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Dentro de Turkmenistán, la dictadura más hermética del mundo

Uno de los múltiples retratos de Gurbanguly Berdimuhamedov que cuelgan en los despachos y las calles de todo el país.

Carlos Hernández

Ashgabat y Awaza (Turkmenistán) —
  • Primera entrega de una serie de reportajes sobre Turkmenistán, una de las dictaduras más herméticas y excéntricas del mundo; puedes leer aquí la segunda, la tercera y la cuarta

La primera imagen no es muy tranquilizadora. Los chasis oxidados de dos coches desvencijados yacen en la “tierra de nadie” que separa el remoto puesto fronterizo uzbeko del primer control en Turkmenistán. Junto a ellos, un camión de gran tonelaje en mejores condiciones, pero que también quedó atrapado en este inquietante y solitario limbo territorial rodeado de alambradas. Los soldados turkmenos tardan un rato en analizar la carta de invitación expedida por su Gobierno que me identifica como un simple turista. Salvo que se asista a un evento deportivo internacional o a una de las habituales cumbres energéticas, mentir es el único camino que le queda a un periodista extranjero para entrar en los dominios de uno de los más crueles tiranos, y sin duda el más excéntrico, que pueblan nuestro planeta.

Desde hace años, Turkmenistán compite con Corea del Norte para ocupar el primer puesto en represión y hermetismo. En 2018, por primera vez, el país ha superado al régimen norcoreano de Kim Jong-un en ausencia de libertad de prensa y en la persecución de periodistas, según se detalla en el último informe anual de Reporteros Sin Fronteras.

El dictador turkmeno, Gurbanguly Berdimuhamedov, no quiere informadores ni información independiente. Prueba de ello es que, ya en la aduana, compruebo que en el listado de mercancías prohibidas, al mismo nivel que armas y drogas, se incluyen otros objetos considerados igual de peligrosos: “Medios de información y ediciones impresas”, “drones” y “sistemas de comunicación”. Aún así, el registro de mi equipaje es menos exhaustivo que el que sufren los escasos viajeros locales y en menos de dos horas puedo pisar por fin territorio turkmeno.

Sin duda he tenido suerte porque hacerse pasar por turista tampoco es garantía de éxito. Un alto porcentaje de las solicitudes de visado, que deben gestionarse con meses de antelación a través de una agencia de viajes local, son rechazadas por las autoridades. Cada petición es investigada con un grado de minuciosidad y de rigor difícil de valorar. En la misma solicitud en que se le denegó la carta de invitación turística a una mujer vinculada a una ONG, a un youtuber con demasiados seguidores y a un hombre sin “culpa” aparente, a mí se me dio luz verde. ¿Ventajas de tener un nombre y un apellido extraordinariamente corrientes? ¿Demasiado lejos de España para representar una amenaza? Nunca sabré la respuesta, pero aquí estoy.

A pie de frontera me espera mi conductor, a la vez guía y espía. Salvo quienes obtienen un breve visado de tránsito, ningún turista puede moverse fuera de la capital, Ashgabat, sin estar permanentemente acompañado por una persona designada o autorizada por el Gobierno. El tirano pretende que los visitantes solo vean la falsa fachada de mármol con que ha tratado de cubrir la cruda realidad que vive su pueblo.

El país de los récords y las prohibiciones

Tras el desmoronamiento de la Unión Soviética los turkmenos han tenido la desgracia de ser gobernados, sucesivamente, por dos dictadores a cuál más sanguinario y a cuál más excéntrico. Saparmurat Niyazov pasó de ser el líder regional en la URSS y apoyar el golpe de Estado prosoviético contra Gorbachov, a declarar la independencia en 1991 y prohibir el Partido Comunista.

Su ego le llevó, “guiado por Alá” según él mismo dijo, a escribir un libro llamado Ruhnama en el que interpretó el Corán, reescribió la historia de su país y estableció un código de conducta para sus “súbditos”. La obra no solo era de obligada lectura en colegios y universidades, sino que se debía superar un “test Ruhnama” para acceder a un empleo público e incluso para obtener el permiso de conducir.

