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Los jóvenes murcianos, los más expuestos al odio: así cala el discurso extremista a través de internet

Imagen de unos adolescentes usando el teléfono móvil.

Aldo Conway

10 de mayo de 2025 06:01 h

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Una de las tesis de la politóloga británica Pippa Norris es que las generaciones jóvenes son más tendentes a acercarse a posturas extremistas o autoritarias que sus padres y, sobre todo, sus abuelos; esto se debe a diversas razones, pero una de las principales es que, estas generaciones jóvenes ven tan lejanas las épocas de los autoritarismos a un lado y otro del espectro político, que su percepción sobre ellos se encuentra anestesiada por el peso lógico de los años.

Esta es, precisamente, una de las cuestiones que más preocupación generan cuando se habla del auge de la extrema derecha: cuál es su calado en la gente más joven y cómo esto puede afectar a la remanencia de las ideas racistas, machistas o xenófobas -entre otras- en la sociedad del futuro. Román, de dieciocho años y estudiante universitario, sí advierte que en su grupo de amigos el contenido de los memes que se comparten ha ido tomando un cariz “pasivo-agresivo”: “Casi siempre es lo típico de humor negro, pero a mí al menos antes me hacía gracia, ahora lo veo cada vez más racista o más machista. Igual es cosa mía que tengo la piel fina, pero yo creo que antes mis amigos no se reían con estas cosas”.

Javi, en segundo de carrera, cree que quizá el problema sea la esfera en la que se hacen esos chistes: “En nuestro grupo se dicen barbaridades, pero nos las decimos entre nosotros y no se dicen a malas; si las dijésemos fuera sería otra cosa, pero yo no he notado que más discursos de odio como tal, a mí no me aparecen estas cosas en redes”, afirma, a salvo del algoritmo.

Es una cuestión compleja y atravesada por muchas variables, aunque, con los datos que se tienen hasta ahora, parece que el género ejerce la mayor influencia sobre la estadística: un estudio del CIS del año 2024 hablaba de que el 44% de los hombres creían que el feminismo había llegado ‘demasiado lejos’ y que ahora son ellos los discriminados. El 52% de los chicos de 16 a 24 años está muy de acuerdo con esa afirmación; pero, sumergiéndonos más en la estadística, en la franja de edad que abarca desde los 18 a los 28 años, un 36,1% de los varones tendría intención de votar a Vox, frente a un 15,1% de las chicas dentro de esa misma franja, lo que supone menos de la mitad que ellos.

Los análisis a aquel estudio, que tuvo gran repercusión, acabaron por apuntar a las redes sociales, ya que son el medio ideal para la propagación de los discursos de odio. De hecho, recientes estudios incluidos en el libro ‘Mapeando la intolerancia juvenil’, copublicado por las investigadoras María Pina y Begoña Galián, señalan que son precisamente los jóvenes murcianos quienes se encuentran más expuestos y familiarizados con mensajes de odio, revelando una preocupante tendencia hacia su normalización.

El estudio impulsado por la Asociación Columbares, una ONG murciana que promueve la inclusión social, la sostenibilidad y la igualdad de oportunidades, analiza cómo perciben los jóvenes los mensajes y delitos de odio en las distintas comunidades autónomas de España. A través de una muestra de más de mil adolescentes y jóvenes, el informe revela no solo la frecuencia con la que se encuentran con este tipo de mensajes -especialmente en redes sociales como TikTok, Instagram o X-, sino también las actitudes que desarrollan frente a ellos. En este sentido, una de las conclusiones más inquietantes del trabajo es la aparente normalización de estos discursos entre la juventud: muchos encuestados tienden a relativizarlos, ignorarlos o, directamente, reírse de ellos.

En la Región de Murcia, la mitad de los jóvenes encuestados (50,9%) asegura haber sido víctima de un delito de odio, lo que sitúa a esta comunidad como la segunda con mayor incidencia de todo el país, solo por detrás de Ceuta (54,7%). Según el informe, el 85,5% de los jóvenes de la Región afirma haberse encontrado con mensajes de odio en redes sociales o espacios digitales, lo que los convierte en testigos directos de este tipo de contenidos, aunque no hayan sido víctimas ellos mismos. Esta cifra se sitúa por encima de la media nacional, que es del 78,3%.

Teniendo en cuenta estas afirmaciones, asaltan las preguntas: ¿Hay polarización en las aulas? ¿Ha empeorado la convivencia en los colegios? Fuensanta Lisón, directora del CEIP Río Segura del municipio murciano de Javalí Nuevo, afirma que, al menos en su centro, lo que ha podido percibir es que los niños “se hablan peor”: “Han normalizado una forma de hablarse mal entre ellos. Este año, llevamos un proyecto en el centro que se llama Háblame bonito, y lo que pretendemos es que reflexionen sobre qué cosas se dicen y cómo se las dicen; a los cursos de tercero y cuarto les hicimos una presentación sobre mensajes de odio que se pueden ver en redes sociales y a los críos no les pareció raro en absoluto; no les causó impresión, sino que ellos mismos se dieron cuenta de que dicen muchas cosas en tono de ”broma, que en realidad no son bromas“.

