¿La esperanza es lo último que se pierde?

A punto de cumplirse diez años del histórico Acuerdo de París del 15 de diciembre de 2015 nos encontramos con la 30.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima que se celebra del 6 al 21 de noviembre de 2025 en Belém, Brasil. El reto es, si de una vez por todas se va a poner en marcha las promesas hechas en el pasado.

Diez años después, las emisiones y temperaturas globales se mantienen en máximos históricos, y en 2024 se sobrepasó 1,5ºC, que era el límite que el Acuerdo de París venía a plantear para 2.100. 

Los datos no invitan a ese optimismo a día de hoy, ya que los compromisos de reducción hasta ahora presentados por los países nos llevarían a aumentos de temperatura cercanos a los 3 grados, muy lejos del objetivo marcado para evitar un cambio climático catastrófico. 

La salida de Estados Unidos del Acuerdo de París es muy grave. Es responsable de más del 11% de las emisiones globales y el principal emisor histórico. Pero conviene recordar que ya lo hizo en 2017 cuando por primera vez fue presidente Trump, y el mundo siguió avanzando. Sin embargo, la diferencia ahora es que, en esta ocasión, no hay esa decisión para seguir adelante en muchos países clave. A diferencia de hace unos años, el trumpismo de hoy no se queda sólo en Estados Unidos.

La Unión Europea, por ejemplo, que fue líder en la lucha contra el cambio climático, hoy ha abandonado esa posición. Nadie contrarresta el negacionismo de Trump con la decisión necesaria que requiere la gravedad de la emergencia climática en la que estamos inmersos. Y, el problema es que ya son demasiadas COPs en las que sólo con mantener las negociaciones parece una victoria. Y eso es muy poquita cosa. 

Y, ¿cómo están las cosas en Euskadi? En 2024, Euskadi ha reducido sus emisiones de gases de efecto invernadero un 18% respecto a 1990, aunque hay que decir que el objetivo marcado por la UE para 2030 es de una reducción del 55%. O sea, estamos lejos, aunque el objetivo de reducción de los GEIS de la Ley vasca de Transición Energética y Cambio Climático, aprobada por el Parlamento Vasco en la pasada legislatura, tras el acuerdo de PNV, PSE y EH Bildu, fue de una reducción de un 44% en 2030. Es decir, más bajo que lo planteado por la UE. Por tanto, hay mucho trabajo por hacer.  

Pero siendo la mitigación muy importante y debemos hacer mucho más en Euskadi, no nos podemos olvidar del otro pilar de la lucha contra la crisis climática, la adaptación frente al cambio climático.

En nuestra comunidad se han dado avances en planes de adaptación, pero no basta con declararlos. Se deben evaluar los riesgos, priorizar la protección de los sectores más vulnerables y garantizar que las medidas se implementen correctamente. Esto incluye infraestructuras verdes, refugios climáticos accesibles, rehabilitación de viviendas, eficiencia energética, planes de concienciación ciudadana… Voy a poner un ejemplo con los refugios climáticos. De nada servirán si no hay accesibilidad, y deben ser fáciles de alcanzar para todas las personas, incluyendo a aquellos con movilidad reducida; deben tener cierto confort térmico y ser confortables, donde la gente pueda descansar o socializar; deben incorporar elementos como vegetación, agua y materiales que reflejan el calor para ayudar a regular la temperatura y abiertos al público, que se pueden usar de forma libre y gratuita, sin estar ligados al consumo.

Se suele decir que la esperanza es lo último que se pierde. El hecho de que ningún país haya seguido el ejemplo de Estados Unidos de abandonar el Acuerdo de París es esperanzador, pero quedan muchas incertidumbres con respecto a las emisiones de China e India y tenemos la debilidad política de la UE. Si no se consiguen avances importantes, va a ser imposible alcanzar el objetivo de 1,5 grados del Acuerdo de París.

También hay que pensar que es necesaria una revisión fundamental de las COPs. Como han manifestado un grupo de destacados científicos en una carta dirigida al secretario ejecutivo de Cambio Climático de la ONU, Simon Stiell, en estas reuniones se debe pasar de la negociación a la aplicación para poder cumplir los compromisos acordados y garantizar la eliminación progresiva de la energía fósil. Y, que haya una representación equitativa en las conferencias, dado que los lobistas de los combustibles fósiles superan en número a los representantes científicos, indígenas y de las naciones vulnerables al clima.

No nos queda mucho tiempo para evitar una catástrofe que ponga en peligro la supervivencia humana en este planeta. Y, al contrario de lo que piensan los habitantes de Marte como Elon Musk, no hay planeta B. Si en la COP 30 de Belém (Brasil) no se alcanzan avances sustanciales, como ha ocurrido en las últimas COPs, esto hará que se produzca sólo la supervivencia de las negociaciones que últimamente aparece como una victoria. Y eso, no es suficiente, ni mucho menos. Es un resultado muy raquítico. 

Al mismo tiempo, en el marco de la COP30 en Belém, se celebra una Cumbre de los Pueblos, un espacio de la sociedad civil donde ecologistas, indígenas, feministas y otros movimientos sociales exigirán justicia climática y alternativas al sistema actual, protestando por la inacción gubernamental. Esta cumbre paralela busca influir en las negociaciones oficiales, presentar soluciones desde la base y afirmar la necesidad de un cambio profundo frente a la crisis ecológica. 

El cambio climático no depende solo de los líderes gubernamentales. En una buena proporción de la sociedad civil, de sus gentes que se movilizan, que demandan justicia y alzan la voz por un futuro habitable.