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Heraldos de la muerte: la curiosa tradición funeraria de la Región de Murcia

María Sandoval recorriendo las calles de Mula con el 127 del tío de su marido Juan Boluda

Aldo Conway

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“Señores vecinos de Alcantarilla: ha fallecido en nuestro pueblo don Juan Menárguez García, de la familia de los panaderos, casado con doña Antonia de la mercería de la Calle Mayor. Sus familiares y amigos quedarán muy agradecidos si el martes a las doce y media de la mañana asisten a su entierro con misa que se celebrará en la iglesia de San Roque. Señores vecinos de Alcantarilla…”

Depende de cómo lo mires es una cosa u otra. En un sentido práctico es una empresa de megafonía; en uno literario, son heraldos de la muerte. El camión del tapicero o la flauta de émbolo del afilador son cantinelas de barrio comunes en toda España. La megafonía funeraria, en cambio, no parece tener muchos conocidos fuera de la Región de Murcia. Dentro de la misma, el asunto tiene sus detractores: este tipo de comunicación –la megafonía, no el contenido–  está prohibida dentro del municipio de Murcia, por la ordenanza vigente contra los ruidos. Sin embargo, en algunas pedanías murcianas y otros municipios, como Mula, Alcantarilla o Campos del Río, el negocio se mantiene como lo ha hecho siempre.

Manuela, que lleva 70 años viviendo en Alcantarilla, cuenta a elDiario.es de la Región que “esto lleva ya muchas décadas”. “Y no te vayas a creer que es una cosa de antes, ¿eh? porque yo escucho al coche de los muertos un día sí y otro también”. Lo de ‘coche de los muertos’ es el término consuetudinario para referirse al propio coche y al anuncio que lo acompaña ya que, en realidad, no existe una terminología ‘oficial’ al respecto y es que al vehículo no lo acompaña ningún otro tipo de parafernalia fúnebre: no es más que un coche con un altavoz recorriendo en primera todas las calles del pueblo o el barrio. “En otros sitios tocan las campanas” explica Manuela y, mientras se ríe, hace una petición: “A mí que no me lo pongan cuando me muera. Qué vergüenza, calla, calla. El que se entere se ha enterado y si no, pues lo siento. Bastante tengo con morirme como para que encima se entere todo el pueblo”.

Juan Boluda, o Juan ‘el de los muertos’, o Juan ‘el que anuncia’ lleva en el negocio en Mula junto a su mujer María Sandoval desde hace más de treinta años. “Aquí en Mula había dos, que los llamaban ‘El tenazas’ y ‘Justo de la pata palo’ que iban andando, y cuando veían un grupo de personas les anunciaban la muerte; se decía lo mismo que ahora, la misma información; luego, un tío mío, que tenía un desguace y un 127 le puso unos altavoces y se puso a anunciar los muertos en coche. Cuando se jubiló, me dijo ”sobrino, ¿Lo quieres llevar tú?“ y yo dije: ”hostias, pues… sí –yo estaba trabajando–“ al principio lo llevaba mi mujer, ¡y empezó sin carné de conducir! Yo le decía, ”Mari, te tienes que sacar el carné porque como te pillen nos empapelan“ y en dos semanas se lo había sacado. Su negocio no tiene nombre.

Juan matiza que, incluso dentro de la Región, 'el coche de los muertos' está localizado en la comarca del río Mula y el valle de Ricote. Él cubre también Albudeite, a veces sube a Calasparra u Ojós, y de vez en cuando sale con su coche también por Archena y algún día ocasional en Alcantarilla. “Somos pocas empresas, pero intentamos no pisarnos unas a otras, cada uno tiene sus zonas. Es una pena que haya pocas, porque esto daría muchos puestos de trabajo: mínimo un par por cada pueblo, imagínate”. Mientras charla con nosotros, la megafonía de su coche anuncia la recogida de enseres del Ayuntamiento.

La comunicación por megafonía es bastante efectiva, porque llama mucho más la atención que un banner en YouTube, que estás deseando saltar, o esa publicidad invasiva de las páginas webs. “Esta publicidad funciona fenomenal” dice Juan; “Yo no tengo nada en contra de las redes sociales, están genial, aunque yo no las sé usar demasiado. Pero muchas veces el Ayuntamiento convoca unos cursos y los anuncia por redes sociales y acaban llamándome a mí; me dicen: 'Juan, mira a ver si puedes salir tres o cuatro veces que tenemos un curso que no conseguimos que la gente se apunte', y a veces, con la primera salida ya me llaman y me dicen que no salga más porque han llenado ya los cupos”. En el año 2017, Arcadio Martínez, concejal de Podemos Alcantarilla supo aprovechar este método para hacer llegar a sus vecinos los detalles del Caso Auditorio.

No solo publicidad y difuntos. Boluda también colaboró durante la pandemia para hacer más ameno el confinamiento de los vecinos de Mula: “El ayuntamiento me contrató e íbamos por ahí con un camión de payasos, con todas las medidas de seguridad para que no pasase nada, los payasos iban separados, etcétera, etcétera.” El mismo Juan se disfrazaba también de payaso para la ocasión. “Cuando era el cumpleaños de alguien me llamaban y yo iba -sin cobrar nada, eso sí- al balcón y le ponía un mensaje, la música del 'feliz cumpleaños' y mensajes de ánimo. Eso sí, nunca me bajaba del coche y llevaba todas las medidas de seguridad posibles”.

Muchos de estos pregones mortuorios vienen cubiertos por las compañías de seguros, que incluyen este tipo de servicios; si no lo tienes asegurado, el coste de la megafonía oscila entre los 75 y los 120 euros por salida, que lleva de dos a tres horas. “Casi todo lo gestionamos con las funerarias, que nos conocen. No tenemos ningún contrato ni nada, al final trabajas con la gente que conoces y ya está”, pero “también hay gente que me llama y me dice: 'Oye, Juan, que mi abuela o mi madre están mu malicas, ¿Cómo lo puedo hacer?' y yo siempre les digo que no se preocupen, que lo llevan los de la funeraria, que ellos se encargan'.

El morbo que genera lo post mortem siempre ha sido una buena fuente de ideas para negocios; charlábamos hace unos meses con el escritor Miguel Ángel Hernández sobre su libro Anoxia (Anagrama, 2023) y la fotografía de difuntos, una costumbre perdida pero muy extendida desde que se inventaron las primeras cámaras hasta hace apenas unas décadas. Las conclusiones sobre la muerte y su relación con el ser humano son diferentes de los filósofos a los dueños de las funerarias.

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