Este empresario nos quiere mandar a todos a la cola del paro (y sustituirnos por robots)
Pese a que en ciertas ocasiones, cuando salimos a la calle, puede resultar complicado encontrar los efectos directos de la crisis entre las terrazas abarrotadas de los bares, las discotecas atestadas de jóvenes y la multitud en las tiendas, son muchos los que a día de hoy imploran un empleo. Familiares, amigos, familiares de nuestros amigos... Todos conocemos los casos de personas que en el actual escenario económico no hacen más que toparse con puertas cerradas y negativas por parte de las empresas.
Hay quien culpa de esta situación a los empresarios, que prefieren no arriesgarse e incrementar la carga laboral de sus trabajadores en lugar de contratar más personal. Otros prefieren apuntar contra el Gobierno de Mariano Rajoy, su reforma laboral y las facilidades que ha dado a los mandamases para deshacerse de los trabajadores sin reparos. Pero, sin embargo, nadie carga contra Hugh Loebner, el tipo que quiere mandar a todos los humanos a la cola del antiguo INEM.
Tras los pasos de Alan Turing
Puede parecer descabellado, pero este excéntrico filántropo neoyorkino, autor de hasta seis patentes y CEO de la compañía Crown Industries de Nueva Jersey (que nada tiene que ver con el campo de la inteligencia artificial), promueve cada año un concurso para el desarrollo de máquinas capaces de imitar el comportamiento humano. Desde 1990, el ‘Loebner Prize’ intenta poner en práctica las teorías de Alan Turing, uno de los padres de la informática. Fue él quien, en 1950, postuló por vez primera que las máquinas podrían pensar por sí mismas sin necesidad de intervención humana.
Desde entonces, muchos han sido los intrépidos que han emprendido el camino en busca del Santo Grial de la informática: desarrollar un sistema con el que cualquier persona pueda interactuar con la sensación de que, tras su interlocutor, hay un humano. Es por ello que, aceptando el reto de Turing, desarrolladores e improvisados informáticos de todo el mundo asisten cada año al Premio Loebner, donde presentan sus creaciones a los jueces del concurso. El vencedor será quien consiga crear una máquina capaz de hacerse pasar por un humano de la forma más fidedigna posible. Y, aunque sea por los cuantiosos premios que cada año pone de su bolsillo el propio Loebner, bien merece la pena intentarlo.
Existen tres categorías en este peculiar concurso: el gran premio de 100.000 dólares (73,390 euros), que viene acompañado de una medalla de oro con la imagen de Hugh Loebner y Alan Turing; un segundo premio que, además de la medalla de plata, está dotado con 25.000 dólares (18.414 euros); y un tercer premio que, si bien en un primer momento fue de 2.000 dólares (1.473 euros), en la última edición se ha elevado a 4.000 dólares (2,935 euros) a los que se suma una medalla de bronce. No obstante, no se entregan todos en cada edición. Es más, hay quien dice que el gran premio aún no se ha entregado nunca ya que, en el momento en que llegue al concurso un 'software' capacitado para hacerse con los 100.000 dólares, el concurso habrá tocado a su fin.
¿Qué persigue Loebner con todo esto?
Al parecer, son muchos y diversos los motivos que han empujado a este peculiar sociólogo, defensor de los derechos de los trabajadores y trabajadoras sexuales, a pujar por un concurso en un ámbito que nada tiene que ver con sus prácticas habituales. Sin duda la más llamativa de sus razones para financiar la investigación con robots es que estas máquinas puedan hacer el día de mañana el mismo trabajo que hoy desempeñan los hombres y las mujeres de todo el mundo. Hugh Loebner considera que el trabajo es una abominación y, por ello, pretende mandar a toda la humanidad al paro. Que los ciudadanos tengan todo el tiempo de sus vidas para disfrutar y, entre otras cosas, practicar mucho sexo (del cual, como hemos dicho, es un apasionado defensor).
Pero ahí no acaba todo. Sin importarle lo más mínimo el ámbito de la inteligencia artificial, mientras ejecuta su maquiavélico plan para dejarnos sin trabajo, Loebner se ha dedicado a desprestigiar a todo los investigadores especializados en este campo. Cuando le preguntan por el resultado de los trabajos que se presentan a sus premios, no duda lo más mínimo. “Horrible”, contestó en una entrevista, tras intentar esquivar un asunto que para él carece de interés.
Este peculiar empresario, que incluso se ha visto obligado a hipotecar su vivienda para seguir financiando sus premios, ha conseguido dejar en evidencia a todos los expertos del ámbito de la inteligencia artificial que, a lo largo de las diversas ediciones, han venido a demostrar que los avances en esta materia van muy lento. Tanto es así que Marvin Minsky, investigador del MIT y uno de los 'padres' de la inteligencia artificial, ha puesto precio a la cabeza de Loebner y ofrece cien dólares a aquel que logre convencerle de que abandone la absurda idea del concurso.
No va a ser tarea fácil, porque el ego de Loebner parece no tener fin. Pese a que su principal valedor al inicio de esta aventura, el Centro Cambridge de Estudios Superiores, se retiró de la organización, el filántropo neoyorquino siguió en sus trece y ha conseguido sacar adelante la vigésimo tercera edición de sus premios, que tuvo lugar el pasado 14 de septiembre en la ciudad de Derry, en Irlanda del Norte. Muchos son los que aún siguen asistiendo a un concurso que quiere dejarnos a todos ‘de patitas en la calle’. ¿Hará algún día realidad su sueño?