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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

VÍDEO: València, ciudad desierta

Lucas Marco

Valencia —

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La ciudad de València amaneció este sábado prácticamente desierta, muy calmada y en un silencio impropio del mes fallero. Bares, terrazas y espacios deportivos permanecen cerrados para frenar la expansión del virus en una primera jornada de confinamiento masivo y de buenas temperaturas. València, la ciudad más feliz, bochornosa y bulliciosa de la costa mediterránea, mantiene una calma tensa ante la pandemia del COVID-19.

Las arterias del centro de la ciudad, a excepción de algunos turistas y de paseantes cautivos, no tienen prácticamente actividad salvo la de supermercados, hornos y estancos, que permanecen abiertos. Hay pocos vehículos privados, muchos buses prácticamente vacíos y largas colas de taxis que nadie usa. En la Gran Vía hay un tráfico desacostumbradamente moderado.

Es un ambiente de prolegómeno de algo grave e inquietante pero en una ciudad mediterránea, eminentemente festiva y jaranera y con una temperatura magnífica. El contraste es llamativo. El sol del mediterráneo no ha pasado desapercibido para los cientos de madrileños que, desoyendo las indicaciones oficiales y el más elemental sentido común, han llegado a las principales poblaciones turísticas valencianas y, en algunos casos, a los hospitales costeros. Es uno de los temas de conversación predilectos entre los pocos valencianos que han salido de sus casas.

La calle de Colón, una de las principales arterias comerciales de la ciudad, ha tenido muy poco tráfico de vehículos. Los contadores de usuarios del anillo ciclista suben muy poco a poco, convirtiéndose en un fiel reflejo de las limitaciones autoimpuestas en materia de movilidad urbana en la capital. Enfrente del edificio del Tribunal Superior de Justicia, media docena de turistas recorren la ciudad desierta en sus bicis de alquiler, aparentemente ajenos a la pandemia que asuela Europa.

En Russafa, las Fallas siguen plantadas en medio de las calles que serpentean el barrio en una imagen alucinante para los valencianos, acostumbrados todos los años por estas fechas al apocalíptico bullicio de la fiesta más señera de la ciudad. En la calle de Cuba, unos pocos turistas aprovechaban la mañana para contemplar el monumento fallero mientras los vecinos del barrio iban y venían a por provisiones.

Una mujer fotografiaba el insólito monumento con su teléfono móvil. El gigantesco ninot de la Falla, que representa a una aviadora uniformada, parece devolverle la mirada con inquietud y gesto de incomprensión. Las Fallas han quedado plantadas en las calles de València sin que se sepa a ciencia cierta si llegarán en tiempo y forma a la fecha propuesta por el alcalde para el próximo mes de julio.

El caos acústico que sufren los valencianos por estas fechas ha desaparecido. No estallan petardos ni hay jolgorio ninguno. En las calles de los barrios más alejados del centro, el silencio es intenso y desconcertante. Los vecinos que pueden, toman el sol en sus terrazas. Algunos padres han salido a dar un paseo con sus críos. Abundan conversaciones didácticas, calmadas, con los más pequeños.

En el cauce del río Turia, el espléndido jardín y pulmón verde de la ciudad, son pocos los runners o ciclistas que recorren sus pistas, habitualmente llenas hasta la bandera los fines de semana. Algunas personas toman el sol tumbadas en la hierba o pasean al perro.

Los pocos que bajan a la calle, muchos en patinete o en bicicleta, lucen rostros de inquietud. Todo el mundo tiene preocupaciones inmediatas que resolver. La atmósfera de gravedad y de excepcionalidad propicia algunas escenas un tanto surrealistas como el músico callejero que recorre la zona del Pont de Fusta tocando detrás de los pocos turistas que huyen del acordeonista a paso firme. Cerca de allí, las Torres de Serranos, antigua entrada medieval a la ciudad, ya no reciben a casi nadie.

En los alrededores de la Plaza de Toros, dos repartidores latinoamericanos de Glovo consultan el teléfono móvil inquietos ante la falta de pedidos por el cierre de bares y restaurantes. Ambos prefieren no ser entrevistados ni mucho menos fotografiados. El primero, en breve se encerrará en casa ante la falta de pedidos. El segundo, con mascarilla, medita a pocos metros tomar el mismo camino hacia el confinamiento.

Todos los trabajadores consultados viven con inquietud la situación y sin saber exactamente qué medidas tomar para seguir disponibles para el público. Un empleado de un estanco confiesa que no sabe muy bien qué hacer a partir del lunes. En un horno situado detrás de la Plaza de Toros, las colas se han organizado con cierta distancia de seguridad. Una empleada sirve las barras de pan y los dulces que los clientes piden y otra cobra el importe.

Sólo saben que el próximo 19 de marzo, día festivo en que cada año se queman las Fallas, cerrarán.

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