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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Hasta el colodrillo y más allá

España ha realizado más de 2,5 millones de PCR desde el inicio de la epidemia

Elena Cabrera

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En mi ignorancia sin límites, desconocía que existía el colodrillo. Si os digo la verdad, pensé que era algo que se había inventado mi amiga Me., que a veces se saca de la manga maravillosas expresiones que no oía desde el año 1993. El asunto del colodrillo, que resulta ser sinónimo de occipucio (esto ya me suena más, pero no palabra que maneje habitualmente), llegó a nuestro grupo de WhatsApp, Acción Mojitos (acción, mucha; mojitos, cero), porque tenía mucha curiosidad por saber cómo son las pruebas PCR para el diagnóstico del coronavirus.

PCR, que son las siglas en inglés para Reacción en Cadena de la Polimerasa. Son muy comunes en los laboratorios de microbiología pero el vulgo no nos hemos enterado de su existencia hasta este romance letal del virus SARS-CoV-2 con el ser humano. Expertos y expertas nos han informado ampliamente en qué consiste: se toma una muestra de las vías respiratorias del paciente sospechoso de estar infectado y si detecta en el laboratorio ARN (ácido ribonucleico) del bicho, el resultado, que se obtiene en unas horas, es positivo. Todo esto me recuerda mucho a que ayer por la noche vimos en casa Alien: Resurrección y que es muy divertida, la recomiendo para la desescalada.

Toda esta información está muy bien pero a mí no me sirve. Yo quería saber qué se siente de verdad. Es como si le preguntas a la Teniente Ripley clonada en esa película cómo son las pruebas a las que la sometieron en el laboratorio para determinar si llevaba o no el alien dentro y ella te empieza a hablar del ácido ribonucleico de su huésped. No. Yo lo que quiero que Ripley me cuenta es qué se siente de verdad.

Con el regreso al trabajo en las oficinas o los lugares comunes, se están realizando PCR no a los sospechosos de estar contagiados sino como una especie de pasaporte clínico al mundo exterior. A Me. se la acaban de hacer y nos ha contado la experiencia con más detalle que un científico del Instituto Carlos III. El gesto de levantarse el puño de la camisa o bajarse la ropa para recibir un pinchazo, tiene en la PCR su equivalencia en el “bájese la mascarilla por debajo de la nariz”. Después te piden que mires para arriba. Aquí me recuerda a los dentistas. Ese momento de nervios en el que te dicen “abre grande” y tú te preparas para lo que sea, fijando la vista, como quien lanza un gancho, a una bombilla, una mancha, una grieta o una esquina del techo. Entonces ves acercarse, en la mano del personal sanitario encargado, lo que Me. ha denominado “turulillo”: un bastoncillo como el de limpiar los cabezales de los radiocasetes (porque en realidad no debe introducirse en las orejas) pero más largo. Primero prueban del lado derecho. “Y cuando piensas que hay tope, no lo hay y queda un buen trecho todavía”, nos cuenta Me., de manera estremecedora. “En una situación normal la prueba ya habría acabado pero la chica me dijo ‘es que tienes la nariz muy pequeña, no me vale’”. Así que la enfermera extrajo “el turulillo” y propuso probar con el orificio izquierdo. Lo propuso, pero todos sabemos que era una orden. Aún así, Me. dijo que no quería: “yo tengo la nariz pequeña igual por los dos sitios”. Era un argumento aplastante que, sin embargo, no sirvió de nada. Cabeza atrás, turulillo avanzando por la nariz “y lo mismo de antes, cuando piensas que está tocando tope hay más colodrillo que tocar, y faca pa’ dentro”, explica Me., de una manera altamente expresiva. La enfermera dijo “ahora, ahora” (como en los partos, pensé yo) y se acabó. “Te quedas un par de horas como rara”, añade nuestra amiga. Pasado el mal trago, Me. consultó con su compañera cómo le había ido y esta contestó que no le pareció molesto en absoluto. “Pues a mí fue como si me hubieran pegado dos cornadas”, dijo.

El asunto es que Me., que es secretaria de dirección en una gran compañía, estaba loca por volver a la oficina al principio del confinamiento —“porque estaba un poco desperate”, nos confesó—, y se lo dejó caer a su jefe llorando pero de broma. El jefe se lo tomó en serio y ahora Me. llora pero de verdad, porque le apetece cero dejar el teletrabajo. Al menos, se va a turnar con una compañera y acudirá a la oficina la mitad de los días y de la jornada: “más que nada porque no hay sitio para comer cerca”, explica.

A M. también le han hecho la PCR. Y no una sino ya hasta tres veces, siendo la primera la más desagradable, no por ser la primera vez, sino porque se lo hicieron peor. “Te meten el palito, que las tres veces me lo han hecho por el agujero derecho y parece que no hay tope porque es larguísimo pero siempre cabe más, cabe más y parece que te tocan el cerebro —el colodrillo, que diría Me.— y luego es como que lo giran un poco para coger bien la muestra y te lo sacan bastante rápido”, me cuenta. “La sensación que te queda es como cuando te entra agua por la nariz y te queda un picor durante un tiempo, pero no te dura más de una hora. Tampoco es algo mortal, pero sí desagradable. A mi me parece llevable pero tengo compañeros que se lo hicieron y les pareció horriblemente mal” y añade: “eran chicos”.

Me. confirma que sí, que a algún chico de su oficina se le saltaron las lágrimas: “los chicos lloran y ahí quiero verles yo con el turulillo, hasta el colodrillo y más allá”, dice. Y después del turulillo en el colodrillo qué. Pues a esperar el resultado y tener carta blanca para volver, con mayor o menor alegría, al trabajo fuera de casa. En el caso de M., la prueba se repite cada semana. “Es un poco absurdo —dice Me.— porque la prueba te dice si tienes el coronavirus ese día. Han pasado dos días desde que me lo hicieron y ahora yo sé que hace dos días no tenía el coronavirus pero hoy, ya no lo sé”. No le falta razón. Le pregunto cómo se siente psicológicamente. “Pues psicológicamente, un poco plof”. La entendemos.

Yo pensaba que a Eleonor, que está a punto de cumplir 9 años, le iba a dar miedo ver Alien: Resurrection pero no parece que le haya impactado demasiado. Supongo que tantas semanas acostumbrándose a entender y a convivir una sociedad que se relaciona tan intensamente como Ripley con el virus, curten.

La situación actual: 240.978 casos de contagios confirmados en España. 2.192.050, en Europa y 6.515.796, en el mundo.

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