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El PP: hasta el descuento de la prórroga

Simón Alegre

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Después del desalojo de una amplia mayoría de los gobiernos infraestatales, al PP le ha entrado un miedo atroz y sus dirigentes han apostado por comprar el mensaje de la comunicación deficiente. No seré yo quien les quite la razón, en este aspecto.

El símil futbolístico que aparece en el título, por otra parte, concuerda con la gráfica manera de justificarse los últimos resultados electorales por la que han optado desde Génova. Si uno escucha los últimos discursos de los portavoces populares, captará que se alude, recurrentemente, a que se ha entrado en la segunda parte del partido, tras un primer tiempo complicado (el de las reformas). Se acabó, por tanto, el mantra de “en la buena dirección”.

Más que nada porque no todo es comunicación mejorable en los problemas del PP. Tan errado es creerse ese mensaje como haber esperado, por parte de numerosos españoles, que votar PP significaba solucionar los problemas de la crisis de un plumazo. Sabemos hacerlo porque ya lo demostramos en el pasado. Ese era el discurso previo a las anteriores elecciones a Cortes Generales. A muchos se les cayeron las vendas de los ojos (al menos, a los optimistas del corto plazo) con las primeras oleadas de recortes y la subida de los impuestos. Lógicamente, fueron medidas soslayadas o, directamente, ocultadas durante la campaña electoral.

No se trata solo de esta primera parte de desgaste y contención. Sí es perceptible un incremento del empleo entre nuestro círculo más cercano. No obstante, podemos encuadrarlo en la categoría de precario. Nóminas, indefinido o seguridad laboral son conceptos que a quienes buscan desesperadamente trabajo empiezan a parecerles privilegios de tiempos remotos. En definitiva, al personal le mosquea el discurso de los indicadores económicos positivos y las velocidades de crucero, si no se siente partícipe de la mejoría del sempiterno España va bien.

Nos decía un profesor de la carrera que, para aprender de política, había que bajarse a hablar del tema con el quiosquero del barrio. Y yo, al quiosquero, lo veo con la misma mala leche que hace tres años.

Y en esas anda el PP. Con el trabajo, un tanto, a medias. Sin descabezar a personajes de otra época y mando en plaza interno como Arenas y De Cospedal, francamente amortizados y parte relevante del reconocido problema de comunicación. Por otro lado, huelga decir que gente como Maroto, fajado en un municipalismo de toma y daca, comunica mejor que los florianos varios. Es una cuestión de proactividad contra enroque defensivo.

Anuncia, precisamente, Maroto rutas y agendas sociales. Veremos cómo sale el experimento. Seguramente, sea demasiado tarde, pero, al menos, intentan salir de su zona de confort. No todo ha de ser cambios de logos y colorines modernos detrás del atril de la Conferencia Política.

De la escasa empatía de Rajoy con los problemas de la población habla, elocuentemente, cuando se le puede ver fuera del plasma, su lenguaje no verbal. Las fotos por Europa, por otra parte, no le han hecho un favor, en este sentido. Ya habrá ocasión de testar el acierto de la nueva estrategia, a pesar de Rajoy, que, a buen seguro, se sentía más cómodo con el tic elitista de la precedente.

No cabe duda de que la salida de la crisis era un discurso preparado desde el principio de la legislatura. El PP urdió una táctica defensiva para cansar a los rivales durante el tiempo reglamentario. El objetivo, claramente, era llegar a la prórroga con el rival exhausto. Los populares se habían guardado los tres cambios para machacar al adversario.

Sin embargo, encajaron, al principio de la prórroga, el inesperado golazo por la escuadra de las elecciones autonómicas y municipales. Los sustitutos saltan al campo con demasiadas urgencias y el tiempo, ante unos rivales muy cerrados (solo queda atacar por el carril de Ciutadans), se agota.

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