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The Guardian en español

Irak ordena el retiro de los detectores de bombas británicos que nunca funcionaron

Los bomberos trabajan en el distrito de Karada en el centro de Bagdad, tras la explosión este domingo de un coche bomba.

Martin Chulov

Bagdad —

Durante los últimos nueve años, las fuerzas de seguridad de Irak han intentado detener los ataques con coches bomba usando un detector de explosivos británico que hace tiempo se demostró un fraude. Hace unos días, después de que un coche bomba matara a 149 personas en el centro de Bagdad, el primer ministro de Irak, Haidar al-Abadi, ha pedido que los detectores sean sacados de circulación.

Tras el atentado más sangriento en lo que va del año en Irak, Abadi ordenó además otra investigación de corrupción en torno a la venta de los dispositivos entre 2007 y 2010, un negocio que le costó 63 millones de euros al Estado iraquí y grandes ganancias para el empresario de Somerset James McCormick, antes de ser condenado a 10 años de cárcel por fraude.

El costo para los ciudadanos de Irak seguirá siendo incalculable: la inmensa mayoría de las bombas que desde 2007 provocó la muerte y mutilación de al menos 4.000 personas pasó por delante de policías y soldados que usaban el detector en los puntos de control.

El pedido de sacar el dispositivo de circulación llega después de que funcionarios del Ministerio del Interior (que pagaron un gran sobreprecio por los detectores) se pasaran años defendiendo su capacidad para reconocer los olores de los componentes explosivos.

“La corrupción es la mayor amenaza”

Cerca del lugar donde ocurrió la explosión del pasado domingo –que se adjudicó el EI– en el distrito de Karrada, los iraquíes se tomaron como una burla la nueva prohibición. Hace mucho tiempo que suman sus quejas a las advertencias, tanto del Gobierno británico como del ejército de EEUU, de que los detectores carecían completamente de rigor científico.

“Esta medida tendría que haberse tomado hace mucho”, dice el jeque Qadhim al-Sayyed, mientras observa de cerca los restos carbonizados de un distrito de compras en Karrada, al sur del río Tigris. “No hay una sola persona en este país que crea que los aparatos funcionan. Nadie se hace responsable de lo que hacen. Tendría que ser ojo por ojo y diente por diente. La corrupción es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos”.

Cerca del lugar donde habla al-Sayyed hay tres policías federales bajo la sombra. Para Sayyed Hamza, uno de los oficiales, “los dispositivos son un engaño. Se burlaron de nosotros al hacer que los usáramos”, asegura. Sayyed Hamza da la bienvenida al anuncio de Abadi, aunque crea que llega “demasiado tarde”.

Según un comunicado del primer ministro, “todas las fuerzas de seguridad tendrán que retirar los detectores de mano de los puntos de control y el Ministerio del Interior reabrirá la investigación por corrupción sobre los contratos de estos dispositivos y perseguirá a todas las partes involucradas”.

Abadi ha hecho de la lucha anticorrupción uno de los pilares de su liderazgo, pero por el momento se ha encontrado con una férrea oposición por parte de burócratas y miembros del parlamento. El Ministerio del Interior, responsable de la adquisición de la mayoría de los detectores, ya había archivado una investigación anterior.

“Algunas veces es mejor fingir”

Este lunes, algunos oficiales de seguridad aún no habían acatado la orden: los dispositivos seguían en uso en algunos puntos de acceso al centro de Bagdad y por los caminos que llevan hacia el aeropuerto y hacia el norte. Muchos se resisten a admitir que son inútiles porque sería reconocer que hay muy pocas maneras de mantener a las bombas fuera de los pueblos y ciudades iraquíes.

Según un alto funcionario del Ministerio del Interior, “algunas veces es mejor fingir”: “Decir que estos aparatos no funcionan demuestra que no tenemos nada mejor. La gente necesita algún tipo de garantía de seguridad”.

Pero para las personas que contemplan los escombros del atentado más sangriento en lo que va del año en Bagdad no hay consuelo. Según las muestras que tomaron los investigadores de los restos de la explosión, es posible que se haya utilizado napalm, o alguna de sus variantes, en el ataque que incendió los centros comerciales de tres niveles que había a cada lado de la calle.

En el lugar de la explosión no había ningún cráter. El daño a los edificios fue causado principalmente por el fuego. Según los forenses, algo muy inusual para una bomba de esa magnitud.

Según un alto funcionario de la unidad de armas químicas, biológicas, radiológicas y nucleares de Irak, se enviaron “muestras a 12 laboratorios, y en algunas de ellas se encontraron rastros de napalm o de algún derivado”. “Si se confirman nuestras sospechas, esta sería la primera vez que hacen esto y marcaría el comienzo de una nueva fase”.

Agachado en un rincón, rodeado de cenizas y hollín está Sarfi Abdul Hassan, de 73 años. Es el muecín de Husseiniya, la mezquita chií cercana. Cuenta que su nieto sobrevivió a ese infierno escondiéndose dentro de una heladera. “Nos pedía ayuda desde adentro, pero era todo un caos y fue difícil encontrarlo. Finalmente lo logramos. Está a salvo, pero aún sigue vomitando”.

Hassan también explica que ya ha “perdido dos hijos en atentados con coches bomba”: “Necesitamos hombres leales que nos protejan, de esos que no aceptan sobornos pero que sí aceptan la responsabilidad de una nación, sin importar la religión. Que nos envíen hombres buenos. Aunque no sean musulmanes”.

Traducción de Francisco de Zárate

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