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Los afganos que no logran salir de su país pese al compromiso de España: “No podemos más”

Llega a Madrid un grupo de 300 excolaboradores afganos y sus familias.

Gabriela Sánchez

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Silvia Arrastia y su marido vieron el telediario en silencio este jueves, mientras se sucedían las imágenes del descenso del avión de casi 300 refugiados afganos evacuados. Se miraron, pero continuaron callados un buen rato: “No había mucho que decir… Estamos muy tristes”. Se alegran por los recién llegados, pero ver su aterrizaje les hizo pensar en quienes no están aquí. En quienes no pudieron subir a uno de esos aviones, por más que lleven intentándolo en el último año. 

En agosto su familia política tenía un salvoconducto para ser trasladada a España tras la caída de Kabul, por ser familiares de un residente. El atentado en el aeropuerto les impidió acceder a uno de los aviones y aún siguen, como tantas personas, esperando un nuevo permiso del Gobierno para poder ser evacuados. Los seres queridos de su marido, refugiado en España, sobreviven en Islamabad de forma irregular, tras salir de Afganistán debido a las amenazas y a las mayores posibilidades de viajar desde Pakistán. 

Este miércoles, 294 refugiados afganos aterrizaron en la base de Torrejón de Ardoz (Madrid) en un avión fletado por el Ministerio de Defensa desde Islamabad (Pakistán). El pasado 21 de julio, llegaron a Madrid otros 63 familiares de residentes en España y colaboradores afganos. Pero decenas de personas, como la familia de Silvia Arrastia y Farina Abdul, se enteraron por la prensa de este vuelo y aún no saben cuáles son los criterios para lograr acceder a ellos: “Por un lado, te da alegría que por fin estas familias hayan acabado con la pesadilla que ha supuesto aguantar todo este año, pero tenemos la pena de que nosotros sigamos en la misma situación. Es muy duro para ellos física y psicológicamente”.

Silvia conoce la noticia de la evacuación y su voz se quiebra. La ansiedad derivada de la situación de su familia en Afganistán y la tensión ligada a lograr ayudarles le empujaron a pedir una baja hasta el pasado mes de febrero. Saber que ha habido dos vuelos y sus seres queridos no han sido avisados le revuelve. Arratia parece agotada después de un año pendiente de trámites y atenta del teléfono para poner a salvo a sus suegros, sus cuñados y los muchos sobrinos menores de edad que esperan la luz verde de España. 

También la familia de Farina Abdul, refugiada en España desde 1990, estuvo amontonada en los alrededores del aeropuerto de Kabul horas antes del atentado y no logró acceder a ninguno de los aviones: “Aún no sé cómo sacarlos. He llamado a muchas puertas, pero nadie me dice qué tengo que hacer”, dice la mujer, preocupada especialmente por las chicas adolescentes de su familia, quienes han sufrido amenazas de los talibanes, según su relato.

La familia política de Silvia no quería volver a vivir huyendo. Después de perder a un hijo hacen años a manos de los talibanes, tuvieron que abandonar su casa y se convirtieron en desplazados internos dentro de las fronteras de Afganistán. Su familia fue señalada como colaboradora de gobiernos extranjeros y pasaron años escapando de un lugar a otro, hasta conseguir mudarse a Kabul, una de las ciudades más seguras del país, pero la victoria de los talibanes lo cambió todo.

Falta de respuestas

Sus seres queridos permanecieron en Kabul hasta junio de este año, cuando lograron atravesar la frontera con Pakistán de forma irregular. El noviembre pasado había recibido un correo electrónico del Ministerio de Exteriores de España en el que le comunicaba que sus allegados se encontraban en la lista de personas afganas sin documentación que el Gobierno apoyaría para cruzar la frontera con Pakistán y así poder viajar a España. “Mandamos la documentación, pero nunca nos respondieron”, dice. Pasaron los meses, el miedo a los talibanes aumentó después de que su casa fuera apedreada en varias ocasiones, relata. “Decidimos que tenían que salir aunque fuese de forma irregular”. 

“Para hacerlo es necesario pagar a traficantes. Y es muy complicado, más aún con tantos niños. Viajan con menores de tres, dos, un año… y bebés de meses. Si lo hicieron, es porque entendieron que, después de las conversaciones mantenidas en el aeropuerto y los emails posteriores, en los que dice que España apoyaba su salida de Afganistán, interpretamos que había un compromiso del Gobierno español para traerles”, dice Arratia. “Si lo haces es porque crees que, al otro lado, te vas a encontrar la salvación”. Según explican fuentes de Exteriores a elDiario.es, “la Embajada trabajó y trabaja sin descanso” para evacuar a los colaboradores de España en Afganistán.

Salida a Pakistán

Atravesar la frontera de Afganistán, controlada por los talibanes, se retrasó durante meses. Arratia no llega a recordar todas las veces que su familia ha intentado entrar en Pakistán en vano y le es muy complicado calcular todo el dinero invertido en ello. Todos esos días, Arratia y su marido han estado pendientes del teléfono, para confirmar si lograban su objetivo. 

“Al principio, nos pusimos en contacto con gente que está ayudando a otra gente. Les pagamos e iban retrasándolo. Una de esas veces, perdimos el dinero. Otros días, les hicieron llegar a la frontera, ubicada a unas siete horas de Kabul, para luego tener que dar la vuelta”, detalla la mujer, española casada con un refugiado afgano. “Desplazas a toda una familia, en un autobús, pasan una noche en los alrededores, llegan allí, y se encuentran que no se corresponde con la realidad. Que no pueden cruzar. O les dicen que tienen que pasar menores solos y no se atreven y vuelven otra vez a Kabul”. A cada intentona, el riesgo en casa aumentaba: “Cada vez que van y vuelven, salen con cosas, los vecinos les veían y la situación es de mucho más peligro”.

La espera

Hace dos meses, lo consiguieron. “Esta última vez era muy arriesgado intentarlo. Tuvieron que viajar de una frontera a otra pero, finalmente, pudieron cruzar”, relata la mujer, quien estuvo despierta toda la noche hasta confirmar que llegaron todos a Islamabad a salvo. “Tuvieron bastantes problemas. Mis dos cuñados tuvieron que cruzar varias veces, para trasladar a los niños, y en una de esas fueron detenidos, pero pagando a los guardias les acabaron soltando”.

Pero en Pakistán no han encontrado, por ahora, la “salvación” que ansiaban alcanzar. En Islamabad sobreviven de manera irregular, por lo que apenas salen a la calle para evitar una posible deportación a Afganistán. “Siempre tienen miedo, y eso no hay cuerpo que lo aguante. Nos preguntan que cuándo se va a resolver. No sabemos decirlo”.

En un primer lugar, fueron acogidos por una familia de amigos: “No tenían ni luz ni agua corriente. Se pusieron malos de la tripa. Eran unas condiciones pésimas para tantos niños”. Pasado un tiempo, desde España, Silvia y su marido lograron alquilar una vivienda de mejores condiciones. La vasca no se explica cómo es posible que tengan que malvivir en Afganistán, cuando cuentan con el apoyo del Gobierno de Navarra, que ha enviado un informe a Exteriores donde solicitan la evacuación de la familia y garantizan tener preparada su alojamiento. “Navarra tiene ya lista sus plazas. Tienen apoyo familiar, el supuesto compromiso del Gobierno... ¿por qué todo tarda tanto?”, cuestiona. “Esperamos que pronto haya otro vuelo. No podemos más...”, dice entre lágrimas.

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