Hoy el monumento más surrealista de la ya de por sí surrealista capital del país es una reproducción de varios metros de altura del Ruhnama que, hasta hace poco, se abría mecánicamente cada noche para que una voz grabada leyera aleatoriamente un párrafo del libro. Embriagado de poder, Niyazov se rebautizó a sí mismo como Turkmenbashi (líder de todos los turkmenos). Y ya que estaba, cambió la denominación de los meses del año, sustituyéndolos por nombres de símbolos locales y “héroes nacionales” entre los que se encontraba su propia madre (abril), el Ruhnama (septiembre) y Turkmenbashi, es decir, él mismo, (enero).

El dictador prometió a sus compatriotas que el siglo XXI sería “la edad dorada de los turkmenos” y trató de forjarla a base de represión, obras tan esplendorosas como inútiles y un exacerbado culto a su persona. Tras su repentina muerte, en 2006, le sucedió en el trono uno de sus hombres de confianza, Gurbanguly Berdimuhamedov. El actual tirano calcó el autoritarismo y las excentricidades de su antecesor y le añadió su toque personal.

Poco a poco ha ido restando protagonismo al antaño intocable Ruhnama, al tiempo que está imponiendo en los centros educativos el estudio de los libros que él mismo ha escrito. De la misma manera ha ido levantado la mayor parte de las ridículas prohibiciones dictadas por Niyazov para sustituirlas por otras igualmente absurdas.

El ballet, la ópera, tener un perro, reproducir música grabada en bodas y demás eventos, conducir un vehículo de color oscuro, escuchar música en el coche o llevar dientes de oro son algunas de las actividades que han estado perseguidas en todo Turkmenistán, o al menos en su capital, durante las últimas tres décadas. A día de hoy, lucir barba si se tiene menos de 40 años, cambiarle el nombre a un caballo, circular por Ashgabat con el coche sucio o comprar un paquete de tabaco está penado por la ley.

La arbitrariedad con que el dictador impone normas o las suaviza se visualiza en las calles de la capital. Aunque ya no está prohibido conducir automóviles oscuros, el 99% de los vehículos que circulan son blancos. Muy pocos se atreven a adquirir un coche de otro color por si Berdimuhamedov vuelve a cambiar de opinión.

Esta realidad kafkiana se ve reforzada con el desorbitado culto a la personalidad del dictador y con las aspiraciones faraónicas de este. Retratos del Arkadag (el Protector), título que él mismo se ha otorgado, decoran plazas y calles en todo el país. El tirano suele aparecer sonriente y saludando. Solo cambia su indumentaria para completar un catálogo casi infinito de personajes: Berdimuhamedov militar, Berdimuhamedov médico, ciclista, policía, jinete, amigo de los niños, automovilista…

El símbolo de su forma de ejercer el poder es la capital del país. Su objetivo es convertir a Ashgabat en una Dubái centroasiática. Una Dubái que ya acumula récords Guinness, ganados a base de despilfarrar miles de millones de euros. La ciudad con más fuentes del mundo, el centro de deportes acuáticos más grande, el edificio en forma de estrella más alto y, sobre todos ellos, el que más enorgullece al tirano: la urbe con mayor densidad de edificios de mármol blanco de todo el planeta.

Recorrer esa nueva y deslumbrante Ashgabat produce, sin embargo, más inquietud que admiración. Sea la hora y el día que sea, sus calles están prácticamente desiertas. Los únicos seres vivos que deambulan por ellas son mujeres, uniformadas de verde, que limpian meticulosamente las fuentes, las estatuas y cada baldosa de plazas y aceras.

La perturbadora sensación de encontrarme en el escenario de una película apocalíptica no mejora cuando intento explorar el interior de cualquiera de los edificios. En la mayoría de ellos se me impide la entrada. Son gigantescos y ostentosos museos perfectamente iluminados, repletos de piezas, paneles informativos y personal. Parecen estar en pleno funcionamiento, pero no se permite el acceso a ningún visitante, ya sea local o extranjero.