La ambigüedad del humor

Este fenómeno tiene mucho que ver con lo que algunos investigadores han llamado humor posirónico, un estilo comunicativo donde la frontera entre la broma y la afirmación se vuelve deliberadamente ambigua. En esta lógica, decir “era broma, pero si quieres no es broma” no es solo una excusa para la impunidad, sino una estrategia efectiva para que determinados mensajes de odio lleguen a su público objetivo sin despertar alarmas generalizadas.

Se produce una especie de inmunidad narrativa: quien lo denuncia queda como exagerado o falto de sentido del humor, mientras quien lo lanza puede escudarse en la ironía para no hacerse responsable. Por eso, como advierte Lisón, muchos niños reproducen esos códigos sin percibir su gravedad, incluso cuando se les muestran ejemplos explícitos de mensajes de odio. El problema no es solo que los digan, sino que no les choque escucharlos.

En este contexto también entra en juego lo que se conoce como dog whistle o 'silbato para perros': mensajes que parecen inofensivos o ambiguos para la mayoría, pero que están diseñados para ser entendidos de forma muy concreta por un grupo reducido. Es como lanzar una consigna camuflada que solo capta quien ya comparte ciertas ideas. Frases como “no se puede decir nada” o “nos están sustituyendo” pueden parecer simples opiniones, pero en determinados entornos funcionan como guiños que activan discursos racistas o antifeministas sin nombrarlos explícitamente.

La importancia de educar en la reacción

En este escenario, la educación no puede limitarse a prevenir que alguien ejerza violencia, sino que debe formar también a quienes la presencian. Marina Dólera, educadora social de la Asociación Columbares, insiste en la importancia de romper el silencio de los testigos: “Tenemos muy clara la figura de la víctima y del autor, pero no tenemos tan en cuenta a los testigos”, cuenta. “También hay que trabajar con las personas que presencian la discriminación como figuras clave para pararla”.

Según Dólera, el gran reto está en la infradenuncia, una constante que se arrastra desde hace años: “Vimos que en la mayoría de los casos los jóvenes o lo ignoran o lo bloquean, pero denunciar apenas es una opción”. En 2022, solo un 6% de la juventud optaba por denunciar, explica Dólera. Esta pasividad tiene consecuencias graves, sobre todo cuando el acoso va más allá del conflicto interpersonal, advierte. “Cuando el acoso se produce por pertenecer a un colectivo vulnerable, se convierte en delito de odio”. La educadora también recomienda que la educación en la diversidad es muy importante para que, de la misma manera que se llega a normalizar el odio, ciertos mensajes empiecen a perder sentido y los prejuicios acaben viniéndose abajo.

Jesús Lorente, maestro en el Colegio Sagrado Corazón de Jesus de Alcantarilla -que abarca desde Educación Infantil hasta Secundaria- no ha observado que, en comparación con hace cinco, diez, quince años, haya habido un cambio significativo en el comportamiento de los más jóvenes; según él, la convivencia no ha empeorado y, al menos en su centro, los alumnos y alumnas pertenecientes a colectivos vulnerables están “perfectamente integrados” y no ha habido hasta la fecha ningún tipo de incidente. “Yo creo que estas cosas no deben ser muy frecuentes, porque además cuando ocurren los medios suelen hacerse eco rápidamente. Lucy Bernal, del Jara Carrillo de Alcantarilla, también apunta en la misma dirección: no existen problemas de convivencia sino de comportamiento. ”Habría que tener en cuenta también el nivel socioeconómico de cada uno, porque no todos los críos tienen móviles hasta que son bastante mayores y hay otros que tienen un iPhone desde los 11“, cuenta.

Su percepción, sin embargo, no niega la existencia del problema, sino que pone de manifiesto otra variable más: la enorme desigualdad territorial y contextual con la que se manifiestan estos discursos. Según el estudio de Columbares, son los jóvenes de la Región de Murcia los que más expuestos están, en comparación con otras comunidades autónomas, a recibir y compartir mensajes de odio en Internet. “Hemos podido detectar ciertas tendencias y factores que podrían ayudar a explicar por qué en determinados territorios rurales las personas menores pueden estar especialmente expuestas a situaciones de discriminación o delitos de odio. 

