Enredados con la pandemia y sus consecuencias, olvidamos el verdadero quid de la cuestión. Estratégica para la región, como es, no merece caer en el olvido que la salida a muchos de nuestros males está en la resolución positiva del ecocidio casi consumado del Mar Menor. Porque su superación revertirá directamente en los tres pilares de la economía zonal: agroindustria, turismo, hostelería.
Pero, como digo, el bicho maldito nos tiene sorbido el seso y muy poco se oye de la cuestión capital del tremendo deterioro de la laguna salada que, se supone, es emblemática y motivo de orgullo. Se aprecia, además, un cansancio y desesperanza entre los colectivos e individuos que han venido luchando tenazmente o no para evitar la alteración definitiva de ese ecosistema que fue modélico y, cada vez más transformado, lleva camino de convertirse en cosa bien distinta.
En esos grupos de organizaciones y ciudadanos aliados en variadas plataformas se observa de forma cada vez más notoria una diversidad de estrategias y actitudes que dificultan la adopción de posturas comunes que aúnen esfuerzos por la conservación de la laguna. El relativamente reciente lanzamiento de una iniciativa más en el campo legislativo para conseguir un objetivo que se antoja una entelequia no contribuye precisamente a clarificar las cosas.
Hay muchos ciudadanos convencidos de la necesidad de hacer algo por la laguna salada y decididos a hacerlo que ya no recuerdan muy bien cuántas peticiones, ni cuántos escritos han firmado, ni a cuántos actos de una pocas decenas de personas han asistido. Tampoco tienen muy claro para qué sirve la multiplicación y dispersión de sus firmas y dni a efectos prácticos de lo que se trata: que las autoridades (in)competentes actúen de forma clara y decidida para evitar que el espacio marino en cuestión se convierta en otro mar muerto.
Trascienden, por demás, determinados rifirrafes dentro de algunas de esas plataformas entre facciones que debían ser concordantes a los efectos que les preocupan: socorrer y salvar el Mar Menor, repiten. Todo eso crea una cierta sensación general de cansancio y pesimismo entre muchos ciudadanos atentos al tema y también en destacados componentes de esas organizaciones histórica o recientemente comprometidas en tareas conservacionistas.
Contribuye, indudablemente, a esa situación la negligencia manifiesta de los gobernantes implicados, desde el más local hasta el estatal, que aparentan tocar cada uno una partitura distinta dentro de una supuesta misma orquesta, al tiempo que lanzan encendidas proclamas a favor de la unificación de esfuerzos y criterios. Así, la administración regional se lleva la palma en cuanto a efectividad relacionada con el Mar Menor. Cosa que no es nueva ni de extrañar, puesto que ha sido la propiciadora principal del continuo deterioro del espacio desde hace décadas. Desde 1995, exactamente.
La estatal, por su lado, hace gala de una bicefalia sorprendente, habida cuenta de la disonancia de propuestas y actuaciones observable entre el MITECO desde Madrid y su dependiente CHS desde la mismísima plaza de Fontes, en donde parece estar más influenciada, o ser más influenciable, por la proximidad de la sede de los aguatenientes del SCRATS que por las directrices que emanan de la madrileña plaza de San Juan de la Cruz.
Los que no descansan y siguen a lo suyo, a pesar del premioso desarrollo de las actuaciones de la Fiscalía regional ––últimamente dizque más interesada en el autobombo que en la rapidez procedimental –– son los agroindustriales, aguatenientes y demás.
En tanto que unos se marean a ellos mismos y los otros emulan a las tortugas, cobran fuerza nuevos instrumentos para influenciar a la opinión pública y publicada y a ejercer como punta de lanza del grupo de presión agrícola: la Fundación Ingenio, el último. Fue parida hace menos de nueve meses y está no solo apoyada subrepticiamente desde su segundo cero por las organizaciones agrarias al uso ––ProExport, ASAJA, SCRATS, FECOAM, etc.––, sino también sustentada por diríase que todos los empresarios agrícolas, grandes y pequeños de la Región: 10.000, según publicitó el nuevo lobby en su presentación ante el presidente López Miras y el consejero de Agricultura, Antonio Luengo, quienes, obviamente, no están muy al margen del asunto.
Mientras que los conservacionistas de todo tipo ––desde ciudadanos de a pie, hasta organizaciones y militantes ecologistas, pasando por académicos de prestigio–– se debatían y daban vueltas agradeciendo al cielo la no ocurrencia de otra DANA otoñal gracias a lo que el Mar Menor experimenta una ligera mejoría, los propagandistas de Fundación Ingenio presentaban su solución mágica “Anillo Protector Ambiental”, con apoyo académico de todo un catedrático experto de la UPCT, Alejandro Pérez Pastor, asegurando que “el nitrato no es un enemigo, gracias al nitrato tenemos alimentos”. Habrá que esperar a ver si la propuesta de Ingenio tiene el efecto que el bálsamo de Fierabrás tuvo en don Quijote… o el que produjo en Sancho Panza. Vale.
0