Estamos viendo: “Orange Is The New Black”
Orange is the New Black cuenta la experiencia recogida en las memorias de Piper Kerman (en la serie, Piper Chapman), una chica blanca de clase media que entra en la cárcel, cuando ya tenía reconducida su vida, por un delito de tráfico de drogas en una época desenfrenada. Pero el drama es suave: hay tragicomedia, crítica social velada y sobre todo originalidad en los personajes, una variedad de mujeres auténticas, con miles de defectos y virtudes cada una, orquestadas por la directora de la serie, Jenji Kohan.
El nombre de estas mujeres que ponen cara real a la ficción que viene después no se sabe, pero sí que son parte de la comunidad de una ONG de cristianos de base, Homeboy Industries, que trabaja con personas que salen de la cárcel o que han formado parte de pandillas callejeras para que monten sus propios pequeños negocios.
Entre esas miradas fijas, casi nunca agresivas y muchas veces recuperadas, hay una de ojos azules que parpadea. Es la de Piper Kerman, que se asoma al inicio de cada capítulo de su propia vida.
La cabecera de la serie es una declaración de intenciones. Una envolvente canción de Regina Spektor, compuesta específicamente para la intro, le da ritmo a una sucesión de fotos, primerísimos planos de ojos, bocas, narices, tatuajes, dientes amarilleados y cicatrices elocuentes que pertenecen a mujeres exconvictas. La serie de fotografías de mujeres, entre la que se intercala algún movimiento, alguna carcajada, alguna sombra que se desplaza, es de Thomas Cobb, cuyo equipo también realizó el fotomontaje sobre el 11S que abre otra serie de referencia este año, Homeland.
Son las mujeres reales de Orange Is The New Black, una ficción de trazo fino, entretenida y sin pretensiones, que también se esfuerza por convertir a sus personajes en seres únicos en una situación única, pero con sentimientos comunes a los que vivimos fuera de las rejas.
Orange no es tan cruda como The Wire, pero enseña que los malos no siempre son malos, que los buenos nunca son tan buenos y que el sistema está hecho para no funcionar; no es tan mágica como A dos metros bajo tierra, pero sí tiene ese algo de aire de novela que rebusca en las pequeñas miserias de una generación joven que no ha sido educada para sufrir. En un ecosistema donde no hay hombres, la experiencia narrativa (del poder, del sexo, de la fragmentación social) se vuelve interesante. La presencia masculina se limita a espacios de autoridad: hay machismo delictivo, hay nuevas masculinidades, hay mujeres machistas.
Dicen los productores de Orange que para estas imágenes de la cabecera pidieron a las fotografiadas que pensaran en tres cosas: un lugar que les transmitiera calma, alguien que les hiciera reir y algo que quisieran olvidar.