Una posible hipótesis tiene que ver con la falta de recursos específicos y sostenidos en el tiempo para prevenir y abordar estos casos, especialmente en entornos rurales, lo que puede dificultar la protección efectiva de menores vulnerables y pueden sentirse más aislados o menos propensos a denunciar“, explica Dólera. ”Por tanto, aunque no hemos trabajado datos específicos sobre por qué esto ocurre más en Murcia, sí creemos que estos factores estructurales pueden estar influyendo en una mayor exposición de los chavales en determinados contextos como este“.

Esa exposición desigual no solo responde a factores socioeconómicos o educativos, sino también a la penetración de determinados contenidos en redes sociales, donde los algoritmos no entienden de contexto pero sí refuerzan sesgos. Plataformas como TikTok, Instagram o X se han convertido en canales de socialización primaria, donde no solo se comparten ideas, sino que se moldean identidades. “Hay un montón de chicos que reciben discursos de odio disfrazados de memes todos los días y no lo ven como un problema, sino como parte del paisaje”, apunta un orientador de un instituto de secundaria de Cartagena consultado para este reportaje.

“Comunicación más hostil”

El carácter visual, inmediato y emocional de estos contenidos los hace especialmente eficaces: no necesitan ser argumentativos, solo repetir consignas que se instalan en la rutina del scroll diario. “Una cosa en la que me he podido fijar” comenta el orientador, “y que además debería tranquilizarnos a todos, es que la mayoría de estos mensajes que se difunden o las barbaridades que puede uno escuchar por los pasillos no tienen un contenido ideológico detrás, sino que se repiten como consignas vacías. No es que los jóvenes estén, al menos yo no lo percibo de esta manera, más radicalizados, es solo que normalizan una forma de comunicación que se ha vuelto muy hostil”.

Y no solo los contenidos explícitos hacen daño. En muchas ocasiones, la narrativa se cuela a través de formatos aparentemente inofensivos: vídeos de humor, challenges, cuentas anónimas que se esconden detrás de banderas o eslóganes. Todo esto contribuye a una banalización del discurso excluyente, donde el machismo, el racismo o la homofobia no se expresan como una amenaza directa, sino como una “opinión más” frente a la cual el algoritmo no ve problema alguno. La lógica de la plataforma premia la viralidad, no la ética.

Ana es jefa de estudios de un instituto murciano de secundaria; ella tampoco percibe que esto tenga efecto en sus alumnos: “Ahora son mucho más reivindicativos con sus derechos de lo que eran antes, pero politizados no están en absoluto. Tampoco noto que se haya polarizado el ambiente o que ese odio que se vierte en redes sociales se traduzca aquí en episodios de discriminación o malos tratos. la convivencia es bastante buena. Hay problemas de adaptación, sobre todo de jóvenes que llegan desde otros centros, pero los que tenemos de tercero y cuarto de la ESO en adelante son estupendos. Sí que se da que no se mezclan demasiado y muchos chicos, por ejemplo árabes, se juntan entre ellos y forman su pequeña comunidad, pero más allá de eso, la convivencia con todos los demás es buena”.

En este nuevo ecosistema, la rebeldía ha cambiado de bando. Mientras que durante décadas lo transgresor era cuestionar el sistema desde la izquierda, hoy muchos adolescentes encuentran ese mismo placer subversivo en repetir eslóganes de derechas. En algunos entornos, el 'guay' de la clase es quien se ríe de las minorías, según explican los docentes; los demás, replican su discurso sin detenerse a pensar en ello, tal y como confirma Dólera: “Los delitos de odio y el acoso escolar están íntimamente relacionados”.

Reírse del feminismo, burlarse del lenguaje inclusivo o lanzar pullas contra la inmigración se ha convertido, para algunos jóvenes, en una forma de provocación estilizada. Es el nuevo punk: llevar la contraria a lo políticamente correcto, no tanto por convicción ideológica como por pulsión de pertenencia y espectáculo. Ser de derechas ya no es -para algunos- una postura conservadora, sino una forma de performar el desacato sin pagar el precio del compromiso.

Este cambio de narrativa tiene también sus iconos culturales. Influencers, streamers y youtubers que mezclan humor, crítica social y provocación han entendido el filón: algunos lo hacen desde una ideología clara, otros simplemente buscan clics. Lo cierto es que canales como los de Un tío blanco hetero, Wall Street Wolverine o Romuald Fons han contribuido a construir una estética de la disidencia que ya no pasa por defender minorías, sino por cuestionarlas.

En redes abundan los clips que trivializan el racismo, ridiculizan el lenguaje inclusivo o editan discursos políticos con efectos de risa enlatada. Y para un adolescente con acceso limitado al debate riguroso, estas cápsulas de ironía ligera pueden convertirse en fuente principal de interpretación del mundo. No hace falta leer a Hobbes o a Hayek para sentirse parte de “los que no se dejan engañar”: solo hay que burlarse de los que sí creen en algo.

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