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La biblioteca oculta de Vitoria-Gasteiz

Imagen de la emblemática bibloteca Fournier en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria.

Natalia González de Uriarte

Vitoria-Gasteiz —

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En tiempos de libros sin páginas de papel, de Quijotes que se leen sobre la pantalla plana o de universos kafkianos relatados por un narrador cuya voz está generada por ordenador, toparse con un espacio repleto de publicaciones impresas en tinta, con siglos de vida, es todo un descubrimiento.

En la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, que este año celebra su 240 aniversario, se esconde, en una de sus salas, un lugar evocador. El rincón huele a viejo, suena a madera carcomida por la vejez y conserva el espíritu de las gloriosas bibliotecas antiguas, de aquellas donde se custodiaban los libros y a la par, se regalaba paz y sosiego al visitante. El silencio no es obligado pero lo impone semejante escenario porque uno se queda mudo al adentrarse en otro siglo solo con cruzar el umbral de una puerta.

Sobre las baldas, dobladas por la edad, conviven 7.800 ejemplares de la más diversa temática. Libros de toros, colecciones botánicas, las clásicas enciclopedias por fascículos o cuadernos de arte se distribuyen de forma desordenada en las hileras que cubren los muros de la estancia. Los libros rozan el techo y para alcanzarlos, el lector ha de encaramarse a una escalera y recorrer el estrecho voladizo de madera de la estantería superior. Algunos compartimentos aún mantiene intactas las rejillas metálicas propias de las antiguas alacenas. La biblioteca lleva el nombre de sus fundadores, la familia Fournier, que allá por 1920 donó sus fondos bibliográficos a la Escuela de Artes y Oficios, por aquel entonces centro neurálgico cultural de Vitoria.

Desde su apertura hasta su cierre, hace unos treinta años, vivió su época de esplendor. Era a la vez un centro de encuentro social, de consulta y divulgativo. “Los niños venían a hacer los deberes, otros usuarios encontraban en estos volúmenes la respuesta a sus consultas; otros venían a leer el periódico. Mucha gente lo consideraba un lugar idóneo simplemente para estar. Era un sitio lleno de vida que se mantuvo así hasta que murió el bibliotecario. Desde entonces, nunca más ha vuelto a abrir sus puertas al público de forma continuada. Es una pena”, relata el director del centro, José Ignacio Martínez de Arbulu.

Los aprietos financieros y la desidia política

Los aprietos financieras del centro dificultan la recuperación del recinto bibliográfico para la ciudadanía aunque Arbulu asegura que no es un problema de dinero sino de desidia política. “Lo más preocupante es que no está sometida a ningún mantenimiento y lo requiere dada la vejez de estas publicaciones. Está en peligro el patrimonio bibliográfico. Disponemos también de documentos de Vitoria, actas muy antiguas que deberían clasificarse y archivarse pero nadie se hace cargo de ello y puede acabar perdiéndose parte de la historia de la ciudad”, advierte Martínez de Arbulu. Ha habido intentos por parte de antiguos alumnos de clasificar y poner en orden los fondos pero la realidad personal de los voluntarios se interpuso y los planes se truncaron. Así que de momento, la biblioteca no tiene quien la cuide.

El director del centro enmarca la clausura de la sala entre las decisiones tomadas desde la errática política cultural aplicada por los sucesivos gobiernos.“Reclamamos con urgencia un plan de gestión cultural para la ciudad. No funcionamos en red, no se dan sinergias entre nosotros. Hay actividad cultural en la ciudad pero todos vamos por libre, no hay un planteamiento unificado y se están desaprovechando recursos. No hay ni criterio, ni orden, ni gestión”, denuncia el director de Artes y Oficios.

Martínez de Arbulu echa en falta un proyecto que convierta a Vitoria en una ciudad educadora. Este movimiento parte del convencimiento de que el desarrollo de los habitantes no puede dejarse al azar y ha de atenderse primero a niños y jóvenes pero con voluntad de incorporar a personas de todas las edades a la formación a lo largo de la vida. “Tenemos que formar ciudadanos de calidad. Recortar es fácil, lo puede hacer cualquier calculadora en mano. Lo difícil es gestionar y de eso han de ocuparse los que son elegidos cada cuatro años. Y si no saben que deleguen y pregunten en diferentes ámbitos. Las ideas fluyen a nada que juntas a cuatro alrededor de una mesa”, insiste Arbulu.

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