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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El silencio culpable

El filósofo y teólogo Francesc Torralba.

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Para el filósofo y teólogo Francesc Torralba (Barcelona, 1967) existe un silencio culpable, el de la buena gente que calla cuando se comete una injusticia, ya sea por miedo o por pudor. Este es el silencio que Martin Luther King criticó duramente, subraya Torralba. Añade que luego está el silencio de la discreción, que consiste en callar y no comunicar la información confidencial que nos ha sido revelada. Explica que el silencio de la discreción nos hace más nobles, pero el primer silencio, el del miedo, nos hace cómplices, por omisión, de la barbarie.

Es evidente que asistimos en esta Región, desde hace ya demasiado tiempo, al padecimiento de un cierto silencio cómplice ante toda una serie de situaciones injustas, afrentas y otras vicisitudes. La más reciente, la crisis medioambiental del Mar Menor, calificada de ecocidio por muchos pero minusvalorada durante años por otros que solo ahora, al ver con sus ojos de nuevo la cantidad de peces y crustáceos moribundos en la orilla, parecen empezar a ser conscientes de la auténtica gravedad del problema.

Ese silencio cómplice en situaciones de conflicto tiene su extensión a los medios de comunicación, donde la crítica frente al poder es, acaso, potestad individual por convicción de unos pocos, considerados como señalados, sospechosos y hay quien incluso diría que vendidos al oro de Moscú. El papel que, en este sentido, muchos medios informativos de la Región están jugando desde hace bastante tiempo ante los desmanes de quienes rigen los destinos de la misma, es altamente sospechoso y denunciable. Mucha culpa de ello, aparte de las presiones palaciegas, tiene ese codiciable granero que para la prensa y lo audiovisual siempre ha comportado la denominada publicidad institucional. A ello hay que añadir el papel que juegan individualmente los profesionales que trabajan en ellos, excepcionalmente dispuestos a exteriorizar su crítica a través de escritos personalizados o informaciones concretas, limitándose en muchas ocasiones a ejercer esos reproches por lo bajini, en las esperas de las ruedas de prensa y demás convocatorias, ante los colegas del oficio. 

En cuanto a la hipotética relación de quienes se vienen mojando en estos menesteres, desde tiempo atrás, bastaría para contarlos con los dedos de un par de manos. Y quizá nos sobrara alguno. Quizá por eso se diga aquello de que el calamar se parece al periodista en dos cosas fundamentales: en que puede tomar a voluntad el color que más le convenga y en que se defiende con la tinta. Es más aconsejable no enseñar demasiado la patita no vaya a ser que a uno lo tachen de refractario. Quienes así se comportan suelen caer en el error de la domesticación, lo que conlleva al aborregamiento en el que una parte de la sociedad regional parece instalada desde hace varias décadas.

Cuesta imaginar qué tiene que ocurrir en esta tierra para que exista un atisbo de reacción social, capaz de cambiar un sistema que, como el Titanic, ya hace aguas por casi todos sus flancos. La esperanza no está, desde luego, en los que se vienen postulando como alternativa, ya que su cortedad de miras, unida a su insolvencia manifiesta, ha quedado demostrada día tras día. Porque la oposición no se puede ejercer a diario a golpe de tuit.

Hay también quien confunde el silencio con la neutralidad. Eso de “yo no soy político ni entiendo de política”, como si esta fuera un oficio que tan solo ejercen unos seres extraterrestres llegados a la Tierra en naves interestelares. La política lo es todo, lo impregna todo y lo abarca todo. Pocas decisiones en nuestro devenir diario se libran de estar relacionadas con una decisión política. 

De vuelta a las tesis del filósofo Torralba, parece claro que, como sostiene en sus postulados, necesitamos una ética civil que tenga fortaleza; es decir, un marco moral sólido “en una sociedad gaseosa”, lo que, reconoce, es harto difícil. Estaríamos hablando como poco de una revolución que implique la transformación de la conciencia colectiva. Y esto, hoy por hoy, discúlpenme, se me antoja casi imposible contando con los actuales mimbres para armar el cesto.

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