Mi suerte cambia al llegar a un gran parque recreativo cubierto, cuya entrada está presidida por una foto gigantesca de Berdimuhamedov rodeado por decenas de niños sonrientes. Su interior está repleto de atracciones: carruseles, coches de choque, máquinas de videojuegos… Cientos de lucecitas parpadean mientras las melodías de las maquinitas parecen competir por solapar a todas las demás. Todo es perfecto, salvo por un pequeño detalle: no hay niños. Nunca los hay. El centro lo inauguró el dictador a bombo y platillo, pero nadie lo utiliza.

Algo parecido ocurre a pocos metros de distancia, donde encuentro otro “edificio récord Guinness”: la noria interior más alta del mundo. De sus 24 cabinas, una, decorada especialmente y con ordenador incluido, está permanentemente cerrada y reservada para el presidente. Las otras 23 solo las utilizan los escasos grupos de turistas que llegan a la ciudad. Lo hacen más por morbo que por las vistas ya que, al estar completamente cubierta con una carcasa de metal y cristal, apenas se ve nada desde ella.

Así es Ashgabat. Una nueva Babilonia completamente inútil en la que el dictador sigue dilapidando el presupuesto del país. Se calcula que gastó 2.000 millones de euros en un aeropuerto que solo emplea el 10% de su capacidad total. Cerca de 5.000 millones se invirtieron en una fastuosa villa olímpica que apenas se utilizó un par de semanas durante los 'Asian Indoor and Martial Arts Games' de 2017.

No existen datos sobre el coste de la monumental biblioteca central de cuatro plantas en la que trabajan 680 personas y que dispone de espacio para 1.600 lectores. El día que la visité solo contaba con una docena de usuarios y aunque sus responsables afirmaban tener 6 millones de volúmenes, en los estantes solo destacaban los 68 libros que, supuestamente, ha escrito el Protector.

El despropósito y el despilfarro no se limitan a la capital del país. Otro decorado de mármol blanco igual de llamativo se alza en la costa turkmena del Caspio. Allí Berdimuhamedov decidió construir Awaza: un complejo turístico de lujo. Si visitar la nueva Ashgabat inquieta, recorrer Awaza puede llegar a deprimir.

El primer indicio de lo que me espera lo encuentro en el infinito aparcamiento, de varias plantas, habilitado a la entrada del complejo. “Los clientes tienen que dejar el coche aquí y moverse en taxi o autobús. El parking tiene capacidad para miles de coches”, me explica uno de los guías locales. Por mucho que me esfuerzo, no logro contar más de 20 utilitarios aparcados.

Ya dentro del resort, las inmensas avenidas aparecen ante mí completamente desiertas. Los únicos vehículos que circulan son los autobuses que trasladan al personal y un puñado de taxis estatales de color amarillo a la caza de un cliente inexistente. Junto al mar, se alzan decenas de hoteles de exquisito diseño, restaurantes, parques acuáticos, complejos deportivos, dos clubes de yates y un gran palacio de congresos.

“Awaza tiene capacidad para 120.000 turistas, pero yo nunca he visto más de un millar. Ni siquiera en julio o agosto”, me asegura un australiano que, debido a su trabajo, visita el lugar varias veces al año. Lo que es seguro es que ahora, en otoño, los huéspedes que alberga todo el complejo no superan el medio centenar. Aún así, cada hotel que visito permanece abierto, con la mayor parte del personal en sus puestos y con la iluminación a pleno rendimiento. En este contexto, me resulta enternecedor percibir el apuro que pasan los empleados de un cinco estrellas cuando les sorprendo jugando al billar.

El régimen ya no sabe qué hacer para que haya vida en este resort fantasma. El pasado verano los funcionarios públicos de la región de Dahsoguz fueron amenazados con el despido si no veraneaban en Awaza. Pese a ello, fueron pocos los que pudieron pagar uno de los paquetes turísticos que les ofrecían y el lujoso complejo volvió a permanecer vacío. Los precios de los hoteles para los turkmenos son desorbitados, los turistas extranjeros tienen que superar mil obstáculos para conseguir un visado de entrada al país y si lo logran, solo se les permite moverse libremente por el interior del complejo… ¿Qué podía salir mal en este penúltimo proyecto de Berdimuhamedov?

Este martes será publicada la segunda entrega, 'Lo que se esconde tras la fachada de mármol'.

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