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El balance a los cuatro años de la llegada de la COVID-19 a Euskadi deja 51.732 ingresos en Osakidetza y 9.090 fallecidos

Los primeros usuarios con mascarilla en el hospital de Txagorritxu de Vitoria en febrero-marzo de 2020

Iker Rioja Andueza

Vitoria —

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2024, como 2020, es año bisiesto. Por lo tanto, en 2024, como en 2020, después del 28 de febrero llega el 29 de febrero. La última vez que aquello ocurrió en el calendario en Euskadi se inició una “película de zombies”, como gráficamente lo describió hace unos pocos meses la entonces consejera de Salud, Nekane Murga. Llegó el coronavirus Sars-Cov-2 y su enfermedad, la COVID-19. Y, como siguió Murga, “encima no venía de Bután o como se llamara el pueblo [en referencia a Wuhan]”, había transmisión comunitaria. Hace meses -quizás ya años- que el análisis de los indicadores epidemiológicos quedó arrinconado con la mascarilla y los restos del gel hidroalcohólico, pero el balance cuatro años después de aquellos primeros contagios arroja dos grandes cifras: 51.732 personas hospitalizadas -una engañosa media de 35 cada día, una cada 40 minutos- y 9.090 fallecimientos -con 2022 como el peor año tras la llegada de la variante ómicron-.

Este miércoles, como cada semana, el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza) ha publicado el informe sobre infecciones respiratorias agudas. En agosto de 2023 se suprimió el reporte específico sobre la COVID-19 y ahora se informa sobre ella dentro de un análisis conjunto con el virus de la influenza (la gripe) y otras patologías. Entre el lunes 19 y el domingo 25 de febrero hubo 19 ingresos por esta enfermedad. Quitando una semana justo después del pasado verano, es quizás el dato más bajo en cuatro años. Ocho hombres y once mujeres han tenido complicaciones. Quince de ellos tenían más de 60 años, el grupo poblacional de mayor riesgo.

Los datos acumulados reflejan por sí solos la increíble presión asistencial que ha generado la COVID-19. En la primera ola, durante el confinamiento, llegó a haber 1.800 personas de golpe que precisaban atención por lo mismo. Se habilitaron hoteles, residencias y otros espacios como auxilio a unos hospitales saturados y se multiplicó la hospitalización a domicilio. Después, el peor momento fue a comienzos de 2022, cuando ómicron disparó los contagios. Ahí llegó un tope de 150 ingresos en 24 horas, uno cada diez minutos. Las UCI llegaban a recibir hasta 40 pacientes más cada día durante la primavera de 2020 y un año después se vivió otro momento crítico con hasta 200 enfermos críticos. En datos, de febrero a diciembre de 2020 16.785 personas fueron hospitalizadas. En 2021 fueron 15.318, en 2022 15.397, en 2023 3.647 y en lo que va de 2024 495.

Varios informes del Gobierno vasco han puesto de manifiesto que la COVID-19, en ocasiones minimizada y comparada con una gripe estacional, ha sido la enfermedad que más ingresos ha generado en la historia de Osakidetza, que tiene ya 40 años. Se estima en 3.000 el número de personas que ha pasado por una UCI a causa de esta enfermedad. Además, según recordó recientemente la actual consejera, Gotzone Sagardui, el sistema tuvo que absorber “cinco millones de pruebas diagnósticas” y otros “cinco millones de vacunaciones”.

La derivada es que las listas de espera para operaciones, consultas y pruebas diagnósticas se han disparado. Todavía ahora el sistema no ha recuperado el nivel de 2019. Y la preocupación ciudadana por la salud de la Sanidad pública vasca se ha disparado. Es ahora el segundo problema para los vascos. Lo menciona un 35%. En el último Sociómetro antes de la pandemia era el noveno y lo citaba un 6% de la población. Otros trabajos sociológicos como el Deustobarómetro han aportado datos que van en una misma línea y, de hecho, Osakidetza va a ser uno de los ejes de la próxima campaña electoral de cara al 21 de abril.

Según datos oficiales del Departamento de Salud, hasta el 31 de enero los fallecimientos de personas con COVID-19 habían sido en Euskadi 9.090. Fueron 3.106 los decesos conocidos de febrero a diciembre de 2020. Bajaron a 1.978 en 2021 pero repuntaron a causa de la gran ola de ómicron en 2022, con 3.260. En 2023 ya empezaron a acumularse jornadas sin ningún muerto por vez primera en meses. La última semana conocida, la final de enero, dejó tres pacientes con COVID-19 fallecidos. Hasta marzo del pasado año, aproximadamente, se actualizaba la estadística de brotes en residencias de mayores, uno de los espacios más vulnerables al neovirus. Según se dijo entonces, en Euskadi, murieron allí 1.400 internos. Ahora mismo hay positivos en siete centros de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa.

Nada queda ya en circulación del primer subtipo del Sars-Cov-2 que apareció en la noche del 28 al 29 de febrero de 2020. Ahora la secuenciación muestra que todos los casos los genera ómicron, “siendo los linajes más frecuentes JN.1 (90,8%), BA.2.86 (3,0%) y JG.3 (1,3%)”, según Osakidetza. Antes circularon alfa, delta, épsilon y otras variantes con nombre griego o de modelo de coche Lancia. La consejera Murga ya contó a elDiario.es/Euskadi en 2021, con motivo del primer aniversario de la emergencia sanitaria, que ella misma se dirigió desde la sede del Gobierno vasco en Lakua hasta el hospital de Txagorritxu, el primer foco de contagios, para cerciorarse de la noticia:

-¿Hay posibilidad de error?

-No, es positivo.

Y la bola empezó a crecer. “En Txago era una profesional y nos dimos cuenta al instante de que, en un día de consulta, podría haber estado con 15 ó 20 personas, que en planta habría visitado a otras 15, que en una sesión clínica habría estado con otro montón y que había participado en una comisión de tumores”, relató. Vitoria, que tiene un vuelo directo con Bérgamo, la ciudad italiana que fue el epicentro de la crisis allí, se convirtió en una bomba epidemiológica en pocos días. Cerraron los colegios y una semana antes del confinamiento ya había residencias en cuarentena al ir sucediéndose los decesos.

2024, como 2020, es año bisiesto y también electoral. Entonces como ahora había convocadas unas elecciones autonómicas en abril. Quedará para la historia cómo el lehendakari, Iñigo Urkullu, tuvo que suspenderlas y llevarlas a julio, justo cuando empezaba a incubarse una nueva ola que sería la primera de muchas más tras el confinamiento. En una decisión que ahora parece impensable, el Gobierno vasco prohibió a los infectados cuarentenados ejercer el derecho al voto bajo la advertencia de imputarles un “delito contra la salud pública”. El asunto llegó a la Junta Electoral y este organismo dio la razón al Ejecutivo. En Ordizia, que en aquellas fechas vivía un brote con 73 casos, se llegaron a fijar franjas horarias para evitar aglomeraciones y que la población de riesgo estuviera más tranquila en los colegios electorales. Se recomendó que los mayores de 65 años votaran de 9.00 a 14.00 horas, que lo hicieran de 14.00 a 15.00 horas personas aisladas negativas en la prueba PCR y que a partir de las 15.00 acudieran los más jóvenes. Tras los comicios, Murga dejó paso a Sagardui, la consejera que esa Navidad de 2020 firmó los albaranes con la llegada de las primeras vacunas. Y Urkullu se convirtió en el presidente del Labi, la mesa de crisis que ponía y quitaba restricciones.

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