienen que perder para que todos ganemos. El PSOE tiene que dejar definitivamente de mirar nerviosamente por encima de su hombro derecho, tiene que abandonar cualquier tentación de parecerse a otras versiones de socialdemocracia 3.0 que no son más que una versión claudicante de neoliberalismo con rostro humano para elaborar una ambiciosa agenda de reformas radicales desde el realismo. Podemos debe abandonar su propuesta de referendum para Catalunya como condición necesaria. Saben perfectamente que con la capacidad de veto del PP en el Congreso y en Senado no hay reforma constitucional posible y por tanto no hay referendum. En consecuencia, si persisten en esa propuesta como innegociable es solo porque estarían anteponiendo sus intereses de corto plazo (arañar algunos escaños más al PSOE y a IU en una nueva convocatoria electoral) a los intereses “de la gente”. Por cierto, estarían perdiendo de vista que Podemos no es tanto la expresión, aunque también, de las aspiraciones de amplios sectores de reconocimiento del hecho plurinacional, como de la incapacidad del PSOE a la hora de interpretar el profundo malestar de una sociedad fracturada, que nace de la nueva geografía social afectada por las políticas neoliberales, que nace del 15-M y los movimientos sociales que vinieron después. Y no sería explicable que se enrocaran en esa idea o en no participar en la tarea de reformas radicales. Es el momento de implicarse, de participar en la tarea de gobierno.

Joan Romero es profesor de la Universitat de València

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