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La era de las victorias pírricas

Simón Alegre

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Cuando Pérez Rubalcaba se hizo cargo del PSOE se pensó generalmente en un hombre de transición, dispuesto a quemarse políticamente en la hoguera de la última legislatura de Rodríguez Zapatero y a gestionar a posteriori el desencanto orgánico hasta la llegada del mirlo blanco de la socialdemocracia española. Con las primarias en el horizonte, este escenario no debería más que acentuarse, pero, ¿tiene el cántabro legítimo derecho a calibrar que, si Rajoy ha llegado a presidente del gobierno, él tampoco debería privarse de tal estructura de oportunidad?

Al fin y al cabo, no dejaría de ser un pensamiento en la línea de Pedro Arriola: las elecciones no las gana la oposición, las pierde el gobierno.

Vayamos al grano. La serie de resultados electorales nos indica una tendencia a la desconcentración del voto a los grandes partidos. Del 83,9% de voto a PP y PSOE en 2008 pasamos al 73,3% de 2011 y las últimas encuestas vaticinan un 58,7% de sufragios para los partidos mayoritarios. Nos encontramos, por lo tanto, ante una tendencia sostenida y frente una coyuntura sociopolítica que no tiene visos de revertirla.

Descartamos en este esquema la fórmula de grosse Koalition, por no formar parte, a medio plazo, de la cultura política hispana y porque en un contexto de desafección partidista erosionaría mayormente a PP y PSOE, al tiempo que reforzaría a sus competidores como oposición al establishment. El caso de Euskadi no nos sirve como paradigma, puesto que la alianza la integraban partidos perdedores.

Existen indicios fiables para presagiar un gobierno del PSOE, con su menor apoyo histórico, junto a otras fuerzas –estatales y subestatales- situadas a su siniestra. Y no como los meros complementos de geometría variable que consagró Rodríguez Zapatero. La fragmentación del voto atisba un Parlamento tendente al multipartidismo extremo, con unos subalternos –IU y UPyD- que superarán en dimensiones a las formaciones que antaño ejercieron durante alguna legislatura como partidos medianos –PCE, AP, PSP-US, CDS- y un abigarrado conjunto de nacionalistas y regionalistas, algunos de ellos con capacidad de chantaje. Aunque los partidos de defensa de la periferia sean los grandes tapados de las encuestas por su dispersión territorial, van a estar más presentes que nunca.

Las comparaciones son odiosas y ni nos encontramos ante un tangentopoli a la española ni los grandes partidos van a implosionar a la manera del PSI y la DC, lo que no obsta para certificar que aquel multipartidismo moderado que encubría un bipartidismo imperfecto tiene fecha de caducidad. Ración extra de consociacionalismo y prueba de carga para el espíritu pactista emanado de la Transición. En condiciones teóricas ahora de diálogo irrestricto. Pero con más interlocutores que los dos necesarios, cada vez menos suficientes.

Como cantó Bob Dylan: for the times they are a-changin´.

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