Realidades sobre el retorno... ¿voluntario?
El retorno voluntario aparece ahora como una herramienta más para gestionar la inmigración irregular. Si bien existe una inminente población en situación irregular a la que se pretende frenar la entrada por la frontera sur, también hay otra que ya está asentada en el territorio español. En un momento en que se están endureciendo las normas para entrar en Europa y se están facilitando las expulsiones de personas extracomunitarias, proliferan los programas oficiales de retorno voluntario, dirigidos a ese otro colectivo asentado en el territorio, en muchos de los casos desde hace muchos años ya.
Últimamente no paramos de oír noticias sobre Ceuta, Melilla, la valla, concertinas, inmigración irregular, políticas migratorias... Parece que la inmigración irregular se está convirtiendo en una obsesión por parte de algunos gobiernos europeos. Uno de los cinco compromisos básicos que adoptó el Pacto Europeo sobre Inmigración y Asilo (2008) del Consejo de la UE es el de “combatir la inmigración irregular, garantizando, entre otras cosas, el retorno a su país de origen o a un país de tránsito de los extranjeros en situación irregular”. Este compromiso se vinculaba con el principio de que “los extranjeros en situación irregular en el territorio de los Estados miembros deben abandonar dicho territorio. Cada Estado miembro se comprometerá a garantizar la aplicación efectiva de este principio, (...) dando preferencia al retorno voluntario.”
Cabe decir que la complejidad de estos programas, así como del fenómeno del retorno en sí mismo, unido a las condiciones y expectativas de los países de origen generan unas dificultades y contradicciones muchas veces difíciles de gestionar para las personas que pasan por este proceso.
Un ejemplo de ello, es el miedo que aparece en muchas personas, ese miedo a “volver sin nada”, “volver con una mano delante y otra detrás”, el miedo al rechazo de la gente cercana que retorna por un supuesto fracaso. Parece que este miedo al rechazo es un mínimo común denominador de muchas nacionalidades, aunque se pueda vivir de manera muy diferente según la cultura de origen y las exigencias y pretensiones de quienes esperan desde allí.
A todo este complejo entramado de emociones, sensaciones, pensamientos, limitaciones y posibilidades, se suma también otro factor: el sentimiento ambiguo de identidad que aflora en muchas personas que llevan ya un tiempo largo establecidas en otro lugar. Por un lado, hay muchos aspectos de los países origen que aún sienten como suyos, que les hacen sentir esa unión con “sus raíces”. Por otro, poco a poco se van incorporando determinados rasgos de la sociedad de acogida, que se entremezclan con el paso del tiempo con los factores que la persona lleva en su impronta originaria, creando ahora una identidad nueva, que mezcla aspectos de ambas culturas. Aparece así en muchos casos un sentimiento de pertenencia compartido, ese “ser de aquí y de allá a la vez”. Como se expresa en el libro de Identidades Asesinas, de Amin Maalouf: “ Si bien en todo momento hay, entre los componentes de la identidad de la persona, una determinada jerarquía, ésta no es inmutable, sino que cambia con el tiempo y modifica profundamente los comportamientos.”
Retorno ¿voluntario?
Son muchas las personas que vinieron hace ya un tiempo buscando ese sueño de encontrar una vida mejor aquí; el deseo de tantas otras de mejorar la calidad de vida “de los suyos” mediante el envío de remesas que poder enviar allá; o el caso de quienes optaron por migrar buscando estos dos objetivos en conjunto, es decir, mejorar su vida en otro país y aumentar la calidad de vida de sus familiares en origen.
Ahora muchas de estas personas han decidido o están planteándose retornar a su país de origen. Según datos del Secretaría General de Inmigración, entre los años 2009 y 2012 se produjeron un total de 21.749 retornos en España, entendidos estos como los retornos ejercidos dentro del marco de los programas oficiales de retorno voluntario. Si a esto sumamos los que se llevaron a cabo de manera informal, podemos suponer que la cuantía ascendería notablemente.
Cabe plantearse en este punto la voluntariedad del retorno: la decisión de volver que “escogen” tantas personas a título individual y tantas familias enteras que ahora ya no tienen la manera de mantenerse aquí y por ello piensan ahora en retornar. ¿Es una decisión realmente voluntaria ésta? Muchas de estas personas aseguran que si pudieran mantenerse aquí no se marcharían.
“Me encanta Barcelona, el buen tiempo, su gente. Si me saliera un trabajito me quedaría, pero ya no aguanto más así...”. En muchos de los casos estas personas son víctimas de la actual crisis económica que asola Europa, un continente que en un momento les recibió con los brazos abiertos y ahora parece que les ofrece la posibilidad de retornar “voluntariamente”. Existe el caso de quienes consideran que su proceso aquí ha terminado y ahora deciden comprarse un billete y volver, pero no es a ellos a quienes nos referimos: hablamos de esas personas especialmente vulnerables a las que se destina el presupuesto de los programas oficiales de retorno voluntario (téngase en cuenta que uno de los principales criterios a los que hacen referencia dichos programas es la vulnerabilidad).
Muchas de estas personas pasaron por una etapa de regularidad administrativa, pero el curso de los acontecimientos, la dificultad de encontrar trabajo y de renovar su tarjeta les ha convertido ahora en mucho más vulnerables – irregulares-. Las personas en situación administrativa irregular no gozan de muchas garantías, ni siquiera de algunos derechos humanos, como es el derecho a la salud, recogido en el artículo 25 de la Declaración de los Derechos Humanos del '48 (que, por suerte, en unas pocas comunidades autónomas, como Cataluña, sí ha quedado garantizado).
Y queda abierta la reflexión de que estos retornos “voluntarios” sean un punto final. La historia de la humanidad es la historia de las migraciones: lo que hoy es un retorno puede ser un nuevo viaje de vuelta aquí, o un nuevo viaje allá...