La hora del duelo en Berlín
Frente a la Iglesia Memorial Kaiser Guillermo muchos berlineses se han acercado a dejar flores y a encender velas por la memoria de los fallecidos y los heridos en un lugar quedado marcado por la tragedia. El candidato de Die Linke al Ayuntamiento de Berlín, ahora senador de Cultura Klaus Lederer, ha pasado también por aquí, como acostumbra, sin escoltas. A diferencia de otros políticos que se han apresurado a hacer declaraciones, Lederer ha preferido no comentar los incidentes. “Hoy no es día para hacer declaraciones, gracias”, ha dicho de forma escueta.
Frente a él, una mujer llora mientras habla con un periodista de la cadena 1 rusa. Habla en ruso muy rápido y las lágrimas ruedan por sus mejillas. La escena contrasta de forma dramática con lo que ocurre a su alrededor. Las personas llegan con la cara apesadumbrada, pero nadie llora, grita o expresa demasiado sus sentimientos. Todo está muy tranquilo y silencioso. También el interior de la iglesia, en las que las personas entran a dejar flores y en la que en unos momentos (a las ocho de la tarde) se celebrará una misa por la memoria de las víctimas.
La policía ha colocado vallas alrededor de la zona en la que se produjeron los hechos, cuando un camión embistió contra un mercadillo navideño. Varios policías portan armas automáticas, algo atípico en Alemania. Su presencia delata lo extraordinario de la situación que están viviendo los habitantes de la capital.
“Por supuesto tenemos miedo, pero las autoridades han dicho muchas veces que la alerta terrorista es alta, así que no resulta raro”, explica una joven mientras enciende una vela.
“Tenía que pasar en algún momento”, repiten las personas a las que preguntamos, dando por hecho que se trata de un atentado terrorista similar a los llevados a cabo en otras capitales europeas. La detención de un ciudadano paquistaní ha hecho crecer aún mas dicha hipótesis, a pesar de que las autoridades han pedido desde el primer momento calma y no han querido dar por hecho la autoría del supuesto atentado.
Eso sí, nadie aquí se muestra alterado o lleno de odio. Lo que se respira es más bien tristeza y una enorme impotencia. “No se puede controlar todo en todo momento. En un sistema así no se podría vivir a gusto”, explica Brigitte, una señora que ha aprovechado la pausa de su trabajo para traer un ramo de claveles rojos al lugar.
Los puestos del mercadillo, decorados con todo lujo de detalles navideños, las atracciones infantiles, el carrusel y la pequeña noria. La paz destruida. En el fondo, los berlineses aún no dan crédito a lo que ven, aunque no quieran dejar aflorar sus sentimientos. Las informaciones de las televisiones extranjeras, las crónicas de los reporteros, resultan –frente a las caras apesadumbradas y los paseos cabizbajos de los berlineses– mucho más encendidas que lo que aquí se está viviendo.
La vida sigue en la capital su curso con una normalidad apabullante. Justo al lado del lugar en que se produjeron los fatídicos hechos, las principales marcas de moda internacional tienen sus establecimientos en los que hoy tampoco faltan clientes. Aquí nadie quiere dejarse alterar por la tragedia. Todos saben lo que ha pasado, pero se guarda un respeto muy notable por esperar las noticias de las autoridades.
“Me parece bien que ayer no se apresurasen a decir algo de lo que después se podrían haber arrepentido por no tener datos concretos de lo sucedido”, explica Karl, trabajador de una cafetería cercana. En el local no se escuchan discusiones acaloradas sobre el atentado o lo que quiera que fuese.